Isolda Inés Baraldi,
periodista
rosarina.
A su memoria
Este 5 de marzo se cumplen 3 años del
fallecimiento de Isolda Inés Baraldi, entrañable periodista rosarina que, en decenas
de artículos en medios locales y nacionales, dejó testimonio de su sensibilidad
y su sostén a las causas de las mujeres y de los trabajadores. En tres momentos
y tres ciudades diferentes, nuestros caminos se cruzaron, lo que me dio la
oportunidad de conocer a una excelente persona.
Isolda nació en Rosario el 13 de
diciembre de 1956, pasó su infancia en Guaminí, ciudad bonaerense en la que
tenía raíces familiares, y se trasladó a La Plata para estudiar Comunicación Social en la
UNLP. La conocí en esa ciudad en 1975,
ambos teníamos 18 años y compartimos durante algunos días unos cursos de
formación política del PST (Partido Socialista de los Trabajadores). Por esa
época, Isolda también escribía ficción. Con uno de sus cuentos llegó a ganar un
concurso nacional de cuentos con un jurado dirigido por Frida Shults de
Mantovani.
La volví a encontrar en 1979, en los aciagos
tiempos del régimen genocida. Teníamos ya 22 años y coincidimos en la redacción
de la revista Propuesta para la juventud, que por entonces se publicaba en Capital
Federal. Allí la Colo ,
con el pseudónimo Inés Henke, escribió notas sobre la situación de los jóvenes
y las mujeres y realizó excelentes reportajes, entre otros a Federico Luppi,
Caloi y María Elena Walsh. El cuento que reproducimos aquí, Entre amores e
Itakas, refleja esa época y tiene un sesgo autobiográfico.
Tras el regreso de la democracia, volvió
a Rosario en 1985, junto a su marido Arturo y sus hijos Federico y Ernesto. Y allí
volvimos a encontrarnos, más creciditos (28 años) en el local del MAS
(Movimiento al Socialismo) de calle Sarmiento al 600. En los 90, Isolda ingresó
como periodista al diario La
Capital , donde destacó particularmente en el Suplemento
Mujer. También colaboró en Rosario 12 y otros medios locales y nacionales.
En las numerosas crónicas y reportajes
de esa época siguió manifestando un particular interés en denunciar las
situaciones de opresión sufridas por las mujeres en los más diversos ámbitos y
en promover la conquista de sus derechos. Por esta actividad se le adjudicó el
Premio Juana Manso de la Municipalidad de Rosario, dedicado a periodistas que
promueven los derechos de las mujeres. Una
pequeña muestra de esa preocupación se ve reflejada en dos artículos que
reproducimos, referidos al trabajo doméstico y al embarazo adolescente.
La otra
temática persistente de Isolda fue, como se dijo, la situación y luchas de los
trabajadores. Los docentes en particular podemos encontrar, siguiendo sus
artículos, una historia bastante
completa de nuestras luchas y de los avatares seguidos por los distintos
ministros de educación a lo largo de más de una década. A modo de ejemplo
reproducimos una crónica del 2002 donde aparece el todavía recordado ministro
del área Alejandro Rébola. Incluimos asimismo una nota de Isolda del 2005 sobre
las empresas recuperadas por sus trabajadores.
En 2009 publicó Cosas de esas, un libro
que reúne algunas de sus crónicas periodísticas, relatos de ficción y otros
textos narrativos. Destacan entre ellos los textos que reflejan sus vivencias
juveniles en Guaminí. Reproducimos aquí dos textos cuyas protagonistas son
mujeres trabajadoras del pueblo: la vendedora de un negocio familiar, en el
relato Para vestir santos; y la bioquímica y profesora del secundario en el
cuento Hilos invisibles.
Isolda también fue profesora del
instituto de periodismo TEA, sucursal Rosario, que tras su fallecimiento dio su
nombre a la sala de su laboratorio multimedia. Por otra parte, amén de su
actividad política, participó del Sindicato de Prensa de Rosario.
Isolda falleció a los 53 años, el 5 de
marzo de 2010. Su memoria merece perdurar.
Estación Guaminí |
Estación La Plata |
Estación Constitución |
Estación Rosario Norte |
Entre amores e Itakas
Extraído del libro Cosas de esas, Editorial Laborde,
Rosario, 2009.
Buenos Aires era una fiesta en julio del 78, menos para
unos pocos. Para ellos no. El mundial de fútbol tenía a los argentinos
enloquecidos, de alegría y patriotismo. Cantaban, bailaban, hacían caravanas de
autos. En fin, una fiesta masiva que se repetía en cada ciudad y pueblo de la Argentina. Para
unos pocos no. Liderados por un puñado de mujeres con pañuelos blancos que
buscaban a sus hijos desaparecidos, cientos de jóvenes se jugaban la vida para
denunciar las atrocidades de la dictadura y que de pronto desaparecían sin
dejar rastros. Era así, las madres sabían que estaban en manos del Ejército u
otras fuerzas de seguridad; sin embargo, todo era silencio y más represión.
La vida era eso, e implicaba una doble vida, porque las reuniones y las pocas
acciones de propaganda que se hacían eran clandestinas.
Así se conocieron Inés y Humberto, en un gran bar para intercambiar ideas y
periódicos e intentar que la gente tomara conciencia. Menuda y ardua tarea, que
ya se había tragado miles de jóvenes estudiantes, obreros y militantes
políticos o simplemente a los que querían un país más justo.
Ellos militaban juntos, eran trostkistas y sabían muy poco el uno del otro. En
realidad no debían saber nada, por las dudas si alguno "caía" había
que preservar al otro. Así que se encontraban en los bares, se pasaban
documentos y periódicos en cajas de jabón de lavar o envueltos como para
regalo; en fin, en cualquier cosa que disimulara la carga antidictatorial. Es
más, ni siquiera sabían sus nombres, pero no importaba. Muchas veces se habían
mirado con deseo, con mucho deseo, en medio de los larguísimos encuentros del
partido.
Una tarde fría de invierno se juntaron para armar una reunión, en una parada de
colectivo. Humberto tenía tres periódicos que entregar y esta vez los tenía en
el bolsillo interno de su sobretodo azul. Inés llevaba un papelito con los
nombres de las personas que se reunirían en una caja de cigarrillos. Lo
suficiente como para encontrar la muerte.
Arreglaron todo en un bar tomando chocolate en lo que entonces era Palermo
viejo. Después salieron caminando, la calle estaba oscura y un patrullero bajó
la velocidad para comenzar a seguirlos. "Qué lástima, Colores", atinó
a decir Humberto cuando vio que la policía bajaba con las itakas en las manos,
y a paso firme los arrinconaban contra un muro sin ventanas. Estaban bien
vestidos y los separaron casi dos metros para preguntarle a cada uno qué estaban
haciendo ahí. Ninguno de los dos había previsto esta situación ese día. Nada
podían decir uno del otro, sin embargo casi al unísono y frente a un hotel de
alojamiento los dos dijeron que iban al "telo".
Los palparon de armas pero no los revisaron. "Circulen rápido si no
quieren problemas", les dijeron y los empujaron con las itakas. Se tomaron
de la mano y entraron al edificio.
Lágrimas y abrazos
Una vez adentro se abrazaron fuerte. Habían zafado. Pero seguían abrazados, él
comenzó a acariciarla y a ella le caían las lágrimas hasta que la pasión los
desbordó, con un sentimiento parecido al terror. Que más tarde se haría
tangible. Pero ese día la pasión tenía gusto a triunfo, una pasión llena de
ganas de vivir, una pasión sin igual.
Los cuerpos se enredaron una y otra vez. La boca de él la recorrió entera y
ella ya no lloraba. Gozaba como jamás lo había hecho en su vida, y notaba que
el mismo placer sentía él. Hicieron el amor durante varias horas y se quedaron
dormidos hasta el amanecer. Poco después los llamaron y mientras ella se estaba
arreglando en el baño, él entró y acurrucó su cabeza en la melena pelirroja y
le dijo: "Qué lanas tenés Colores".
Inés supo en ese momento que él había entrado en su cuerpo, su cabeza y su vida
para siempre. Se terminaba la soledad y también el frío en el corazón por
tantos amigos perdidos. La situación ya no era la misma. Parecía que el mundo
en verdad podía ser mejor, menos hostil. La esperanza se renovaba y ya no se
separaron más. Siguieron con la resistencia a tanta sangre chorreante; la
enfrentaron juntos y decididos.
Ella tenía 22 y él 24. Todavía siguen discutiendo de política. Tal vez crean
aún que el mundo puede ser un buen lugar para la humanidad.
Mucamas en la casa:
Encuentros y desencuentros
Publicado en La Capital – Suplemento Mujer, 7 de diciembre de
2008
Las autoridades nacionales aseguran que en tres años, de 50 mil empleadas anotadas pasaron a 350 mil, y Rosario incluso aumenta los guarismos.
Acaso fueron inmortalizadas por Jean Genet en su obra “Las criadas”; denominación claro que ya no está en uso corriente al menos por estas pampas. Es más, a partir de campañas gubernamentales y de organizaciones de trabajadores la actividad comienza a ser visible vía el “blanqueo” laboral. Así las autoridades nacionales aseguran que en tres años, de 50 mil empleadas anotadas pasaron a 350 mil, y Rosario incluso aumenta los guarismos. Según el responsable de la Asociación Rosarina de Trabajadores Auxiliares de Casas Particulares, Francisco Frenna, la ciudad hace punta en afiliadas en el nivel de formalización de empleo.
En el 2004, en Santa Fe, había unas 6000 trabajadoras blanqueadas y la mitad aproximadamente sindicalizadas, mientras que al día de hoy la cifra trepó a 35 mil, de las cuales 18 mil están adheridas al gremio. Frenna advirtió que la mitad de esa cifra pertenece al departamento Rosario, lo que implica una crecida del 600 por ciento en cuatro años.
“La situación ha cambiado y para mejor, ya no estamos hablando de la servidumbre de hace 50 años. Las propias afiliadas buscan especializarse
y capacitarse”, explica Frena. Prueba de ello es que el jueves pasado se realizó el primer encuentro de graduados de la entidad que otorgó diplomas a más de cien mujeres. “Las especialidades más pedidas son de niñeras y cuidadoras especiales. La gente demanda cada vez más personas capacitadas”, explica Frenna. Esto puede palparse en el local de la entidad, donde se percibe un intenso movimiento de mujeres que van y vienen consultando por sus obligaciones y derechos.
El viejo y la criada. David Teniers el Joven. Hacia 1650 |
Relaciones especiales
Es casi imposible que en una reunión de mujeres de clase media
el tema no salga a luz. La mucama, la muchacha, chica o señora, es
decir esa persona que convive con la familia sin pertenecer a ella,
que realiza aquellas tareas hogareñas de las cuales las mujeres o
señoras de la casa se desentienden, porque en general trabajan “afuera” es
una cuestión presente en cualquier ámbito de conversación. Para
bien o para mal esta relación ambigua, produce amores y odios que van
y vienen de acuerdo a la experiencia, aunque insoslayables. “La
verdad es que estuve tres semanas sin Irene y me dí cuenta de que
todo el trabajo de la mañana se lo delegué y que no sabía qué hacer”,
confiesa María del centro. Pero también admite que hay “días en que
la quiero matar”, ironiza.
Esta desconocida, la trabajadora, tiene a su cargo tareas especiales
que están directa o indirectamente ligadas a la intimidad de la familia. Lo que
provoca sentimientos encontrados entre los convivientes del hogar:
reclamos, agradecimientos y reproches, en general de ambas
partes. Es que este trabajo significa compartir la vida misma. El
cuidado de los chicos, la ropa, la comida diaria, la limpieza de la casa,
incluso de esos rincones inalcanzables y hasta el orden que pasa de
manos y la dependencia que eso genera, en muchas ocasiones, es
al revés: la familia debe consultar a la empleada para poder hallar
sus cosas.
Pero no fue sólo Gennet quien hizo del tema un drama, también en
Argentina esta relación dio luz a literatura específica como el
emblemático libro de Fanny (Epifanía Uveda), la histórica mucama
de Jorge Luis Borges, de quien dijo en varias oportunidades que
era para ella “como un hijo”, e incluso disputó legalmente la
herencia del escritor; hasta la película “Cama adentro”, protagonizada por Norma Aleandro y dirigida por
Jorge Gaggero, y recientemente “Se nos fue María, mi vida es un
caos”, de Jessica Fainsod, entre otros. Ni qué hablar de la
televisión, hábitat inagotable de historias noveladas con
protagonistas de mucamas, maltratadas, violadas y olvidadas, pero que
luego logran ocupar el lugar de “gran señora” en familias ricas. Paradigma de la movilidad social en buena parte
del subcontinente.
La necesidad mutua hace prevalecer la relación, y si bien
hay personas que perduran por años en sus empleos por lo que pasan a ser “casi de la familia”, en
muchas ocasiones la decepción llega hasta instancias legales, en
disputas en las que casi siempre todos pierden. Reproches mutuos
o hasta situaciones de inseguridad también se plantean en el devenir
de un trabajo tan silencioso como invisible para la mayoría. Nunca se cuantificó y
calificó el trabajo de las amas de casas. Es que se lo percibe como
natural, aunque requiera de muchas horas diarias para permitir la
marcha de la familia. “Además siempre se nota lo que no se hace, es
lo que está presente, todo lo que hiciste, aunque te mataste para encerar
o pasaste tres horas planchando nadie se da cuenta”, afirma Inés,
50 años, de la zona sur.
Ese trabajo silencioso e invisible es el que se delega por un
salario que no siempre está a la altura de la significación que tiene
para la familia. La tarea del ama de casa no es remunerativa,
valorada, y tampoco tiene un ítem en el producto bruto interno
nacional, o en otras variantes económicas. Tal vez sea otra cara para
no valorizar este trabajo silencioso que en más de una
oportunidad altera la paz del hogar. Desde hace más de dos
siglos la figura de la sirvienta, la fámula, criada, fue creciendo y
así se convirtieron en empleadas o mucamas, logrando una mayor consideración. Sin embargo aún es un trabajo
que en general se hace en “negro”, por lo tanto no gozan de obra
social y mucho menos de jubilaciones. Casualmente en esta
realidad tanto empleadas como amas de casas comparten su
destino.
Madres adolescentes:
El derecho a elegir
Publicado en La Capital – Suplemento Mujer, 27 de septiembre de
2009
En el 2008, sobre un total de 3.848 partos en las
maternidades municipales, por día nacieron dos bebés de madres entre 14 y 16
años. La misma tendencia se mantiene desde el ‘95.
En el 2008, sobre un total de 3.848 partos en las
maternidades municipales, por día nacieron dos bebés de madres entre 14 y 16
años. La misma tendencia se mantiene desde el ‘95. La directora del Programa de
Educación Sexual y Salud Reproductiva, Elda Cerrano, es taxativa al respecto: "Si la cuestión no se toma como una
política nacional, lo que se hace con ahínco en Rosario es tirar una piedrita
al mar", dice. Las cifras no la asustan, por el contrario, no duda en
asegurar que tanto en la clase media como en la de mayores recursos, la
cantidad de embarazos es la misma, con la diferencia que en esta última se
interrumpen antes de tiempo. "La diferencia está en que la familia tiene
un proyecto con sus hijos, a diferencia de los excluidos donde justamente lo
que falta es el proyecto", asevera.
Según la especialista la cantidad de embarazos
adolescentes obedece a diversas variables. En primer lugar, dice, a cuestiones
educativas. "Hasta que la educación sexual no se trate en las escuelas
como una materia, los índices no bajarán", afirma Cerrano. Otro de los
motivos, según Cerrano, están ligados a lo cultural. "Aquí aparece en su
sentido más profundo el concepto de prole: la descendencia es lo único que se
tiene entre las clases más excluidas como propiedad y para una familia marginal
más allá de la posesión, implica además más brazos para trabajar. Y aquí
empiezan a golpear fuerte la falta de proyectos, la falta de conciencia de que
puede haber alternativas a ser solamemente una niña o jovencita con un hijo. Es
importante que puedan decidir, que sepan que hay otras perspectivas y ayudas
para eso", remarca.
La maternidad adolescente abarca desde los 10 a los 19 años, y a su vez,
se segmenta por años, es decir que aquellas niñas de 14 que consultan se les
hace un seguimiento. "Hacemos un corte, no es lo mismo tal vez las que ya
pasaron los 17 a
los 19 años, que las que no", sostiene. Cerrano insiste con el tratamiento
del tema en las escuelas y en ese punto sostiene que "habría que empezar a
hablar con los chicos desde los 3 o 4 años, solamente queremos que se tome como
un derecho humano". Pero los problemas no terminan en la escuela. También
en los centros de salud e incluso en los hospitales admite que los médicos no
siempre se toman el tiempo para hablar con los chicos. "Hay que romper
barreras. Sentarse con los jóvenes y dialogar. Dedicar al menos entre media
hora o 40 minutos para hablar del tema", afirma. "Es necesario que todos tengan educación y
una salida laboral que los convierta en personas con conocimientos plenos de
sus derechos. Lo mismo pasará con los hijos, sino repetirán la historia de sus
padres", subraya. "No existen cifras de abortos en Rosario porque no
hay un registro" agregó, aunque aclaró que a los hospitales van mujeres
solas, con varios hijos a los que no pueden mantener, con complicaciones a
causa de un aborto precario, mientras que las mujeres de las clases altas no
llegan al hospital porque se hacen esta práctica en lugares seguros y con la
asepsia adecuada", asegura finalmente.
Nacimientos. En la Maternidad Martin ,
durante el 2008, nacieron 68 bebés de madres menores de 14 años; 357, entre 15
y 16 años; 889, entre 17 y 19 años y 1.378, entre 20 y 24 años. En igual
período, en el Roque Sáenz Peña, nacieron 38 niños de madres de menos de 14
años; 164, entre 15 y 16 años; 374 entre 17 y 19 años, y 576, entre 20 y 24
años.
Amsafé escracha hoy
al ministro Rébola
con serenatas y
mariachis
Publicado en La Capital , Rosario, 6 de febrero de 2002
El gremio repudiará el ajuste frente a la casa del funcionario.
Educación suprimirá horas y redistribuirá cargos para ahorrar 22 millones.
Escrache con serenata. Hoy, a las 19, el gremio de los docentes
provinciales (Amsafé) se movilizará hacia la casa del ministro de Educación de
Santa Fe, Alejandro Rébola, en protesta por el anuncio del ajuste para los
establecimientos de educación terciaria. La secretaria del sindicato en
Rosario, Stela Michalek, confirmó el escrache e invitó a participar a toda la
comunidad educativa y en particular maestros y docentes. La llamativa protesta,
que incluirá mariachis y profesores de artes, se programó luego de que Rébola
anunciara que hará una reestructuración que incluye suspender 3.800 horas
(ocupadas por tutores, coordinadores y otros cargos) de la educación terciaria,
y la disponibilidad de 308 maestros de la Educación General
Básica (EGB).
Si bien el ministro insistió con que ningún docente
quedará en la calle y que todos cobrarán los salarios, el gremio lo desestimó y
organizó la protesta. La cúpula de Amsafé descalificó de plano los anuncios de
Rébola y llamó a repudiar el ajuste en la cartera, e incluso mantiene la
amenaza de no iniciar las clases en marzo. "Lo vamos a señalar como uno de
los promotores del ataque feroz que sufrirá la educación pública, que es uno de
los pocos derechos que le quedan a los argentinos", apuntó Michalek. Con
el mismo tenor denunció al titular de la cartera por seguir agregando desocupados
no sólo en Rosario, sino en el resto de la provincia. "El mismo ministro
dijo que va a reducir 22 millones de pesos del presupuesto para este año. Si no
es echando docentes y cerrando cátedras o cursos, ¿de qué manera lo va a
hacer?", inquirió la gremialista.
Nueva modalidad
La nueva forma de protesta implementada por el sindicato
docente prevé canciones mejicanas y murgas, entre otras manifestaciones artísticas,
aunque no se descarta que también hoy aparezcan cacerolas u ollas como instrumentos
telúricos. En rigor, este será el cuarto escrache que sufre el ministro de Educación
provincial en su domicilio participar en Rosario, ya que Amsafé
realizó otros tres durante el año 2000. Entonces, el propio gobernador Carlos
Reutemann repudió la metodología de protesta del gremio docente. "Mi corta
experiencia política me enseñó que nunca se retorna de la agresión", había
sentenciado Reutemann por esos días. Finalizaba el ciclo lectivo del año 2000,
y las declaraciones del mandatario se dieron en un marco de múltiples reclamos sociales en la
provincia. "La demanda social es infinita", se lamentó entonces el
gobernador.
Luego de esos episodios, el año pasado hubo algunos paros
de actividades que el gremio provincial adoptó junto al sindicato nacional
Ctera; sin embargo, las huelgas tuvieron bajísimo acatamiento en la provincia, y prácticamente no se
perdieron días de clases. Incluso, los docentes santafesinos realizaron
numerosos cursos de capacitación fuera del horario escolar y hasta en las vacaciones
de invierno, algo a lo cual Amsafé se oponía.
Las empresas recuperadas
ganan cada vez más espacios
Publicado por PSI (Prensa Sindical Internacional)
Por Isolda Baraldi y Diego Veiga, de la Redacción de La Capital , 30 de agosto de
2005
Obreros de Carrocera Dic |
Por estos días, las fábricas de pastas Mil Hojas y Merlat vuelven a tener presencia en el mercado, Herramientas Unión está "con mucho trabajo" y ya tomó a estudiantes de oficios, el bar Nubacoop de
Trabajadores de Mil Hojas |
Un
panorama similar se vive en la fábrica Herramientas Unión. Esta
metalúrgica, especializada en herramientas de corte y piezas exclusivas por
encargue, está "con mucho trabajo", precisó Omar Pucciano. La empresa
tiene ocho socios y ahora, por medio de un convenio "todo legal", han
tomado a cinco estudiantes de una escuela técnica. "Fabricamos cuchillas,
fresas, brochas, machos, en fin, todo tipo de herramientas, incluso las que nos
hacen por encargo", explicó el hombre.
Con muchos años de oficio sobre las espaldas y la perspectiva de comenzar a
producir con los ex metalúrgicos de Cimetal y Fader, Herramientas Unión alquiló
un galpón contiguo al actual para seguir creciendo. "Las perspectivas son
importantes, estamos comprando nuevas máquinas y vamos a seguir invirtiendo en
esta rama, porque hay autopartes interesadas en comprarnos la producción",
agregó.
La historia de los ex empleados del bar de la Terminal de Omnibus, que
el 23 de octubre de 2001 cerró sus puertas, está signada por la resistencia.
Una historia que se repite en cada uno de los casos de empresas recuperadas.
Estuvieron 14 meses dentro del local librando una batalla legal, conformaron
una cooperativa y plantearon hacerse cargo del bar. Una jueza les dio tres
meses de prueba y les alcanzó para demostrar que el negocio era redituable.
"Con nuestro propio dinero cambiamos pisos, techo, mobiliario y empezamos
de nuevo", recordó José Serrano, uno de los cinco ex empleados que
conformaron la cooperativa, al tiempo que sostiene que el bar es hoy "uno
de los más lindos de la
Terminal ". "Está andando muy bien, estamos
sorprendidos y la verdad es que ahora ganamos más plata que antes",
aseguró. Y las pruebas están a la vista: ya tomaron once empleados y hasta se
animan a pronosticar que "hay perspectivas de incorporar más
personal". Serrano admitió que en este proceso los favoreció la
"reactivación de la
Terminal. En 2001 no viajaba nadie y las plataformas estaban
desiertas, hoy todo es distinto y por suerte ya hay 16 familias que pueden
seguir viviendo de este negocio", remarcó. La cooperativa logró quedarse
con la concesión del bar en la
Terminal hasta 2008 y esquivar el fantasma de la desocupación, que
casi termina con sus ilusiones cuatro años atrás.
Una
historia similar vivieron los 15 empleados de Pastas Merlat. "En
diciembre de 2003 fuimos a trabajar y cuando terminamos, el patrón nos dijo que
no abriría más porque había quebrado", recordó Rubén Lengruber, por esos
días empleado de la firma y hoy tesorero de la cooperativa
"Resurgir", que logró darle continuidad a la empresa. Se quedaron
meses atrincherados en la fábrica hasta que pudieron plantearle al síndico su
idea de formar una cooperativa y seguir con la producción.
Centro Cultural La Toma (Ex Supermercados Tigre) |
Una
historia que muestra las dos caras de la moneda.
A Víctor Aranda las vueltas de la vida le han hecho estar
literalmente en ambos lados del mostrador. Hasta abril de 1998 fue gerente de
Recursos Humanos de Fader, la metalúrgica que a fines de los 70 exportaba
motocompresores herméticos para refrigeración a Brasil y diversas partes de
Asia. Décadas más tarde, con la convertibilidad y la libre apertura de mercados
de por medio, entró en desgracia. "El 3 de abril de 1998, el mismo día del
cumpleaños de mi hija, me avisaron que la firma había quebrado. Tuve que redactar los telegramas de despido y, obviamente, también el
mío", recordó. Ese día se quedó sin trabajo con 43 años y empezó una
debacle que derivó hoy en el inminente remate de su casa. A pesar de todo, no
bajó los brazos. Junto a otros ex empleados de Fader conformó una cooperativa y después de largas batallas judiciales están
a punto de comenzar a producir. Se unieron a la cooperativa Ruedas Rosario, que
formaron ex empleados de Cimetal y, junto a los de Herramientas Unión, crearon
el Centro Metalúrgico de Rosario. El lunes pasado, el flamante centro recibió
un crédito de 240 mil pesos con el que comprarán maquinaria y "a fines de
octubre" esperan estar produciendo autopartes para diversas empresas del
país. Aunque por ahora son sólo diez personas, según los cálculos de Aranda,
"si todo sale bien dentro de un año deberían estar trabajando unos 100
operarios". Ahora esperan ansiosos al miércoles próximo. Es que ese día el
centro metalúrgico recibirá el primer torno y dentro de un mes lograrán tener
el segundo. Después sólo habrá que poner manos a la obra y ver si el esfuerzo
de la gente se traduce en recuperación de fuentes de trabajo. Sus colegas de
DIC ya lo lograron y todo hace pensar que su experiencia puede ser imitada.
Para vestir santos
Extraído del libro Cosas de esas, Editorial Laborde,
Rosario, 2009.
Los Fino tenían
librería en el pueblo. No de libros, aunque había algunos para pintar y otros
de textos, pero fundamentalmente tenían de todo no sólo para la escuela sino
para los negocios que llevaban la contabilidad.
Calle de Guaminí |
El local
estaba ubicado en la avenida principal del pueblo. Sobre la avenida ancha había
que subir dos altos escalones para entrar.
Una vez
allí estaba Don Fino, detrás de algunos de los mostradores con vidrios en las
tapas superiores y luego especies de bibliotecas también con vidrios del techo
al suelo. Y allí había de todo. Desde tinta china hasta todas las plumas
posibles para escribir a tintero, que los había de todo tipo y tamaño. Por
supuesto, mapas, papeles de calcar, brillantes, de forrar tipo araña, hojas
rayadas, cuadriculadas y canson. Es decir lo que se dice un negocio bien
equipado (lo que no era común en el pueblo), y que hacía las delicias de los
chicos curiosos. Otro rubro irresistible era el de las golosinas.
Los Fino
eran tres. La señora y una hija que se llamaba Susana. Los tres se turnaban
para atender al público. Es raro que el único nombre que recuerdo sea el de la
hija. No sé ahora cuántos años tendría entonces, tal vez rondaría los 40, pero
ya era una vieja en el poblado, y nunca se le conoció pretendiente.
Ella y su madre
se vestían casi iguales. Siempre de polleras, camisas y saquitos de lana al
tono en invierno; y con vestidos floreados, muy discretos en primavera y
verano.
Don Fino
combinaba con ese estilo pero era más coqueto. En invierno, usaba una boina de
terciopelo azul o una gorra de corderoy marrón. Todo dependía del color de su
pulóver o pantalón.
Los tres
siempre estaban juntos, Susana no tenía amigas ni salía del negocio o de su
casa. “Ya está para vestir santos”, murmuraban en el pueblo, pero ellos simulaban
que nada pasaba, a pesar de que tener una solterona en la familia nunca fue
bien visto.
Susana
tenía el pelo rubio, corto, y los ojos azules. Era delgada. Sin embargo, su
apatía o falta de inquietudes la hacían ver como una muñeca de porcelana que
hacía juego con las plumas cucharita que estaban en los mostradores.
Iglesia de Guaminí |
Uno nunca
podía saber su humor, respondía con voz monocorde y atendía de igual modo, en
eso era igual a su madre. El viejo Fino era distinto, a él le gustaba entablar
conversación incluso con los niños, siempre alguna pregunta amable y algunos
días contaba sus recuerdos lejanos, de su Italia abandonada.
En cambio
Susana no. Ni siquiera cuando iba a misa y el pueblo se empilchaba para charlar
después en el atrio, ella salía para su casa sin dar vuelta la cabeza y con sus
polleras más que discretas.
Un día
llegó al pueblo Norberto Pontoni con una camioneta importante. Se dijo que
había comprado campos a los Arriaga y que tenía mucho dinero. Además que era
soltero. Tendría unos 50 años o tal vez más y su vida anterior era un misterio.
Nadie lo conocía de antes ni siquiera los Arriaga. Era grandote y risa algo
grosera.
Pontoni
enseguida tuvo una mirada amplia y bastante exacta del pueblo. Sabía que
alguien de afuera y solo, era un hombre deseable, lo que entonces se decía
“buen partido”. Comenzó a ir al Club Social; allí hizo migas con los
parroquianos y hasta con el doctor y el farmacéutico.
Las
solteras y viudas del pueblo estaban alborotadas. Las tiendas vendieron más
telas para vestidos arreglados y abrigos más a la moda.
Había
varias ya de treinta y pico que no conseguían nada. De vez en cuando un novio u
amante ocasional que después desaparecía y el ambiente se llenaba siempre de
chismes malignos hacia la abandonada. Ni qué hablar de sexo. Eso estaba
prohibido y más para las solteras bien del pueblo como Susana.
Pontoni
comenzó entonces a ir a los bailes y se desempeñaba bien tanto en los pasos
dobles como en la música moderna del Club del Clan. Y allí la cosa se ponía
espesa con las interesadas. Que iban al baño a cada rato a ver cómo estaba el
colorete o el rouge.
Pero
Pontoni disfrutaba y variaba de compañera para que ninguna se confunda y dar
esperanzas a todas. Susana no iba a los bailes. No era de ese tipo. Más que
sentarse en la vereda en época de verano o dar una vuelta por el bulevar de la
entrada no hacía. Además no tenía amigas. Pontoni comenzó a ir a la librería.
Y, a pesar de que se lo veía audaz pero ignorante, cada vez que iba al almacén
de Ramos Generales después se hacía un paseo por lo de Fino. Que una libreta de
anotar. Qué lápiz de carpintero. Que cuaderno para llevar el registro de la
lluvia; en fin, siempre necesitaba algo. Nadie sospechó nada. Él daba vueltas
en el pueblo con su chata a veces a demasiada velocidad y las “chicas” quedaban
embelesadas. El médico del pueblo, Ramón Casas, era también el médico de los
Fino. Tenía una buena relación con la familia y sobre todo con Don Fino que
jugaba al ajedrez y más de una vez por mes había partida.
Una
inesperada mañana de septiembre Pontoni entró a la librería y le dijo a Don
Fino que quería casarse con su hija. El hombre lo miró extrañado y se quedó
mudo durante un rato. Después le dijo que lo consultaría con Susana y su
esposa, porque así funcionaban, como una célula política o logia.
Esa noche
fue una revolución la cena. Susana con su cara inmóvil no decía que sí ni que
no. La madre objetaba que nadie sabía quién era este hombre. Finalmente, Fino
que parecía el más interesado dijo: “Mirá hija, dentro de un tiempo nosotros no
vamos a estar. Te vas a quedar sola. Mejor que le digas que sí y también vas a
tener un buen pasar, por lo que me dijo Pontoni”.
Casa de Guaminí |
Susana lo
miró con su mirada gélida y respondió que estaba bien, que si él lo quería lo haría.
La madre medio espantada puso una condición: primero consultar al médico, a ver
qué pensaba él, si su hija servía para ser una “esposa como corresponde”, y
además que sea padrino de la boda, así le daba más prestigio al evento. Es más,
en el fondo de su corazón pensaba que la boda tendría más formalidad.
Esa noche
nadie en lo de Fino durmió. En el Club Social Pontoni anunció que casi con
seguridad el mes próximo se casaría (o sea en octubre). Todos se sobresaltaron
y comenzaron a tirar nombres para sacar información.
Pontoni
negaba con la cabeza al tiempo que lanzaba carcajadas un tanto groseras. Y
entonces la charla se tornó obscena y los que jugaban al mus siguieron el
juego, y otros pagaron y se fueron. Después de todo, Pontoni era un enemigo sexual
en el pueblo que ya había desparejado a varios amantes clandestinos.
Pero además
Pontoni tenía aires de agrandado y eso incomodaba la estructura del pueblo
donde todo estaba reglado, cada quien sabía quién era o lo que el pueblo había
hecho de ellos. En cambio, Pontoni siempre se imponía con su verborragia y su
risa displicente y su bienestar económico. Se podría decir que era el arquetipo
de los que después serían los nuevos ricos.
Finalmente,
se dio la noticia: Susana Fino se casaba con Pontoni, y la fiesta iba a ser en
el campo. Ceremonia sencilla en la
Iglesia , eso sí.
Los rumores
y los chismes dieron para todo el mes. “Esa con cara de bobita seguro que está
embarazada”, era el paradigma para explicar el apresuramiento de la boda. Los
Fino imperturbables y Pontoni organizando los festejos que quedarían
imborrables en el seno de la población.
Guaminí, zona rural |
Tres
vaquillonas asadas con cuero, precedidas de empanadas, achuras de todo tipo.
Ensalada de fruta y una torta blanca de tres pisos con unos muñequitos de
novio, rodeados de flores artificiales. Todo estaba preparado para el mediodía
hasta que las velas no ardan.
De la
animación se hizo cargo el petiso Espil con su acordeón a piano, también Los
Pets, con música más moderna.
Efectivamente,
la fiesta fue apoteótica. Susana eligió un trajecito amarillo patito para el
evento, mientras su esposo se calzó un traje azul eléctrico. Ella entró a la Iglesia del brazo del
doctor Casas y él la esperó en el atrio. Todo el pueblo estaba invitado y los
regalos se contaban por cientos aunque de baja calidad en su mayoría.
A las 5 de
la tarde la mayoría de los hombres estaban atiborrados de vino, hacían gracias
y conversaciones de borrachos. Las mujeres con las caras largas ya querían
volver a sus casas después de tantas horas con los tacos puestos.
Después de
las ocho de la noche recién Susana y Pontoni quedaron solos, con los peones que
se retiraron.
Guaminí: Matadero municipal |
Susana esa
noche perdió su virginidad a manos de un hombre bebido y orgulloso de haber
hecho la fiesta del año. Con esa reunión habría tema para todo el año. Pasaron
los meses y las pocas veces que Susana iba al pueblo se la veía desprolija y de
mal talante. De embarazo ni hablar. Otra vez Susana era el objeto de las
conversaciones en el pueblo. Hasta que un día Pontoni se fue del campo. Susana
se quedó un tiempo esperando, pero nada.
Volvió al
pueblo y a la librería. Nadie le preguntó nada, ni siquiera sus padres, ni el
doctor.
“El destino
es el destino, tu misión es la de vestir santos”, sentenció una noche su madre
y se hizo un silencio de consenso.
Hilos invisibles
Extraído del libro Cosas de esas, Editorial Laborde,
Rosario, 2009
Las tetas
se le veían desde la puerta. A pesar de que el lugar no era tan oscuro, tampoco
luminoso y en la penumbra daba la impresión de que eran un objeto más dentro
del laboratorio de análisis biológicos. El pequeño cuarto –un cuadrado
perfecto- estaba atiborrado de cosas. Frascos, grandes y chicos, de distintos
colores, transparentes, blancos, ámbar, marrones y hasta violetas. Una mesada
grande al medio, y otra justo a la derecha de la puerta de madera. También un
microscopio plateado y verde. Cientos de cajitas con tubos de ensayos. Tubos de
goma redonda y hueca, marrones, largas y cortas, agujas, jeringas, un pequeño
archivo con fichas amarillentas.
Laguna de Guaminí |
Plantas,
algunas en macetas y otras en frascos de boca ancha. Libros de botánica,
zoología y merceología, papeles por doquier y carpetas tan secretas que nunca
se abrían; sobre todo aquellas que estaban sobre los estantes más altos.
Ella era la
bioquímica del pueblo. Graciela se llamaba y había llegado del brazo de un
hombre lugareño, desde una ciudad lejana a la que pocas veces volvía.
Era
regordeta, tal vez algo más, de baja estatura, morocha de labios anchos y ojos
oscuros. Coqueta, se vestía con trajes de colores fuertes pero opacos. De vez
en cuando camisas de seda con grandes flores que agrandaban sus tetas y también
su sonrisa.
Abría el
laboratorio a la mañana temprano, después cerca del mediodía iba hasta lo que
había sido el leprosario del pueblo, dentro del enorme hospital del pueblo, que
tenía un laboratorio anticuado pero amplio. Su marido la llevaba, cada mañana,
en auto las veintipico de cuadras que tenía que atravesar, ella volvía a pie.
Todos los
días, salvo los de lluvia, con los hombros rectos, la cabeza alta, estirando el
cuello ancho y corto.
Algunas
tardes tenía horas cátedra en la escuela secundaria, biología, botánica y
zoología eran sus fuertes. Repetía año a año las germinaciones de porotos y
maíz, frente a los alumnos. Los estambres y pistilos formaban parte de su
vocabulario cotidiano y escolar.
Pero de vez
en cuando se atravesaban por su cabeza otros mundos y los volcaba en las aulas.
Tal vez era el único ámbito en donde escuchaba su voz en alto, con entonación y
algunas licencias de una ironía, no siempre comprendida por los púberes.
Cuando
abandonaba la soledad del laboratorio, el silencio de las plantas, del lente
del microscopio, de las gotas de sangre que hablaban pero sólo de sí mismas
ampliadas en la placa del aparato. Del pis y la caca que analizaba cada día, y
mostraban bacterias y parásitos, comunes de la zona. Toda información
silenciosa, que le provocaba alguna exclamación pero sobre todo gestos. Incluso
la flema que delataba tuberculosis, u otras enfermedades casi innombrables en
esa época. En esos casos levantaba las cejas y abría la boca.
Un día
pensó que las plantas, las del laboratorio, eran el oxígeno necesario para
tanto bicho malo, loco y sobre todo pequeño. La mayoría de los días se ponía
guantes de goma para manipular los tubos de ensayo, llenos de sangre, orines,
mierda y mocos de los lugareños.
Casa de Guaminí |
Era
difícil, al verla caminar por las anchas veredas del pueblo, descifrar en qué
pensaba o qué le llamaba la atención. La mayoría de las veces y para estupor de
los vecinos no saludaba, tenía la mirada puesta en el cielo, o simplemente
hacia delante. Arriba de su estatura y de la de los otros, como si fuera más
alta que el resto de los mortales. Increíblemente lograba una inversión de su
porte. La actitud, claro, provocaba indignación entre la mayoría que se le
cruzaba a su paso.
La doctora,
como expresamente se hacía llamar, no sólo no tenía amigas sino que tampoco
murmuraba los buenos días, o el cómo le va o solamente el hola. No era para
ella importante. Sí lo hacía cuando tenía que extraer sangre o dar los
resultados de los análisis. Con eso era suficiente.
Nunca
aprendió que en los pueblos el valor del saludo es casi tan importante como la
mirada y el gesto hacia los semejantes, incluso cuando apenas hay un cruce
callejero. Pero ella tenia la boca grande y mustia y guardaba las palabras para
sus cátedras y alguna otra ocasión importante.
Acaso
acostumbrada a la compañía de las plantas, de sus objetos de trabajo, de la
penumbra de su cuarto. De la penumbra de toda su casa menos de la farmacia que
su marido, llena de luz y de ventanales abiertos, abiertos de par en par y que
de noche se cerraban con cortinas metálicas.
Había pocos
momentos, en que su lengua no paraba, por fuera de las aulas. En general en la
sobremesa de un esporádico almuerzo en el comedor diario de su casa, que sí
tenía una ventana no muy grande a un patio interno embaldosado y lleno de
plantas en macetas. El terreno, el patio de tierra grande, estaba atrás y
descuidado.
En la mesa
y luego de una sabrosa comida que preparaba con sus manos, tomaba la palabra.
Primero había tomado vino, de mesa. De botella de litro o damajuana como se
usaba en el pueblo. Entonces le brotaban las palabras y hablaba de tierras
lejanas, de la isla de Pascua o de Borneo. Lugares en el mundo que en el pueblo
no existían, por eso sus hijos con algún invitado, en general amigas de las
hijas, quedaban boquiabiertas enredadas en cuentos que por lejanos parecían de
ficción.
Los
protagonistas de las historias no eran humanos, eran animales. Tortugas, peces,
ratas, gatos extraños y reptiles, a los que describía con detallada precisión.
Y así
transcurrió el tiempo, como transcurre siempre en los pueblos. Tal vez con un
poco más de demora. Los hijos se habían ido a estudiar, lejos, y la
conversación con ellos se transformó en escuetas cartas o llamadas telefónicas.
Después
vino la época de las jubilaciones, primero en el leprosario y luego en la
escuela secundaria. La primera jubilación le quitó sus 20 cuadras caminadas por
el pueblo y si bien no saludaba tenía ese contacto indirecto con sus semejantes
y observaba los lentos cambios que el lugar exhibía.
Luego, el
retiro de la escuela le arrancó la verborragia diaria, a veces inentendible, a
veces por demás divertida. Y la sombra de sus tetas quedó deambulando para
siempre en el establecimiento.
Quedaba aún
el trabajo en el laboratorio pero la llegada de una bioquímica más joven, con
aparatología más moderna, le fue quitando pacientes. De todos modos, con ellos
mantenía una relación distante, de pocas palabras.
Así se fue
encerrando en su laboratorio, con sus plantas, sus libros, sus tubos, su
silencio.
El silencio
le fue ganando el cuerpo. Sobre todo el corazón. Su gran carcaza continuaba
siendo grande, su boca también, pero sus labios rara vez se abrían.
Se cansaba
seguido y se acostaba en su oscuro dormitorio. El resto de la casa también
permanecía a oscuras y casi todas las noches su marido comía en el club,
después de cerrar la farmacia.
Cementerio de Guaminí |
Sus hijos
comenzaron a inquietarse, las cartas se convirtieron en esquelas y más adelante
en monosílabos telefónicos.
Después la
nada. El farmacéutico hacía de interlocutor, aunque de pocas palabras.
Un día no
se levantó, y eso fue para siempre. Su enorme cuerpo quedó inerme y, una mañana
de sol, la encontraron muerta. Eso sí, lo primero que se le veían eran las
tetas y después su ancha boca cosida con hilos invisibles que nadie se atrevió
a tocar.
Video:
El 31 de marzo de 2010 se le puso el
nombre "Isolda Baraldi"
a un aula de informática del Instituto de
Periodismo Tea de Rosario,
donde se desempeñó como docente.
En tal ceremonia
estuvieron presentes su familia, alumnos y ex alumnos de Isolda.
En este video
aparecen las imágenes emitidas en abril de 2010 en Gente que Hace, programa de
Canal Somos Rosario, Cablevisión y Multicanal, de Rosario, Argentina.
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