domingo, 3 de marzo de 2013



Isolda Inés Baraldi, 


periodista rosarina. 



A su memoria






Este 5 de marzo se cumplen 3 años del fallecimiento de Isolda Inés Baraldi, entrañable periodista rosarina que, en decenas de artículos en medios locales y nacionales, dejó testimonio de su sensibilidad y su sostén a las causas de las mujeres y de los trabajadores. En tres momentos y tres ciudades diferentes, nuestros caminos se cruzaron, lo que me dio la oportunidad de conocer a una excelente persona.

Isolda nació en Rosario el 13 de diciembre de 1956, pasó su infancia en Guaminí, ciudad bonaerense en la que tenía raíces familiares, y se trasladó a La Plata para estudiar Comunicación Social en la UNLP. La conocí en esa ciudad en 1975, ambos teníamos 18 años y compartimos durante algunos días unos cursos de formación política del PST (Partido Socialista de los Trabajadores). Por esa época, Isolda también escribía ficción. Con uno de sus cuentos llegó a ganar un concurso nacional de cuentos con un jurado dirigido por Frida Shults de Mantovani.

La volví a encontrar en 1979, en los aciagos tiempos del régimen genocida. Teníamos ya 22 años y coincidimos en la redacción de la revista Propuesta para la juventud, que por entonces se publicaba en Capital Federal. Allí la Colo, con el pseudónimo Inés Henke, escribió notas sobre la situación de los jóvenes y las mujeres y realizó excelentes reportajes, entre otros a Federico Luppi, Caloi y María Elena Walsh. El cuento que reproducimos aquí, Entre amores e Itakas, refleja esa época y tiene un sesgo autobiográfico.

Tras el regreso de la democracia, volvió a Rosario en 1985, junto a su marido Arturo y sus hijos Federico y Ernesto. Y allí volvimos a encontrarnos, más creciditos (28 años) en el local del MAS (Movimiento al Socialismo) de calle Sarmiento al 600. En los 90, Isolda ingresó como periodista al diario La Capital, donde destacó particularmente en el Suplemento Mujer. También colaboró en Rosario 12 y otros medios locales y nacionales.

En las numerosas crónicas y reportajes de esa época siguió manifestando un particular interés en denunciar las situaciones de opresión sufridas por las mujeres en los más diversos ámbitos y en promover la conquista de sus derechos. Por esta actividad se le adjudicó el Premio Juana Manso de la Municipalidad de Rosario, dedicado a periodistas que promueven los derechos de las mujeres. Una pequeña muestra de esa preocupación se ve reflejada en dos artículos que reproducimos, referidos al trabajo doméstico y al embarazo adolescente.

La otra temática persistente de Isolda fue, como se dijo, la situación y luchas de los trabajadores. Los docentes en particular podemos encontrar, siguiendo sus artículos, una  historia bastante completa de nuestras luchas y de los avatares seguidos por los distintos ministros de educación a lo largo de más de una década. A modo de ejemplo reproducimos una crónica del 2002 donde aparece el todavía recordado ministro del área Alejandro Rébola. Incluimos asimismo una nota de Isolda del 2005 sobre las empresas recuperadas por sus trabajadores.

En 2009 publicó Cosas de esas, un libro que reúne algunas de sus crónicas periodísticas, relatos de ficción y otros textos narrativos. Destacan entre ellos los textos que reflejan sus vivencias juveniles en Guaminí. Reproducimos aquí dos textos cuyas protagonistas son mujeres trabajadoras del pueblo: la vendedora de un negocio familiar, en el relato Para vestir santos; y la bioquímica y profesora del secundario en el cuento Hilos invisibles.

Isolda también fue profesora del instituto de periodismo TEA, sucursal Rosario, que tras su fallecimiento dio su nombre a la sala de su laboratorio multimedia. Por otra parte, amén de su actividad política, participó del Sindicato de Prensa de Rosario.

Isolda falleció a los 53 años, el 5 de marzo de 2010. Su memoria merece perdurar.



Estación Guaminí
Estación La Plata 

Estación Constitución




Estación Rosario Norte





Entre amores e Itakas






Extraído del libro Cosas de esas, Editorial Laborde, Rosario, 2009.



Buenos Aires era una fiesta en julio del 78, menos para unos pocos. Para ellos no. El mundial de fútbol tenía a los argentinos enloquecidos, de alegría y patriotismo. Cantaban, bailaban, hacían caravanas de autos. En fin, una fiesta masiva que se repetía en cada ciudad y pueblo de la Argentina. Para unos pocos no. Liderados por un puñado de mujeres con pañuelos blancos que buscaban a sus hijos desaparecidos, cientos de jóvenes se jugaban la vida para denunciar las atrocidades de la dictadura y que de pronto desaparecían sin dejar rastros. Era así, las madres sabían que estaban en manos del Ejército u otras fuerzas de seguridad; sin embargo, todo era silencio y más represión.


La vida era eso, e implicaba una doble vida, porque las reuniones y las pocas acciones de propaganda que se hacían eran clandestinas.



Así se conocieron Inés y Humberto, en un gran bar para intercambiar ideas y periódicos e intentar que la gente tomara conciencia. Menuda y ardua tarea, que ya se había tragado miles de jóvenes estudiantes, obreros y militantes políticos o simplemente a los que querían un país más justo.



Ellos militaban juntos, eran trostkistas y sabían muy poco el uno del otro. En realidad no debían saber nada, por las dudas si alguno "caía" había que preservar al otro. Así que se encontraban en los bares, se pasaban documentos y periódicos en cajas de jabón de lavar o envueltos como para regalo; en fin, en cualquier cosa que disimulara la carga antidictatorial. Es más, ni siquiera sabían sus nombres, pero no importaba. Muchas veces se habían mirado con deseo, con mucho deseo, en medio de los larguísimos encuentros del partido.



Una tarde fría de invierno se juntaron para armar una reunión, en una parada de colectivo. Humberto tenía tres periódicos que entregar y esta vez los tenía en el bolsillo interno de su sobretodo azul. Inés llevaba un papelito con los nombres de las personas que se reunirían en una caja de cigarrillos. Lo suficiente como para encontrar la muerte.





Arreglaron todo en un bar tomando chocolate en lo que entonces era Palermo viejo. Después salieron caminando, la calle estaba oscura y un patrullero bajó la velocidad para comenzar a seguirlos. "Qué lástima, Colores", atinó a decir Humberto cuando vio que la policía bajaba con las itakas en las manos, y a paso firme los arrinconaban contra un muro sin ventanas. Estaban bien vestidos y los separaron casi dos metros para preguntarle a cada uno qué estaban haciendo ahí. Ninguno de los dos había previsto esta situación ese día. Nada podían decir uno del otro, sin embargo casi al unísono y frente a un hotel de alojamiento los dos dijeron que iban al "telo".


Los palparon de armas pero no los revisaron. "Circulen rápido si no quieren problemas", les dijeron y los empujaron con las itakas. Se tomaron de la mano y entraron al edificio.




Lágrimas y abrazos




Una vez adentro se abrazaron fuerte. Habían zafado. Pero seguían abrazados, él comenzó a acariciarla y a ella le caían las lágrimas hasta que la pasión los desbordó, con un sentimiento parecido al terror. Que más tarde se haría tangible. Pero ese día la pasión tenía gusto a triunfo, una pasión llena de ganas de vivir, una pasión sin igual.



Los cuerpos se enredaron una y otra vez. La boca de él la recorrió entera y ella ya no lloraba. Gozaba como jamás lo había hecho en su vida, y notaba que el mismo placer sentía él. Hicieron el amor durante varias horas y se quedaron dormidos hasta el amanecer. Poco después los llamaron y mientras ella se estaba arreglando en el baño, él entró y acurrucó su cabeza en la melena pelirroja y le dijo: "Qué lanas tenés Colores".



Inés supo en ese momento que él había entrado en su cuerpo, su cabeza y su vida para siempre. Se terminaba la soledad y también el frío en el corazón por tantos amigos perdidos. La situación ya no era la misma. Parecía que el mundo en verdad podía ser mejor, menos hostil. La esperanza se renovaba y ya no se separaron más. Siguieron con la resistencia a tanta sangre chorreante; la enfrentaron juntos y decididos.



Ella tenía 22 y él 24. Todavía siguen discutiendo de política. Tal vez crean aún que el mundo puede ser un buen lugar para la humanidad.









Mucamas en la casa: 
Encuentros y desencuentros




Publicado en La Capital – Suplemento Mujer, 7 de diciembre de 2008




Las autoridades nacionales aseguran que en tres años, de 50 mil empleadas anotadas pasaron a 350 mil, y Rosario incluso aumenta los guarismos.


Acaso fueron inmortalizadas por Jean Genet en su obra “Las criadas”; denominación claro que ya no está en uso corriente al menos por estas pampas. Es más, a partir de campañas gubernamentales y de organizaciones de trabajadores la actividad comienza a ser visible vía el “blanqueo” laboral. Así las autoridades nacionales aseguran que en tres años, de 50 mil empleadas anotadas pasaron a 350 mil, y Rosario incluso aumenta los guarismos. Según el responsable de la Asociación Rosarina de Trabajadores Auxiliares de Casas Particulares, Francisco Frenna, la ciudad hace punta en afiliadas en el nivel de formalización de empleo. 


En el 2004, en Santa Fe, había unas 6000 trabajadoras blanqueadas y la mitad aproximadamente sindicalizadas, mientras que al día de hoy la cifra trepó a 35 mil, de las cuales 18 mil están adheridas al gremio. Frenna advirtió que la mitad de esa cifra pertenece al departamento Rosario, lo que implica una crecida del 600 por ciento en cuatro años. 


“La situación ha cambiado y para mejor, ya no estamos hablando de la servidumbre de hace 50 años. Las propias afiliadas buscan especializarse 

y capacitarse”, explica Frena. Prueba de ello es que el jueves pasado se realizó el primer encuentro de graduados de la entidad que otorgó diplomas a más de cien mujeres. “Las especialidades más pedidas son de niñeras y cuidadoras especiales. La gente demanda cada vez más personas capacitadas”, explica Frenna. Esto puede palparse en el local de la entidad, donde se percibe un intenso movimiento de mujeres que van y vienen consultando por sus obligaciones y derechos. 




El viejo y la criada. David Teniers el Joven. Hacia 1650


Relaciones especiales




Es casi imposible que en una reunión de mujeres de clase media el tema no salga a luz. La mucama, la muchacha, chica o señora, es decir esa persona que convive con la familia sin pertenecer a ella, que realiza aquellas tareas hogareñas de las cuales las mujeres o señoras de la casa se desentienden, porque en general trabajan “afuera” es una cuestión presente en cualquier ámbito de conversación. Para bien o para mal esta relación ambigua, produce amores y odios que van y vienen de acuerdo a la experiencia, aunque insoslayables. “La verdad es que estuve tres semanas sin Irene y me dí cuenta de que todo el trabajo de la mañana se lo delegué y que no sabía qué hacer”, confiesa María del centro. Pero también admite que hay “días en que la quiero matar”, ironiza. 



Esta desconocida, la trabajadora, tiene a su cargo tareas especiales que están directa o indirectamente ligadas a la intimidad de la familia. Lo que provoca sentimientos encontrados entre los convivientes del hogar: reclamos, agradecimientos y reproches, en general de ambas partes. Es que este trabajo significa compartir la vida misma. El cuidado de los chicos, la ropa, la comida diaria, la limpieza de la casa, incluso de esos rincones inalcanzables y hasta el orden que pasa de manos y la dependencia que eso genera, en muchas ocasiones, es al revés: la familia debe consultar a la empleada para poder hallar sus cosas. 



Pero no fue sólo Gennet quien hizo del tema un drama, también en Argentina esta relación dio luz a literatura específica como el emblemático libro de Fanny (Epifanía Uveda), la histórica mucama de Jorge Luis Borges, de quien dijo en varias oportunidades que era para ella “como un hijo”, e incluso disputó legalmente la herencia del escritor; hasta la película “Cama adentro”, protagonizada por Norma Aleandro y dirigida por Jorge Gaggero, y recientemente “Se nos fue María, mi vida es un caos”, de Jessica Fainsod, entre otros. Ni qué hablar de la televisión, hábitat inagotable de historias noveladas con protagonistas de mucamas, maltratadas, violadas y olvidadas, pero que luego logran ocupar el lugar de “gran señora” en familias ricas. Paradigma de la movilidad social en buena parte del subcontinente. 




La necesidad mutua hace prevalecer la relación, y si bien hay personas que perduran por años en sus empleos por lo que pasan a ser “casi de la familia”, en muchas ocasiones la decepción llega hasta instancias legales, en disputas en las que casi siempre todos pierden. Reproches mutuos o hasta situaciones de inseguridad también se plantean en el devenir de un trabajo tan silencioso como invisible para la mayoría. Nunca se cuantificó y calificó el trabajo de las amas de casas. Es que se lo percibe como natural, aunque requiera de muchas horas diarias para permitir la marcha de la familia. “Además siempre se nota lo que no se hace, es lo que está presente, todo lo que hiciste, aunque te mataste para encerar o pasaste tres horas planchando nadie se da cuenta”, afirma Inés, 50 años, de la zona sur. 




Ese trabajo silencioso e invisible es el que se delega por un salario que no siempre está a la altura de la significación que tiene para la familia. La tarea del ama de casa no es  remunerativa, valorada, y tampoco tiene un ítem en el producto bruto interno nacional, o en otras variantes económicas. Tal vez sea otra cara para no valorizar este trabajo silencioso que en más de una oportunidad altera la paz del hogar. Desde hace más de dos siglos la figura de la sirvienta, la fámula, criada, fue creciendo y así se convirtieron en empleadas o mucamas, logrando una mayor consideración. Sin embargo aún es un trabajo que en general se hace en “negro”, por lo tanto no gozan de obra social y mucho menos de jubilaciones. Casualmente en esta realidad tanto empleadas como amas de casas comparten su destino. 












Madres adolescentes: 
El derecho a elegir




Publicado en La Capital – Suplemento Mujer, 27 de septiembre de 2009



En el 2008, sobre un total de 3.848 partos en las maternidades municipales, por día nacieron dos bebés de madres entre 14 y 16 años. La misma tendencia se mantiene desde el ‘95.



En el 2008, sobre un total de 3.848 partos en las maternidades municipales, por día nacieron dos bebés de madres entre 14 y 16 años. La misma tendencia se mantiene desde el ‘95. La directora del Programa de Educación Sexual y Salud Reproductiva, Elda Cerrano, es taxativa al respecto: "Si la cuestión no se toma como una política nacional, lo que se hace con ahínco en Rosario es tirar una piedrita al mar", dice. Las cifras no la asustan, por el contrario, no duda en asegurar que tanto en la clase media como en la de mayores recursos, la cantidad de embarazos es la misma, con la diferencia que en esta última se interrumpen antes de tiempo. "La diferencia está en que la familia tiene un proyecto con sus hijos, a diferencia de los excluidos donde justamente lo que falta es el proyecto", asevera.


Según la especialista la cantidad de embarazos adolescentes obedece a diversas variables. En primer lugar, dice, a cuestiones educativas. "Hasta que la educación sexual no se trate en las escuelas como una materia, los índices no bajarán", afirma Cerrano. Otro de los motivos, según Cerrano, están ligados a lo cultural. "Aquí aparece en su sentido más profundo el concepto de prole: la descendencia es lo único que se tiene entre las clases más excluidas como propiedad y para una familia marginal más allá de la posesión, implica además más brazos para trabajar. Y aquí empiezan a golpear fuerte la falta de proyectos, la falta de conciencia de que puede haber alternativas a ser solamemente una niña o jovencita con un hijo. Es importante que puedan decidir, que sepan que hay otras perspectivas y ayudas para eso", remarca.


La maternidad adolescente abarca desde los 10 a los 19 años, y a su vez, se segmenta por años, es decir que aquellas niñas de 14 que consultan se les hace un seguimiento. "Hacemos un corte, no es lo mismo tal vez las que ya pasaron los 17 a los 19 años, que las que no", sostiene. Cerrano insiste con el tratamiento del tema en las escuelas y en ese punto sostiene que "habría que empezar a hablar con los chicos desde los 3 o 4 años, solamente queremos que se tome como un derecho humano". Pero los problemas no terminan en la escuela. También en los centros de salud e incluso en los hospitales admite que los médicos no siempre se toman el tiempo para hablar con los chicos. "Hay que romper barreras. Sentarse con los jóvenes y dialogar. Dedicar al menos entre media hora o 40 minutos para hablar del tema", afirma. "Es necesario que todos tengan educación y una salida laboral que los convierta en personas con conocimientos plenos de sus derechos. Lo mismo pasará con los hijos, sino repetirán la historia de sus padres", subraya. "No existen cifras de abortos en Rosario porque no hay un registro" agregó, aunque aclaró que a los hospitales van mujeres solas, con varios hijos a los que no pueden mantener, con complicaciones a causa de un aborto precario, mientras que las mujeres de las clases altas no llegan al hospital porque se hacen esta práctica en lugares seguros y con la asepsia adecuada", asegura finalmente.




Nacimientos. En la Maternidad Martin, durante el 2008, nacieron 68 bebés de madres menores de 14 años; 357, entre 15 y 16 años; 889, entre 17 y 19 años y 1.378, entre 20 y 24 años. En igual período, en el Roque Sáenz Peña, nacieron 38 niños de madres de menos de 14 años; 164, entre 15 y 16 años; 374 entre 17 y 19 años, y 576, entre 20 y 24 años.








Amsafé escracha hoy 
al ministro Rébola 
con serenatas y mariachis




Publicado en La Capital, Rosario, 6 de febrero de 2002






El gremio repudiará el ajuste frente a la casa del funcionario. 
Educación suprimirá horas y redistribuirá cargos para ahorrar 22 millones. 


Escrache con serenata. Hoy, a las 19, el gremio de los docentes provinciales (Amsafé) se movilizará hacia la casa del ministro de Educación de Santa Fe, Alejandro Rébola, en protesta por el anuncio del ajuste para los establecimientos de educación terciaria. La secretaria del sindicato en Rosario, Stela Michalek, confirmó el escrache e invitó a participar a toda la comunidad educativa y en particular maestros y docentes. La llamativa protesta, que incluirá mariachis y profesores de artes, se programó luego de que Rébola anunciara que hará una reestructuración que incluye suspender 3.800 horas (ocupadas por tutores, coordinadores y otros cargos) de la educación terciaria, y la disponibilidad de 308 maestros de la Educación General Básica (EGB).


Si bien el ministro insistió con que ningún docente quedará en la calle y que todos cobrarán los salarios, el gremio lo desestimó y organizó la protesta. La cúpula de Amsafé descalificó de plano los anuncios de Rébola y llamó a repudiar el ajuste en la cartera, e incluso mantiene la amenaza de no iniciar las clases en marzo. "Lo vamos a señalar como uno de los promotores del ataque feroz que sufrirá la educación pública, que es uno de los pocos derechos que le quedan a los argentinos", apuntó Michalek. Con el mismo tenor denunció al titular de la cartera por seguir agregando desocupados no sólo en Rosario, sino en el resto de la provincia. "El mismo ministro dijo que va a reducir 22 millones de pesos del presupuesto para este año. Si no es echando docentes y cerrando cátedras o cursos, ¿de qué manera lo va a hacer?", inquirió la gremialista.


Nueva modalidad


La nueva forma de protesta implementada por el sindicato docente prevé canciones mejicanas y murgas, entre otras manifestaciones artísticas, aunque no se descarta que también hoy aparezcan cacerolas u ollas como instrumentos telúricos. En rigor, este será el cuarto escrache que sufre el ministro de Educación provincial en su domicilio participar en Rosario, ya que Amsafé realizó otros tres durante el año 2000. Entonces, el propio gobernador Carlos Reutemann repudió la metodología de protesta del gremio docente. "Mi corta experiencia política me enseñó que nunca se retorna de la agresión", había sentenciado Reutemann por esos días. Finalizaba el ciclo lectivo del año 2000, y las declaraciones del mandatario se dieron en un marco de múltiples reclamos sociales en la provincia. "La demanda social es infinita", se lamentó entonces el gobernador.


Luego de esos episodios, el año pasado hubo algunos paros de actividades que el gremio provincial adoptó junto al sindicato nacional Ctera; sin embargo, las huelgas tuvieron bajísimo acatamiento en la provincia, y prácticamente no se perdieron días de clases. Incluso, los docentes santafesinos realizaron numerosos cursos de capacitación fuera del horario escolar y hasta en las vacaciones de invierno, algo a lo cual Amsafé se oponía.










Las empresas recuperadas 
ganan cada vez más espacios



Publicado por PSI (Prensa Sindical Internacional)
Por Isolda Baraldi y Diego Veiga, de la Redacción de La Capital, 30 de agosto de 2005



Obreros de Carrocera Dic
El puntapié inicial lo dio la carrocera DIC. La empresa recuperada, que podría transformarse en la primera de la provincia en conseguir la expropiación definitiva de sus instalaciones, anunció esta semana que "en breve" podría lanzar su propia producción. Así, los trabajadores nucleados en una cooperativa demostraron que podían preservar sus fuentes de trabajo. Su experiencia no es solitaria. Al menos otras siete firmas de Rosario están siendo reposicionadas por sus empleados después de la quiebra y a algunos les va tan bien que tomaron más personal, duplicaron su producción y tienen "claras perspectivas" de exportar y llevar además sus productos al interior del país. La clave: "No perder la dignidad y no bajar los brazos".


Por estos días, las fábricas de pastas Mil Hojas y Merlat vuelven a tener presencia en el mercado, Herramientas Unión está "con mucho trabajo" y ya tomó a estudiantes de oficios, el bar Nubacoop de la Terminal de Omnibus duplicó el personal y trabaja casi las 24 horas; y las metalúrgicas ex Fader y ex Cimetal (hoy Ruedas Rosario) acaban de comprar maquinaria por 240 mil pesos y tienen la intención de abastecer a distintas autopartistas del país. A ellos se suma el ex supermercado Tigre, hoy Centro Cultural La Toma, que además de emprendimiento económico se convirtió en un espacio político y social. "En la provincia hay otras empresas productivas a las que les está yendo muy bien. El próximo paso es trasladarnos al parque industrial que está diseñado en la zona oeste (avenida Las Palmeras al fondo)", afirmó José Abelli, dirigente del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER).


Trabajadores de Mil Hojas
En la fábrica Mil Hojas trabajan a full y hasta generaron trabajo indirecto. "Tenemos un montón de proveedores que trabajan con nuestra mercadería, que llega hasta el sur de Córdoba, algunas localidades de Buenos Aires y por supuesto todo el Gran Rosario", indicó Omar Cáceres desde la firma. La empresa llegó a tener 52 empleados y si bien aún no alcanzaron esa cifra, a los 15 cooperativistas ya se agregaron otros 10 contratados que tienen posibilidades de quedar efectivos. Según comentó Cáceres, los salarios de los trabajadores van de los 750 a los 850 pesos, lo que supera el convenio del gremio del sector. "Ahora no tenemos problemas, nos va bien, nuestro producto está en el mercado y tenemos posibilidades de expandirnos", afirmó.

Un panorama similar se vive en la fábrica Herramientas Unión. Esta metalúrgica, especializada en herramientas de corte y piezas exclusivas por encargue, está "con mucho trabajo", precisó Omar Pucciano. La empresa tiene ocho socios y ahora, por medio de un convenio "todo legal", han tomado a cinco estudiantes de una escuela técnica. "Fabricamos cuchillas, fresas, brochas, machos, en fin, todo tipo de herramientas, incluso las que nos hacen por encargo", explicó el hombre. Con muchos años de oficio sobre las espaldas y la perspectiva de comenzar a producir con los ex metalúrgicos de Cimetal y Fader, Herramientas Unión alquiló un galpón contiguo al actual para seguir creciendo. "Las perspectivas son importantes, estamos comprando nuevas máquinas y vamos a seguir invirtiendo en esta rama, porque hay autopartes interesadas en comprarnos la producción", agregó.

La historia de los ex empleados del bar de la Terminal de Omnibus, que el 23 de octubre de 2001 cerró sus puertas, está signada por la resistencia. Una historia que se repite en cada uno de los casos de empresas recuperadas. Estuvieron 14 meses dentro del local librando una batalla legal, conformaron una cooperativa y plantearon hacerse cargo del bar. Una jueza les dio tres meses de prueba y les alcanzó para demostrar que el negocio era redituable. "Con nuestro propio dinero cambiamos pisos, techo, mobiliario y empezamos de nuevo", recordó José Serrano, uno de los cinco ex empleados que conformaron la cooperativa, al tiempo que sostiene que el bar es hoy "uno de los más lindos de la Terminal". "Está andando muy bien, estamos sorprendidos y la verdad es que ahora ganamos más plata que antes", aseguró. Y las pruebas están a la vista: ya tomaron once empleados y hasta se animan a pronosticar que "hay perspectivas de incorporar más personal". Serrano admitió que en este proceso los favoreció la "reactivación de la Terminal. En 2001 no viajaba nadie y las plataformas estaban desiertas, hoy todo es distinto y por suerte ya hay 16 familias que pueden seguir viviendo de este negocio", remarcó. La cooperativa logró quedarse con la concesión del bar en la Terminal hasta 2008 y esquivar el fantasma de la desocupación, que casi termina con sus ilusiones cuatro años atrás.

Una historia similar vivieron los 15 empleados de Pastas Merlat. "En diciembre de 2003 fuimos a trabajar y cuando terminamos, el patrón nos dijo que no abriría más porque había quebrado", recordó Rubén Lengruber, por esos días empleado de la firma y hoy tesorero de la cooperativa "Resurgir", que logró darle continuidad a la empresa. Se quedaron meses atrincherados en la fábrica hasta que pudieron plantearle al síndico su idea de formar una cooperativa y seguir con la producción.

Centro Cultural La Toma
(Ex Supermercados Tigre)
El 1º de mayo de 2005, 11 de aquellos 15 empleados que tenía la empresa comenzaron a trabajar como cooperativa. "Arrancamos con dos bolsas de harina que pedimos prestadas y pusimos entre todos algunos pesos", aseguró Lengruber. A ese empujón inicial se sumó un crédito de 12 mil pesos que otorgó el Fondo de Emprendimientos Productivos de la Municipalidad. Alquilaron un local en Moreno 77, donde venden su producción, y a tres meses de autogerenciarse ya lograron cobrar salarios más altos que los que percibían antes de la quiebra. "No ganamos mucho, apenas 600 pesos por mes, pero ya es más de lo que ganábamos antes", aseguró Lengruber, al tiempo que remarcó que formar la cooperativa "era la única salida. Esto nos permitió seguir teniendo dignidad". Claro que para competir en el mercado, lo ideal sería poder cambiar las maquinarias. Es por eso que Lengruber apuesta a que el gobierno les extienda un crédito que les permita actualizar su equipamiento. "Nuestra producción es artesanal, y hoy para competir necesitás máquinas más modernas. La única forma que tenemos para obtenerlas es que el gobierno nos de un crédito blando", remarcó.


Una historia que muestra las dos caras de la moneda.


A Víctor Aranda las vueltas de la vida le han hecho estar literalmente en ambos lados del mostrador. Hasta abril de 1998 fue gerente de Recursos Humanos de Fader, la metalúrgica que a fines de los 70 exportaba motocompresores herméticos para refrigeración a Brasil y diversas partes de Asia. Décadas más tarde, con la convertibilidad y la libre apertura de mercados de por medio, entró en desgracia. "El 3 de abril de 1998, el mismo día del cumpleaños de mi hija, me avisaron que la firma había quebrado. Tuve que redactar los telegramas de despido y, obviamente, también el mío", recordó. Ese día se quedó sin trabajo con 43 años y empezó una debacle que derivó hoy en el inminente remate de su casa. A pesar de todo, no bajó los brazos. Junto a otros ex empleados de Fader conformó una cooperativa y después de largas batallas judiciales están a punto de comenzar a producir. Se unieron a la cooperativa Ruedas Rosario, que formaron ex empleados de Cimetal y, junto a los de Herramientas Unión, crearon el Centro Metalúrgico de Rosario. El lunes pasado, el flamante centro recibió un crédito de 240 mil pesos con el que comprarán maquinaria y "a fines de octubre" esperan estar produciendo autopartes para diversas empresas del país. Aunque por ahora son sólo diez personas, según los cálculos de Aranda, "si todo sale bien dentro de un año deberían estar trabajando unos 100 operarios". Ahora esperan ansiosos al miércoles próximo. Es que ese día el centro metalúrgico recibirá el primer torno y dentro de un mes lograrán tener el segundo. Después sólo habrá que poner manos a la obra y ver si el esfuerzo de la gente se traduce en recuperación de fuentes de trabajo. Sus colegas de DIC ya lo lograron y todo hace pensar que su experiencia puede ser imitada.













Para vestir santos



Extraído del libro Cosas de esas, Editorial Laborde, Rosario, 2009.



Los Fino tenían librería en el pueblo. No de libros, aunque había algunos para pintar y otros de textos, pero fundamentalmente tenían de todo no sólo para la escuela sino para los negocios que llevaban la contabilidad.

Calle de Guaminí
El local estaba ubicado en la avenida principal del pueblo. Sobre la avenida ancha había que subir dos altos escalones para entrar.

Una vez allí estaba Don Fino, detrás de algunos de los mostradores con vidrios en las tapas superiores y luego especies de bibliotecas también con vidrios del techo al suelo. Y allí había de todo. Desde tinta china hasta todas las plumas posibles para escribir a tintero, que los había de todo tipo y tamaño. Por supuesto, mapas, papeles de calcar, brillantes, de forrar tipo araña, hojas rayadas, cuadriculadas y canson. Es decir lo que se dice un negocio bien equipado (lo que no era común en el pueblo), y que hacía las delicias de los chicos curiosos. Otro rubro irresistible era el de las golosinas.

Los Fino eran tres. La señora y una hija que se llamaba Susana. Los tres se turnaban para atender al público. Es raro que el único nombre que recuerdo sea el de la hija. No sé ahora cuántos años tendría entonces, tal vez rondaría los 40, pero ya era una vieja en el poblado, y nunca se le conoció pretendiente.

Ella y su madre se vestían casi iguales. Siempre de polleras, camisas y saquitos de lana al tono en invierno; y con vestidos floreados, muy discretos en primavera y verano.

Don Fino combinaba con ese estilo pero era más coqueto. En invierno, usaba una boina de terciopelo azul o una gorra de corderoy marrón. Todo dependía del color de su pulóver o pantalón.

Los tres siempre estaban juntos, Susana no tenía amigas ni salía del negocio o de su casa. “Ya está para vestir santos”, murmuraban en el pueblo, pero ellos simulaban que nada pasaba, a pesar de que tener una solterona en la familia nunca fue bien visto.

Susana tenía el pelo rubio, corto, y los ojos azules. Era delgada. Sin embargo, su apatía o falta de inquietudes la hacían ver como una muñeca de porcelana que hacía juego con las plumas cucharita que estaban en los mostradores.

Iglesia de Guaminí
Uno nunca podía saber su humor, respondía con voz monocorde y atendía de igual modo, en eso era igual a su madre. El viejo Fino era distinto, a él le gustaba entablar conversación incluso con los niños, siempre alguna pregunta amable y algunos días contaba sus recuerdos lejanos, de su Italia abandonada.

En cambio Susana no. Ni siquiera cuando iba a misa y el pueblo se empilchaba para charlar después en el atrio, ella salía para su casa sin dar vuelta la cabeza y con sus polleras más que discretas.

Un día llegó al pueblo Norberto Pontoni con una camioneta importante. Se dijo que había comprado campos a los Arriaga y que tenía mucho dinero. Además que era soltero. Tendría unos 50 años o tal vez más y su vida anterior era un misterio. Nadie lo conocía de antes ni siquiera los Arriaga. Era grandote y risa algo grosera.

Pontoni enseguida tuvo una mirada amplia y bastante exacta del pueblo. Sabía que alguien de afuera y solo, era un hombre deseable, lo que entonces se decía “buen partido”. Comenzó a ir al Club Social; allí hizo migas con los parroquianos y hasta con el doctor y el farmacéutico.

Las solteras y viudas del pueblo estaban alborotadas. Las tiendas vendieron más telas para vestidos arreglados y abrigos más a la moda.

Había varias ya de treinta y pico que no conseguían nada. De vez en cuando un novio u amante ocasional que después desaparecía y el ambiente se llenaba siempre de chismes malignos hacia la abandonada. Ni qué hablar de sexo. Eso estaba prohibido y más para las solteras bien del pueblo como Susana.

Pontoni comenzó entonces a ir a los bailes y se desempeñaba bien tanto en los pasos dobles como en la música moderna del Club del Clan. Y allí la cosa se ponía espesa con las interesadas. Que iban al baño a cada rato a ver cómo estaba el colorete o el rouge.

Pero Pontoni disfrutaba y variaba de compañera para que ninguna se confunda y dar esperanzas a todas. Susana no iba a los bailes. No era de ese tipo. Más que sentarse en la vereda en época de verano o dar una vuelta por el bulevar de la entrada no hacía. Además no tenía amigas. Pontoni comenzó a ir a la librería. Y, a pesar de que se lo veía audaz pero ignorante, cada vez que iba al almacén de Ramos Generales después se hacía un paseo por lo de Fino. Que una libreta de anotar. Qué lápiz de carpintero. Que cuaderno para llevar el registro de la lluvia; en fin, siempre necesitaba algo. Nadie sospechó nada. Él daba vueltas en el pueblo con su chata a veces a demasiada velocidad y las “chicas” quedaban embelesadas. El médico del pueblo, Ramón Casas, era también el médico de los Fino. Tenía una buena relación con la familia y sobre todo con Don Fino que jugaba al ajedrez y más de una vez por mes había partida.

Una inesperada mañana de septiembre Pontoni entró a la librería y le dijo a Don Fino que quería casarse con su hija. El hombre lo miró extrañado y se quedó mudo durante un rato. Después le dijo que lo consultaría con Susana y su esposa, porque así funcionaban, como una célula política o logia.

Esa noche fue una revolución la cena. Susana con su cara inmóvil no decía que sí ni que no. La madre objetaba que nadie sabía quién era este hombre. Finalmente, Fino que parecía el más interesado dijo: “Mirá hija, dentro de un tiempo nosotros no vamos a estar. Te vas a quedar sola. Mejor que le digas que sí y también vas a tener un buen pasar, por lo que me dijo Pontoni”.

Casa de Guaminí
Susana lo miró con su mirada gélida y respondió que estaba bien, que si él lo quería lo haría. La madre medio espantada puso una condición: primero consultar al médico, a ver qué pensaba él, si su hija servía para ser una “esposa como corresponde”, y además que sea padrino de la boda, así le daba más prestigio al evento. Es más, en el fondo de su corazón pensaba que la boda tendría más formalidad.

Esa noche nadie en lo de Fino durmió. En el Club Social Pontoni anunció que casi con seguridad el mes próximo se casaría (o sea en octubre). Todos se sobresaltaron y comenzaron a tirar nombres para sacar información.

Pontoni negaba con la cabeza al tiempo que lanzaba carcajadas un tanto groseras. Y entonces la charla se tornó obscena y los que jugaban al mus siguieron el juego, y otros pagaron y se fueron. Después de todo, Pontoni era un enemigo sexual en el pueblo que ya había desparejado a varios amantes clandestinos.

Pero además Pontoni tenía aires de agrandado y eso incomodaba la estructura del pueblo donde todo estaba reglado, cada quien sabía quién era o lo que el pueblo había hecho de ellos. En cambio, Pontoni siempre se imponía con su verborragia y su risa displicente y su bienestar económico. Se podría decir que era el arquetipo de los que después serían los nuevos ricos.

Finalmente, se dio la noticia: Susana Fino se casaba con Pontoni, y la fiesta iba a ser en el campo. Ceremonia sencilla en la Iglesia, eso sí.

Los rumores y los chismes dieron para todo el mes. “Esa con cara de bobita seguro que está embarazada”, era el paradigma para explicar el apresuramiento de la boda. Los Fino imperturbables y Pontoni organizando los festejos que quedarían imborrables en el seno de la población.

Guaminí, zona rural
Tres vaquillonas asadas con cuero, precedidas de empanadas, achuras de todo tipo. Ensalada de fruta y una torta blanca de tres pisos con unos muñequitos de novio, rodeados de flores artificiales. Todo estaba preparado para el mediodía hasta que las velas no ardan.

De la animación se hizo cargo el petiso Espil con su acordeón a piano, también Los Pets, con música más moderna.

Efectivamente, la fiesta fue apoteótica. Susana eligió un trajecito amarillo patito para el evento, mientras su esposo se calzó un traje azul eléctrico. Ella entró a la Iglesia del brazo del doctor Casas y él la esperó en el atrio. Todo el pueblo estaba invitado y los regalos se contaban por cientos aunque de baja calidad en su mayoría.

A las 5 de la tarde la mayoría de los hombres estaban atiborrados de vino, hacían gracias y conversaciones de borrachos. Las mujeres con las caras largas ya querían volver a sus casas después de tantas horas con los tacos puestos.
        
Después de las ocho de la noche recién Susana y Pontoni quedaron solos, con los peones que se retiraron.

Guaminí: Matadero municipal
Susana esa noche perdió su virginidad a manos de un hombre bebido y orgulloso de haber hecho la fiesta del año. Con esa reunión habría tema para todo el año. Pasaron los meses y las pocas veces que Susana iba al pueblo se la veía desprolija y de mal talante. De embarazo ni hablar. Otra vez Susana era el objeto de las conversaciones en el pueblo. Hasta que un día Pontoni se fue del campo. Susana se quedó un tiempo esperando, pero nada.

Volvió al pueblo y a la librería. Nadie le preguntó nada, ni siquiera sus padres, ni el doctor.

“El destino es el destino, tu misión es la de vestir santos”, sentenció una noche su madre y se hizo un silencio de consenso.










Hilos invisibles


Extraído del libro Cosas de esas, Editorial Laborde, Rosario, 2009




Las tetas se le veían desde la puerta. A pesar de que el lugar no era tan oscuro, tampoco luminoso y en la penumbra daba la impresión de que eran un objeto más dentro del laboratorio de análisis biológicos. El pequeño cuarto –un cuadrado perfecto- estaba atiborrado de cosas. Frascos, grandes y chicos, de distintos colores, transparentes, blancos, ámbar, marrones y hasta violetas. Una mesada grande al medio, y otra justo a la derecha de la puerta de madera. También un microscopio plateado y verde. Cientos de cajitas con tubos de ensayos. Tubos de goma redonda y hueca, marrones, largas y cortas, agujas, jeringas, un pequeño archivo con fichas amarillentas.

Laguna de Guaminí
Plantas, algunas en macetas y otras en frascos de boca ancha. Libros de botánica, zoología y merceología, papeles por doquier y carpetas tan secretas que nunca se abrían; sobre todo aquellas que estaban sobre los estantes más altos.

Ella era la bioquímica del pueblo. Graciela se llamaba y había llegado del brazo de un hombre lugareño, desde una ciudad lejana a la que pocas veces volvía.

Era regordeta, tal vez algo más, de baja estatura, morocha de labios anchos y ojos oscuros. Coqueta, se vestía con trajes de colores fuertes pero opacos. De vez en cuando camisas de seda con grandes flores que agrandaban sus tetas y también su sonrisa.

Abría el laboratorio a la mañana temprano, después cerca del mediodía iba hasta lo que había sido el leprosario del pueblo, dentro del enorme hospital del pueblo, que tenía un laboratorio anticuado pero amplio. Su marido la llevaba, cada mañana, en auto las veintipico de cuadras que tenía que atravesar, ella volvía a pie.

Todos los días, salvo los de lluvia, con los hombros rectos, la cabeza alta, estirando el cuello ancho y corto.

Algunas tardes tenía horas cátedra en la escuela secundaria, biología, botánica y zoología eran sus fuertes. Repetía año a año las germinaciones de porotos y maíz, frente a los alumnos. Los estambres y pistilos formaban parte de su vocabulario cotidiano y escolar.

Pero de vez en cuando se atravesaban por su cabeza otros mundos y los volcaba en las aulas. Tal vez era el único ámbito en donde escuchaba su voz en alto, con entonación y algunas licencias de una ironía, no siempre comprendida por los púberes.

Cuando abandonaba la soledad del laboratorio, el silencio de las plantas, del lente del microscopio, de las gotas de sangre que hablaban pero sólo de sí mismas ampliadas en la placa del aparato. Del pis y la caca que analizaba cada día, y mostraban bacterias y parásitos, comunes de la zona. Toda información silenciosa, que le provocaba alguna exclamación pero sobre todo gestos. Incluso la flema que delataba tuberculosis, u otras enfermedades casi innombrables en esa época. En esos casos levantaba las cejas y abría la boca.

Un día pensó que las plantas, las del laboratorio, eran el oxígeno necesario para tanto bicho malo, loco y sobre todo pequeño. La mayoría de los días se ponía guantes de goma para manipular los tubos de ensayo, llenos de sangre, orines, mierda y mocos de los lugareños.

Casa de Guaminí
Era difícil, al verla caminar por las anchas veredas del pueblo, descifrar en qué pensaba o qué le llamaba la atención. La mayoría de las veces y para estupor de los vecinos no saludaba, tenía la mirada puesta en el cielo, o simplemente hacia delante. Arriba de su estatura y de la de los otros, como si fuera más alta que el resto de los mortales. Increíblemente lograba una inversión de su porte. La actitud, claro, provocaba indignación entre la mayoría que se le cruzaba a su paso.

La doctora, como expresamente se hacía llamar, no sólo no tenía amigas sino que tampoco murmuraba los buenos días, o el cómo le va o solamente el hola. No era para ella importante. Sí lo hacía cuando tenía que extraer sangre o dar los resultados de los análisis. Con eso era suficiente.

Nunca aprendió que en los pueblos el valor del saludo es casi tan importante como la mirada y el gesto hacia los semejantes, incluso cuando apenas hay un cruce callejero. Pero ella tenia la boca grande y mustia y guardaba las palabras para sus cátedras y alguna otra ocasión importante.

Acaso acostumbrada a la compañía de las plantas, de sus objetos de trabajo, de la penumbra de su cuarto. De la penumbra de toda su casa menos de la farmacia que su marido, llena de luz y de ventanales abiertos, abiertos de par en par y que de noche se cerraban con cortinas metálicas.

Había pocos momentos, en que su lengua no paraba, por fuera de las aulas. En general en la sobremesa de un esporádico almuerzo en el comedor diario de su casa, que sí tenía una ventana no muy grande a un patio interno embaldosado y lleno de plantas en macetas. El terreno, el patio de tierra grande, estaba atrás y descuidado.

En la mesa y luego de una sabrosa comida que preparaba con sus manos, tomaba la palabra. Primero había tomado vino, de mesa. De botella de litro o damajuana como se usaba en el pueblo. Entonces le brotaban las palabras y hablaba de tierras lejanas, de la isla de Pascua o de Borneo. Lugares en el mundo que en el pueblo no existían, por eso sus hijos con algún invitado, en general amigas de las hijas, quedaban boquiabiertas enredadas en cuentos que por lejanos parecían de ficción.

Los protagonistas de las historias no eran humanos, eran animales. Tortugas, peces, ratas, gatos extraños y reptiles, a los que describía con detallada precisión.

Y así transcurrió el tiempo, como transcurre siempre en los pueblos. Tal vez con un poco más de demora. Los hijos se habían ido a estudiar, lejos, y la conversación con ellos se transformó en escuetas cartas o llamadas telefónicas.

Después vino la época de las jubilaciones, primero en el leprosario y luego en la escuela secundaria. La primera jubilación le quitó sus 20 cuadras caminadas por el pueblo y si bien no saludaba tenía ese contacto indirecto con sus semejantes y observaba los lentos cambios que el lugar exhibía.

Luego, el retiro de la escuela le arrancó la verborragia diaria, a veces inentendible, a veces por demás divertida. Y la sombra de sus tetas quedó deambulando para siempre en el establecimiento.

Quedaba aún el trabajo en el laboratorio pero la llegada de una bioquímica más joven, con aparatología más moderna, le fue quitando pacientes. De todos modos, con ellos mantenía una relación distante, de pocas palabras.

Así se fue encerrando en su laboratorio, con sus plantas, sus libros, sus tubos, su silencio.

El silencio le fue ganando el cuerpo. Sobre todo el corazón. Su gran carcaza continuaba siendo grande, su boca también, pero sus labios rara vez se abrían.

Se cansaba seguido y se acostaba en su oscuro dormitorio. El resto de la casa también permanecía a oscuras y casi todas las noches su marido comía en el club, después de cerrar la farmacia.

Cementerio de Guaminí
Sus hijos comenzaron a inquietarse, las cartas se convirtieron en esquelas y más adelante en monosílabos telefónicos.

Después la nada. El farmacéutico hacía de interlocutor, aunque de pocas palabras.

Un día no se levantó, y eso fue para siempre. Su enorme cuerpo quedó inerme y, una mañana de sol, la encontraron muerta. Eso sí, lo primero que se le veían eran las tetas y después su ancha boca cosida con hilos invisibles que nadie se atrevió a tocar.








 Video: 
  



El 31 de marzo de 2010 se le puso el nombre "Isolda Baraldi" 
a un aula de informática del Instituto de Periodismo Tea de Rosario, 
donde se desempeñó como docente. 

En tal ceremonia estuvieron presentes su familia, alumnos y ex alumnos de Isolda. 
En este video aparecen las imágenes emitidas en abril de 2010 en Gente que Hace, programa de Canal Somos Rosario, Cablevisión y Multicanal, de Rosario, Argentina.
















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