Juan
Carlos
Volnovich
PENSANDO LA EDUCACIÓN:
Juan Carlos Volnovich
Juan Carlos Volnovich
Presentamos aquí algunos textos para introducirnos en las ideas del psicoanalista argentino Juan Carlos Volnovich, que consideramos un aporte invaluable a la hora de reflexionar sobre nuestra práctica educativa en la actualidad.
En el primero de los artículos, Volnovich intenta caracterizar algunos trazos de los adolescentes actuales, considerando en particular el impacto del entorno digital.
En el segundo texto, El porvenir de la infancia, escrito hace ya una década, el autor hace un recorrido histórico sobre las concepciones imperantes sobre la niñez.
Por último presentamos una entrevista en la que Volnovich vuelve sobre estos temas y aborda también la problemática de la violencia.
Es apenas un pequeño muestrario para introducirnos en la obra de un pensador que tiene mucho para decirnos a quienes transitamos hoy por las aulas.
Juan Carlos Volnovich nació en Bernasconi, La Pampa en 1941. Médico, estudiante de Psicología,
desde el comienzo de su actividad profesional -1964- se dedicó al psicoanálisis
de niños. Formado en el Instituto de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica
Argentina, renunció a la misma integrando el Grupo Plataforma en 1971. Desde
1964 hasta 1971 fue concurrente del Departamento de Niños del servicio de
Psicopatología del Policlínico de Lanús. A comienzos de la década del setenta
participó en la conducción del Centro de Docencia e investigación de la Coordinadora de
Trabajadores de Salud Mental. Durante los años de la dictadura militar en la Argentina (1976-1983)
trabajó en el servicio de Psiquiatría del Hospital Pediátrico “Wiliam Soler” en
la Habana ,
Cuba. Presidió el Espacio Institucional y colaboró con Organismos de Derechos
Humanos en Argentina y en el exterior, especialmente con Abuelas de Plaza de
Mayo.
Volnovich es Doctor Honoris Causa por la Universidad Madres
de Plaza de Mayo; Miembro de Honor de la Sociedad de Psicólogos de Cuba; Jurado en los
Concursos para cubrir cargos de Profesores Regulares de la Facultad de Psicología y
de la Facultad
de Ciencias Exactas de la
Universidad de Buenos Aires; integra el Comité de Expertos de
la CONEAU
(Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria); ha sido
seleccionado por la Unión
de Mujeres de la Argentina
para recibir la estatuilla Margarita de Ponce por sus aportes a la Teoría de Género. Actualmente
investiga la constitución subjetiva en psicoanálisis de niños y la relación
entre el psicoanálisis y la teoría de las relaciones de género.
Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: El niño del siglo del
niño; Claves de infancia. Ética y género en la clínica psicoanalítica con niños;
Psique. Del silencio al grito; Ir de putas. Reflexiones acerca de los clientes
de la prostitución. En colaboración con otros autores, publicó asimismo: Crisis
social y sus marcas en la subjetividad; Contra lo inexorable; Ensayos y experiencias
(Sexualidad y educación).
Los jóvenes y sus “golosinas digitales”
Aproximación a la cibercultura adolescente
Tomado del artículo “Conectados ¿en soledad?”, aparecido en la revista Imago-Agenda. Publicado en Página 12, el 14 de julio de 2011
Viven hiperconectados. Oyen la radio mientras estudian en un libro con la
tele prendida, jugando a la play, hablando por el celular, chateando y comiendo
pizza. Eligen el acceso hipertextual en lugar de la narrativa lineal. Funcionan
mejor en red, aprecian la gratificación constante que los incita a desafíos
crecientes: son los “nativos digitales”, a los que el autor se dedica en este
ensayo.
Es
muy probable que el operativo de instalar en el imaginario social la figura de
adolescentes aislados, semiautistas, encapsulados, no sea una acción tan neutra
ni tan inocente como pudiera creerse. Esos jóvenes, “nuestros jóvenes”, esos a
quienes les espera una temporalidad sin futuro y una desafiliación marcada por
la exclusión del trabajo y la falta de inscripción en formas estables de
sociabilidad, tienen muy mala prensa y son objeto de una verdadera campaña
difamatoria por parte de los medios de comunicación de masas a la que
contribuyen, muchas veces, los “expertos” cuando registran como conductas
desviantes lo que en realidad son producciones novedosas.
Tal vez es un exceso referirnos a quienes transitan la adolescencia como una
totalidad; antes bien, deberíamos reconocer la existencia de múltiples
universos simbólicos. Tal vez no podamos aludir a una adolescencia cuya ética y
estética subordine a las demás, pero eso no tiene por qué autorizarnos a hacer
caso omiso acerca de una cultura dominante, aunque esa cultura sea la de la
parcialidad y la fragmentación.
Porque el caso es que nos ha tocado vivir un período trascendente en la
historia de la humanidad; momento en que las innovaciones tecnológicas están
impactando en la familia, en el sistema educativo, en la vida misma, como nunca
antes había sucedido. O, al menos, como desde la invención de la imprenta,
desde Gutemberg, no había sucedido. Y la cuestión no se clausura ahí. Quiero
decir: antes que asistir a la incorporación de novedades tecnológicas estamos
atravesando significativos cambios culturales. Hemos pasado de una cultura
letrada –libro, papel y lápiz–, a una cultura de la imagen que, a su vez,
rápidamente, le dejo lugar a la cybercultura. (1) Entonces, de lo que aquí se
trata es de la cybercultura y de los sujetos que la protagonizan: nosotros, los
“inmigrantes digitales”, “expertos” en adolescentes que aún no hemos
desarrollado los instrumentos teóricos ni las herramientas epistemológicas con
las que podamos teorizar acerca de los procesos y las operaciones lógicas
desplegadas por los “nativos digitales”. (2)
Porque ocurre que hoy en día, los adolescentes se definen más como usuarios y
como autores que como aprendices. Se caracterizan más por las operaciones que
pueden llegar a hacer con el flujo de información que reciben, que por el
sentido que les encuentran a los textos que se le ofrecen. De modo tal que,
transformados en autores, las pibas y los pibes no interpretan textos, no leen
ni descifran, no incorporan algo que en el futuro puede llegar a servirles;
solo operan, generan estrategias operativas –muchas veces extremadamente barrocas
y complejas– para que la marea de información se le vuelva habitable.
Con el éxito editorial de Harry Potter, ante la avalancha de best-sellers para
niños, con la familiaridad del chat y de los mensajes de texto por los
celulares, con la popularidad de Facebook o de Twitter, quienes
pensaban que la lectoescritura estaba agotada y había cumplido su ciclo en la
historia de la humanidad, volvieron a respirar. Claro está que el nuevo género
literario de mensajes usados por los pibes rápidamente transformó los suspiros
de alivio en gritos espantados ante la perversión de la lengua, pero aún así,
es inevitable aceptar que, al menos, leen y producen textos. Escriben y… leen.
Pasan el día, y muchas veces las noches, leyendo y escribiendo.
Pero la lectura de los usuarios-autores nada tiene que ver con la lectura de
los alumnos. En los alumnos la lectura tiene una ventaja jerárquica por sobre
otros estímulos informacionales. En los alumnos la lectura deja marcas que
perduran y que reaparecen, investidas, resignificadas o expulsadas a lo largo
de la vida del sujeto. En cambio, para los usuarios, leer es una acción
destinada a producir imágenes. Es apenas un medio para un fin, una más entre
las múltiples operaciones de recepción del hipertexto que junto a las películas,
los sitios de Internet, los afiches, los juegos de cartas, los disfraces,
contribuyen a la producción de imágenes propias que son usadas para competir
con la abrumación de imágenes aceleradas, estímulos publicitarios que los
bombardean y amenazan saturarlos. Así, las pibas y los pibes de la cybercultura
transitan como esquiadores sobre el agua. Se desplazan a toda velocidad
intentando, con las imágenes propias que no sólo pero también, les brinda la
lectura, reducir la aceleración. Si se detienen, colapsan agobiados: el
aburrimiento se apodera de ellos.
Porque los “nativos digitales” aman la velocidad cuando de lidiar con la
información se trata. Les encanta hacer varias cosas al mismo tiempo, y casi
todos ellos son multitasking y en muchos casos multimedia. Viven
hiperconectados. Pueden oír la radio al tiempo que estudian en un libro la
lección de historia con la tele prendida, jugando a la play, hablando por el
celular, chateando con medio mundo y comiendo pizza. Prefieren el universo
gráfico al textual. Eligen el acceso aleatorio e hipertextual en lugar de la
narrativa lineal. Funcionan mejor cuando operan en red y, lo que más aprecian,
es la gratificación constante y las recompensas permanentes que, por lo
general, los incitan a desafíos de creciente complejidad. Pero, por sobre todo,
prefieren jugar antes que estudiar. Su alimento verdadero son las golosinas
digitales y no los alimentos convencionales. Pueden hackear la computadora más
sofisticada por la noche y, por la mañana, reprobar el examen más sencillo de
matemáticas.
Vaya como ejemplo de lo que acabo de afirmar: en un trabajo serio y riguroso,
Kurt Squire y Henry Jenkins (3) encuestaron a 650 alumnos del MIT (Instituto
de Tecnología de Massachussets) y encontraron que el 88% de ellos habían jugado
a los videogames antes de los 10 años, y más de 75% lo seguía haciendo. Entre
nosotros, el campeón nacional de Counter Strike –hasta hace poco tiempo atrás
uno de los juegos más populares– es uno de los mejores alumnos del Colegio
Nacional de Buenos Aires. Estos datos contradicen plenamente las tesis vulgares
que pretenden encontrar una incompatibilidad entre el desarrollo de la
inteligencia, la incorporación de conocimientos y los videojuegos.
Por eso la cuestión de los videojuegos tiene poco y casi nada que ver con
discusiones acerca de la corrupción cultural o de la adicción electrónica
–aunque muchos psicoanalistas envejecidos prematuramente así lo vendan– sino
con un profundo cuestionamiento político de la concepción tradicional y actual
de qué es aprender y de cómo se aprende, y de qué tipo de ciudadano formar,
para qué tipo de mundo, –muy diferentes seguramente del que muchos colegas
tradicionalistas tienen en su cabeza–.
Entonces, la elección es clara: o los “inmigrantes digitales” nos decidimos a
despojarnos de nuestros prejuicios o los “nativos digitales” nos dejarán a
nosotros conectados en soledad. Porque lo que aquí está en juego es un cambio
cultural. Ya no se trata de reformatear viejos hábitos de pensamiento y
contenidos actualizándolos, traduciéndolos al código de las imágenes y del
lenguaje multimedia, sino de algo mucho más complejo y sutil. A saber:
reconocer y recordar que forma y contenido están inextricablemente unidos y que
si bien el buen sentido y los talentos tradicionales no están en cuestión, lo
que sí está en cuestión es que las operaciones lógicas no pueden plantearse en
contraposición a la aceleración, al paralelismo, a la aleatoriedad y a la
atribución diversificada del sentido.
El problema, entonces, no es la “soledad”. El problema reside en el Otro. Más,
aun: el problema reside en que la nuestra tiende a ser una cultura sin Otro. Al
menos, sin un Otro simbólico ante quien el sujeto pueda dirigir una demanda,
hacer una pregunta o presentar una queja. La nuestra tiende a ser una cultura
colmada por Otros vacíos (4). No hay un Otro en la cultura actual y todavía está
por verse si el Mercado reúne las condiciones de dios único, capaz de
postularse para ocupar el lugar vacante que el Otro tuvo en la modernidad (5). Más
bien parecería que los nuevos tipos de dominación remiten a una “tiranía sin
tirano” (6) donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso
a la pura impetuosidad de los apetitos. El capitalismo ha descubierto –y está
imponiendo– una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no intenta
controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los adolescentes para que
obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve
las instituciones de modo tal que las pibas y los pibes quedan sueltos, caen
blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por
la catarata del Mercado, por los flujos comerciales; listos para circular a
toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y, más aún, para ser descartados
de prisa (7). La cultura actual produce sujetos flotantes, libres de toda atadura
simbólica: “colgados”. (8)
Si como afirmaba antes la nuestra tiende a ser una cultura colmada por Otros
vacíos, no es difícil aceptar que hay varias adolescencias, que no existe una
adolescencia –o, al menos, que no existe una adolescencia hegemónica– y que
todo se reduce a la singularidad de cada una y cada uno de los adolescentes. (9)
Ocurre, sin embargo, que el vértigo, la velocidad con la que se instaló la
cybercultura produjo cambios significativos en las subjetividades de lo que
hasta ahora habíamos conocido como cultura “textual” o cultura “letrada”, y
esos cambios no han sido acompañados con la misma agilidad por desarrollos ni
de la pedagogía ni del psicoanálisis. Más bien parecería ser que las nuevas
tecnologías, y las innovaciones culturales, han reforzado los dispositivos más
convencionales, las respuestas más reaccionarias, desplazando los problemas
referidos al sujeto psíquico desde el campo del psicoanálisis al campo ampliado
de la medicina. Ubicando –reubicando– al sujeto ahora en calidad de cerebro,
dentro de la neurología o, en el mejor de los casos, dentro del cognitivismo. Y
la nosología psicoanalítica clásica se profundizó y se expandió ofreciendo
viejos odres para vinos nuevos.
En nuestro país, la masa crítica del psicoanálisis que supo tomar el trauma
individual y social de los años de plomo como desafío para promover una
producción original, innovadora y fundante a nivel mundial, quedó tributaria de
una posición si no conservadora al menos poco fecunda y retardataria cuando se
vio obligada a tomar posición frente a los cambios culturales que las nuevas
tecnologías impusieron. Las computadoras, las diversas consolas para
videojuegos, los celulares, se colaron en las sesiones a disgusto de los
analistas que las registraron más como molestia que como significantes de una
cadena a interpretar; más como evidencia resistencial que como material
transferencial. Y los analistas de adolescentes acostumbrados a navegar por el
discurso de los pibes a bordo de una estructura basada en la narrativa de la
representación, tendieron a clausurar la cuestión con recursos psicológicos,
semióticos y lingüísticos convencionales como si nada nuevo hubiera en los
videojuegos. Por ejemplo; se conformaron con someterlos a los instrumentos que
fueron eficaces para los juegos que le precedieron haciendo caso omiso a su
potencia interactiva, aplanando justamente aquello que los videojuegos aportan
como novedoso. Los analistas de adolescentes –“inmigrantes digitales”– quedaron
prisioneros de los conceptos de representación que les impidió acceder a la
potencia teórica de la simulación; aquella a la que hace ya muchos años apelaba
Gianfranco Bettetini cuando propuso el “(Por un) establecimiento semio-pragmático
del concepto de simulación”.
Se impone, entonces, una nueva manera de posicionarnos frente a quienes vienen
a confrontarnos con nuestros fracasos y con el fracaso de una cultura que hizo
de la ciencia, virtud, y gloria, del progreso. Los “nativos digitales”.
Aquellos a quienes Alessandro Baricco (10) llamó los “Bárbaros”. En realidad,
esos “nativos digitales”, esas pibas y esos pibes desconfían de la información
que queremos transmitirles; si son poco receptivos es porque sospechan que ese
saber y ese sistema axiomático que les ofrecemos no es ajeno a la catástrofe
que les toca vivir. Y, lo que no les perdonamos es que, con su irreverencia,
nos hagan saber que nuestra gloria de burgueses cultos y civilizados generó,
permitió –o, al menos, no logró impedir– las peores calamidades que sufrió la
humanidad (desde Auschwitz a Hiroshima; desde la ESMA al consenso que toleró
la instalación del neoliberalismo entre nosotros, por mencionar sólo algunos);
gloria de burgueses que produjo una generación sufrida, castigada y maltratada
a la que sólo le queda refugiarse allí: en la oscuridad de un cyber, en la
precariedad de un estigma (un tatuaje, un piercing, una cicatriz), la
precariedad de un estigma elevado a emblema.
Así, en contraste con los jóvenes de generaciones anteriores, la actual es la
primera generación que, para lograr su independencia, cuenta con la dependencia
de las nuevas tecnologías. Jeroen Boschma (11) e Inez Groen han impuesto la
categoría de Generación Einstein para aludir a quienes nacieron a partir de
1988. Estos autores esgrimen sobrados argumentos para fundamentar el respeto y
la admiración que les despiertan los jóvenes contemporáneos: pibes que conocen
como nadie las reglas del marketing, que leen la prensa como periodistas, que
miran películas como semiólogos, que analizan anuncios como verdaderos
publicistas, que siguen sin dificultad alguna la complejidad de Dr.
House y deLost. Son jóvenes que se despliegan en un universo simbólico
donde sus padres y los adultos que los rodean –“inmigrantes digitales” – no
entran más que para balbucear torpemente. Más rápidos, más inteligentes, más
sociables, se mueven como pez en el agua en el cyberespacio sin pedir permiso a
los mayores.
1.
Piscitelli, Alejandro: Nativos Digitales: Dieta cognitiva, Inteligencia
colectiva y Arquitectura de participación. Aula XXI.
2. Desde varias fuentes han surgido convincentes críticas al uso de los
términos “inmigrantes” y “nativos”. Aun así, tienen una fuerza conceptual que
no habría que despreciar.
3. Squire, Kurt; Jenkins Henry: Harnessing the power of games in education en
http://website.education.wisc.edu/kdsquire/manuscripts/insight.pdf 04/07/011
4. Dufour, Dany-Robert: “El carácter incompleto del Otro” En: El arte de
reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del
capitalismo global. Paidós. Buenos Aires. 2007.
5. Dufour, Dany-Robert: “¿El Mercado será el nuevo gran Sujeto?” En: El arte de
reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del
capitalismo global. Paidós. Buenos Aires. 2007.
6. Arendt, Hanna: Du mensonge a la violence. Calman Levy. París.1972.
7. Virilio, Paul: La inseguridad del territorio. Asunto Impreso. Buenos Aires.
2000.
8. Si mi afirmación tuviera algo de verdad, si no hay Otro en la cultura actual,
el desafío que se abre a las puertas del análisis, adquiere un valor definitivo
porque lo que se juega allí es, justamente, la posibilidad de sostener un
espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico; una invitación a resistir
el arrasamiento subjetivo; la propuesta a darse un tiempo –todo el tiempo
necesario–, a pagar un precio –casi siempre alto aunque la gratuidad del
servicio hospitalario a veces tienda a disimularlo– para tomar distancia del
vértigo indetenible de los flujos consumistas; paradójicamente, a consumir
psicoanálisis para poner distancia respecto de los imperativos que los
pretenden productivos, eficaces, exitosos, acríticos y líquidos.
9. Dufour, Dany-Robert: “El carácter incompleto del Otro”. En: El arte de
reducir cabezas. Sobre la servidumbre del hombre liberado en la era del
capitalismo global. Paidós. Buenos Aires. 2007.
10. Baricco, Alessandro: Los bárbaros. Ensayos sobre la mutación. Anagama.
Barcelona. 2006.
11. Boschma, Jeroen: Generación Einstein. Publicado en Holanda fue premiado
como el mejor libro europeo del 2006.
El
porvenir de la infancia
Publicado en elsigma.com, el 31 de julio de 2003
El porvenir de la infancia deja bien en claro que no alude al porvenir de
las niñas y de los niños que, casi seguro, si no mueren en el intento de serlo,
si no caen víctimas del proyecto de exclusión y de exterminio que se ha
ensañado con ellas y con ellos, algún día crecerán y se harán grandes.
El
porvenir de la infancia dirige el foco de atención al imaginario social. Es la
infancia que transita por el imaginario social como efecto de sentido, como
atribución de significados producto del discurso que decide sobre el lazo
social y ordena la relación con lo real, la que reclama nuestro interés.
Mis reflexiones estarán dirigidas al concepto de infancia. Ese provenir me desafía.
Me desvela ese futuro y, desde que no me funciona como querría la bola de
cristal del adivino ni confío en profecías o en proféticas aseveraciones, me
veo obligado a recurrir al pasado para poder así, abordar el porvenir. No tengo
más remedio que trazar un vector que viene de lejos y se continúa, marcando una
tendencia con una línea de puntos, si algo quiero aventurar sobre el futuro.
Niñas
y niños han existido siempre pero no siempre exisitió la infancia como
representación de conjunto y, desde ya, esa representación, la manera de
inscribirse en el imaginario social, no sólo ha ido variando a lo largo de la
historia y de las diferentes culturas sino que ha tenido una responsabilidad
definitiva a la hora de explicar las maneras de vivir y de morir de niñas y de
niños.
No siempre exisitió la infancia como representación, no siempre con el
mismo sentido, y hasta algunos apocalípticos como Cristina Corea e Ignacio
Lewcowicz se arriesgan a afirmar que el futuro ya llegó, que ya nada hay que
esperar por que se acabó la infancia.
Para
saber algo de la infancia que está por llegar, vayamos para atrás. Y, ahí, sin
ir muy lejos en la historia de humanidad, vayamos al siglo IV para entontrarnos
con la figura hegemónica del niño pecador ocupándolo todo.
Es en San Agustín [1] (354-430) donde se visualiza con mayor transparencia esa
imagen de la infancia que transgrede los límites de la inocencia. Para San Agustín, en
cuanto nace, el niño, representante del vicio, se convierte en símbolo de la
fuerza del mal: ser imperfecto que lleva en su seno todo el peso del pecado
original. En La Ciudad
de Dios, San Agustín explica, extensamente, lo que entiende por "pecado de
infancia". Describe a las criaturas como seres ignorantes, apasionadas,
caprichosas. Dice: "si los dejáramos hacer lo que les gusta, no hay crimen
que no cometerían". Así, los niños son, para San Agustín, el testimonio
más demoledor de la maligna naturaleza de la humanidad; son un condensado de
intenciones y acciones condenables que se ponen en evidencia a través de una
conducta que irremediablemente los precipita hacia el mal. Agustín, como varios
siglos después hizo Freud, describieron (descubrieron) al “perverso polimorfo”
que cada uno de nosotros fue y es. Solo que la carga valorativa marca la
diferencia entre ambas afirmaciones. Si en San Agustín la sexualidad infantil
es sinónimo de un repudiable pecado, en Freud es condición insalvable e
ineludible de su “ser” deseante, de su “ser” humano. De ahí que San Agustín
avalara que los niños fueran juzgados de acuerdo a las normas morales -pero
también jurídicas- previstas para los adultos pecadores. ¿De qué otra manera se
entiende, si no, la sanción que se les imponía?:
"...es
pecado codiciar el seno llorando.
Desear el pecho de la madre es una avidez maligna.
Al oponer la imperfección infantil a la perfección que el adulto puede lograr
a partir de una vida piadosa y penitente, postula a la infancia como
destinataria de todo lo repudiable. La influencia de San Agustín, claro está, no cesó con
su muerte ni se redujo a su época. Antes bien, se prolongó durante siglos en la
cultura occidental. Fue retomado hasta fines del siglo XVII y sigue vigente aún
en nuestros días.
Si
para él, como para Freud, el niño no era inocente, para Descartes (1596-1650),
-ese filósofo francés que tanto influyo en la historia del pensamiento
occidental-, antes que pecador, fue concebido como sede del error. Descartes
“descubrió” que la lógica infantil no era la misma lógica que emplean los
adultos; que la de unos y otros, no era la misma razón. Pero el avance que
significó reconocer la diferencia quedó acotado al condenarla como deficiente.
Como para Descartes la infancia es ante todo debilidad de espíritu -ya que la
facultad del conocimiento está subordinada al cuerpo (el niño no tiene más
pensamientos que los que proceden de sus necesidades corporales)- concibe el
alma infantil llena de sensaciones y opiniones falsas. Así que no por pecador,
pero sí por equivocado, Descartes propuso liberarse de la infancia como quien
apela a expiar un mal, a corregir un error.
"Porque todos hemos sido niños ante de ser hombres...
Es
casi imposible que nuestros juicios fueran tan puros
y
sólidos como los hubieran sido si desde el momento de nuestro nacimiento
hubiéramos
dispuesto del uso cabal de nuestra razón" [3].
Para
Descartes la infancia, las falsas teorías de los niños -y lo que de la infancia
perdura en el adulto- es un mal. Varios siglos después Piaget dirá que es un
mal necesario. O, mejor aún, que son teorías necesarias y que no precisamente
están mal ya que son reestructuradas sin cesar en el presente a la manera de
una reorganización que garantiza el pensamiento, pero a pesar de Piaget aun hoy
en día persistimos en evaluar a los chicos desde la lógica adulta.
Si San Agustín contribuyó a instalar en el imaginario social la figura del
“niño pecado”
que Freud legitimó; si con Descartes se convalidó la figura del “niño
equivocado” que Piaget desmintió, faltaba aun desarmar la imagen del “niño
esclavo” [4].
Son
varios los autores que coinciden en situar en el último tercio del siglo XVIII [5], la "revolución" que promueve un cambio
copernicano en cuanto a la valoración social de la infancia. La filosofía del
Siglo de las Luces difundió dos grandes ideas complementarias, que en alguna
medida, contribuyeron a modificar la representación social de la infancia: el
concepto de igualdad y el concepto de felicidad. Aunque el concepto de igualdad
estaba más referido a la igualdad de los hombres entre sí, que a la igualdad de
los seres humanos, hombres, mujeres y niños, la condición del padre, de la
madre y del niño se modificaron en el sentido de una mayor homogeneidad. En el
Contrato Social, uno de los textos que dan la dimensión de ese cambio, J.J.
Rousseau afirma que el padre y la madre tienen el mismo "derecho de
superioridad y de corrección sobre sus hijos", pero estos derechos están
limitados por las necesidades del niño y están fundados en "la incapacidad
del niño para velar por su propia conservación". Esto es: la responsabilidad
de atender a los hijos se limita al tiempo en que éstos no puedan arreglárselas
solos. Después, los padres tendrán que darles la misma libertad que tienen
ellos. Los hijos, una vez que están en condiciones de prescindir de los
cuidados paternos, "ingresan todos por igual, en la independencia".
Fue apoyándose en esta convicción como Rousseau se opuso a los enciclopedistas
que suponían a los padres con derecho a exigir cariño y respeto de sus hijos
por el mero hecho de haberlos procreado, deuda que sólo se cancelaba con la
muerte. Con esta aseveración sobre la igualdad de los hijos, Rousseau se puso
al frente de lo más progresista de la época ya que, al afirmar que el hombre
nace libre, equiparó la naturaleza del hijo a la del padre. Siendo el hijo
potencialmente libre, la función del padre se limitaba, entonces, a permitir
que se actualice -que se realice- esa libertad. Así, criar a un hijo se
transformó, lisa y llanamente, en llevar adelante una serie de acciones para
brindar ayuda a un ser indefenso y dependiente hasta que este adquiriera su
total independencia y autonomía. Pero esta lógica roussoniana reforzó, al mismo
tiempo, los estereotipos patriarcales más convencionales desde que terminó
ubicando a la mujer en calidad de esposa al servicio de las necesidades del marido
y de los hijos.
Pese a que surgieron críticas a la situación de dependencia en que se
mantenía a la mujer con respecto a la crianza de los niños lo cierto es que lo
fundamental de esta convención familiarista no se modificó de manera notoria en
el siglo XVIII y, más aun, se prolongó hasta nuestros días. El psicoanálisis vino a
avalar este modelo al sostener, sin revisar, la importancia de la lactancia
materna, del lugar de la madre -y no del padre- junto al niño, y toda una serie
de criterios ideológicos incluidos en la narrativa edípica aportada por Freud,
y en el discurso lacaniano que se sostiene en la primacía de un significante
(el significante fálico y la ley del padre).
Saltemos ahora al siglo XX. El siglo XX ha de ser el siglo del niño. Esta sentencia
-"el siglo XX ha de ser el siglo del niño", más que prospectiva,
profética- la pronunció Eduard Claparede en plena alborada secular y luego, la
retomó Lagache. En efecto, sería poco decir que la pedagogía, la psicología, el
propio concepto de "infancia", se han renovado. El siglo XX ha estado
signado por las críticas a los métodos autoritarios y directivos de la
educación, por el intento de respetar las necesidades y las posibilidades del
infans. Así, el advenimiento de la psicología del niño pertenece por entero a
este siglo.
El siglo XX ha sido el siglo del niño [6] y ha sido, también, el siglo de las
ciencias. Piaget
y Freud confluyeron en un punto: protagonizaron este siglo construyendo las
ciencias que les “dictaron” los niños. Efectivamente, con la afirmación de la
sexualidad infantil, Freud contribuyó a desmantelar el mito de un paraíso
basado en la inocencia de los niños, tanto como Piaget, al investigar sobre las
explicaciones que los niños iban construyendo a lo largo de su vida para dar
cuenta de los fenómenos de la naturaleza y de la cultura que atraían su
interés, desmintió la imagen que los concebía ingenuos, incompletos y
equivocados.
Y
con el correr del tiempo el niño pecado, el niño equivocado, el niño esclavo,
aunque no han desaparecido del todo, cedieron el lugar al niño objeto, al niño
consumidor, propio del capitalismo actual. Porque en esta etapa neoliberal del
capitalismo paracería ser que solo como mercancías se puede circular. Así es
como ya no hablamos más de alumnos de una escuela. Ahora son clientes de una
empresa; consumidores de objetos, de bienes culturales y de servicios de salud.
Sujetos sujetados a una cultura que los consume al tiempo que los incorpora. El
“cogito ergo sum” cartesiano dejó lugar al “consumen, luego existen”. Si
consumen, existen. Si no consumen, no existen. La inclusión o la exclusión que
decide la vida o la muerte se juega ahí: en el nivel de consumo. Por eso, los
niños y las niñas de una residual clase media todavía existen porque consumen,
pero ya no tienen padres como los de antes. Padres que los cuidan, los alientan
y los aman. Ahora, esa niñas y esos niños tienen sponsors que con tal de
salvarlos invierten en ellos. Padres-sponsors al estilo de esos inversionistas
que subsidian caballos de carrera o jugadores de fútbol exitosos.
El 20 de Noviembre de 1959 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal
de los Derechos del Niño y del Adolescente que fueron, luego, incorporados a
nuestra Constitución Nacional y convertidos en Ley. Este histórico acontecimiento no ha
logrado solucionar la situación actual de la infancia en la Argentina y en el mundo.
Entre nosotros, como ocultarlo, en Octubre del año 2001 el 55,6% de los
menores de 18 años eran pobres y prácticamente el 60% de los pobres eran
menores de 24 años. Pero, en mayo de 2002, 8.319.000, -el 66.6% de los menores de 18 años-
eran pobres. En mayo del 2002 el 33.1% (4.138.000) de los menores de 18 años
vivían en la indigencia y la cifra ha ido creciendo desde entonces. Además, del
total de menores pobres e indigentes, prácticamente el 40% (3.295.890) se
concentra en el tramo de edad entre 6
a 12 años. El 30% (2.581.099) entre 13 a 18 años y casi el 29%
(2.442.011) hasta 5 años. (Datos del Instituto de Estudios y Formación de la CTA. Mayo del 2002)
Esto
quiere decir que vivimos en un país donde la mayor parte de los pobres son
pibes y donde la mayoría de los pibes son pobres. Frente a estas estadísticas
existe un acuerdo tácito acerca de que “algo hay que hacer”. El discurso de
casi todos los organismos gubernamentales y de las ONGs convoca a llevar
adelante múltiples campañas e infinidad de programas para socorrer y proteger a
los chicos; para cuidarlos y para tutelarlos.
Entonces, si volviendo al inicio de mi exposición tuviera que responder al
interrogante acerca de cómo imagino el porvenir de la infancia como categoría
que circula por el imaginario social, diría que quisiera una infancia respetada
y no tutelada. Una infancia dónde los chicos fueran reconocidos como sujetos deseantes,
sujetos epistémicos, sujetos de derechos. Sujetos, y no objetos.
Quisiera
un futuro en el que la responsabilidad de administrar la vida de nuestros niños
fuera asumida por la sociedad civil en su conjunto y no sólo dependa del
Estado. Por la sociedad civil en su conjunto: por la cooperación de los
municipios, las iglesias, las universidades, los organismos no gubernamentales,
y, fundamentalmente, a través de consejos barriales.
Quisiera un futuro dónde los niños y las niñas tengan derecho a la
libertad, al respeto y a la dignidad como personas humanas en proceso de
desarrollo y como sujetos de derechos civiles, humanos y sociales garantizados
por la Constitución
y las leyes. Aludo
a la posibilidad de:
I.-
Ir y venir, estar en los lugares públicos y espacios comunitarios, a salvo de
las restricciones legales.
II.-
Opinión y expresión.
III.-
Creencia y culto religioso.
IV.-
Jugar, practicar deportes y divertirse.
V.-
Participar en la vida familiar y comunitaria, sin discriminación.
VI.-
Participar en la vida política de acuerdo a la ley.
VII.-
Buscar refugio, auxilio y orientación.
Cuando digo respeto aludo a la inviolabilidad de la integridad física,
psíquica y moral del niño tratando de preservar su imagen, su identidad, su
autonomía, sus valores, ideas y creencias, sus espacios y objetos personales.
Y, cuando digo que es deber de todos quiero decir justamente eso: que es
deber de todos velar por la dignidad del niño y de la niña, poniéndolos a salvo
de cualquier tratamiento inhumano, violento, aterrorizante, vejatorio o
humillante. Es
necesario, entonces, denunciar muy claramente -cada vez que sea posible- que la
espantosa situación por la que atraviesan la mayor parte de los chicos en la
actualidad, no tiene posibilidad alguna de revertirse si no empezamos, entre
todos, a cambiar la concepción misma que tenemos de esos chicos. Es imposible
intentar revertir la situación si no acordamos entre todos que los chicos son
seres humanos dignos de respeto. Es imposible revertir la situación si no
aceptamos renunciar a nuestra vocación de “patronatos de la infancia”. (¿Quién
ignora como tratan la mayor parte de los patrones a sus subordinados?) para
dejar que ocupe su lugar la vocación política que permita revertir la ecuación
antes mencionada, y podamos algún día decir que en nuestro país si hay pobres
no son niños, y los niños no son pobres.
[1] Agustín, san : La ciudad de Dios, Porrúa, México.
1992.
[2] Agustín, san : La ciudad de Dios, Porrúa, México.
1992.
[3] Descartes, R: El Discurso del Método.
[4] Para profundizar en la historia de la infancia remito
a Aries, de Mouse y Badinter.
[5] Tal vez no sea casual que una nueva ciencia, la
demografía, tuviera su nacimiento en ese momento.
[6] “El siglo XX ha de ser el siglo del niño” es la
profecía con la que Eduard Claparede, en plena alborada secular, quiso
sintetizar el movimiento de reivindicación de la infancia.
El futuro depende, ante todo,
de cómo circule la infancia
por el imaginario
social
Por Verónica Castro. Entrevista publicada en Portal Educar, Septiembre de 2004
Juan Carlos Volnovich es médico psicoanalista, especializado en niños; en
la actualidad investiga la relación del psicoanálisis con las teorías
feministas. Colabora
con distintos organismos de derechos humanos, especialmente con las Abuelas de
Plaza de Mayo.
En esta entrevista reflexiona sobre las nuevas tecnologías en relación con la
subjetividad del niño, y afirma que gran parte de las razones que se esgrimen
contra ellas ya no se sostienen, son prejuicios de los adultos viciados por las
relaciones de poder y de género.
Habló
también del juego como una necesidad para los chicos -"fundamental para
metabolizar las toxinas: las ansiedades, los miedos y las angustias"-, y
de otra cuestión que ocupa hoy el centro del debate: la instalación en el
imaginario social de la imagen de los niños asesinos, peligrosos y violentos, y
su correlato en las propuestas de bajar la edad de imputabilidad. Y finalmente,
de la escuela pública y de su admiración por las maestras que intentan transformarlas
en "colmenas de alfabetización y aprendizaje".
Niños jugando - Koki Ruiz |
—En su artículo “El porvenir de la infancia”, usted declara que ese porvenir lo
desafía, que lo desvela ese futuro. ¿Por qué?
—Es que en ese artículo hablaba del concepto de infancia que circula por el
imaginario social; no hacía referencia a la perspectiva ontológica sino a un
futuro que depende, ante todo, de cómo circula la infancia por el imaginario
social.
Porque a lo largo de la historia pasamos del niño “pecado” que introdujo
San Agustín -el niño como condensación del pecado- a la imagen del niño como
sede del error y de las equivocaciones que se desprende de Descartes; pasamos
del niño “esclavo” de los enciclopedistas al niño “hijo” de Rousseau, con sus
ideales de libertad; modelo que sirvió para convalidar a la familia tradicional
con la mujer sometida a las tareas de crianza. Y, si bien tengo la convicción de
que ninguno de esos modelos caducó del todo -todos circulan simultáneamente-,
hoy en día es el niño en su condición de consumidor el que protagoniza el
cuadro.
Los castigos corporales a los niños “pecadores”, la pedagogía que los toma
como habitados por el error allí donde la lógica de los adultos debería reinar,
los niños que sostienen afectivamente (y, muchas veces, materialmente) a los
padres, son sólo algunas de las consecuencias de esas figuras, testimonio de su
vigencia.
No
obstante, la permanencia de esos modelos no impide que, en la actualidad, la
figura de “his majesty the baby” esté soldada a la del niño “consumidor”. Más
bien: consumidor-consumido en función de su incorporación al mercado.
A fines del siglo XIX Claparède profetizó que el siglo XX iba a ser el
siglo del niño. Y así fue. También el siglo XX fue el siglo de las ciencias y, tal vez,
no fue casual que las ciencias hayan tomado a los niños como objeto de estudio:
Freud, Piaget, Zazzo, Wallon, Vigotsky, la genética, no hicieron otra cosa que
confirmar la profecía. El desarrollo de las ciencias estuvo muy ligado a la
importancia que se le atribuyó a la infancia. Las instituciones que hoy en día
toman a las niñas y a los niños como destinatarios de sus esfuerzos son, si se
quiere, consecuencia del maridaje infancia-ciencias que atravesó casi todo el
siglo XX. Y es por eso que el niño en su condición de potencial “cliente” está
en la mira de las instituciones. Por un lado está en la mira de aquellas
instituciones destinadas a la protección de la infancia y, también, destinadas
a lograr que se respeten sus derechos. Desde las organizaciones internacionales
,como Unicef, Unesco, hasta las gubernamentales, como el Consejo del Menor y la Familia , los ministerios
de Educación, las Iglesias y las ONG. Pero, por otro lado, la economía de
mercado toma a la infancia como segmento de la población potencialmente
consumidor de mercancías, de bienes materiales y simbólicos y, por lo tanto, se
va estructurando un sistema que tiende a capturarlos como clientes. Lo que es
peor aún, a convertirlos en mercancías.
—Julio Moreno habla de los niños adultos, de una alianza de los niños con los
medios informáticos y de comunicación y con la virtualidad cultural que ha
invertido el discurso infantil de la modernidad, basado en la suposición de que
los interrogantes de los chicos tienen respuestas en la mente de los adultos...
¿Cómo son los niños de hoy?
—Es muy difícil hablar en general. Cualquier generalización es abusiva.
Así es que, por lo menos, deberíamos hacer algunas aclaraciones previas
referidas a la diferencia que existe entre los niños y las niñas; las
diferencias que se desprenden de la clase social a la que pertenecen; las
diferencias referidas a la edad, la etnia, el desempeño lingüístico; son
características que atraviesan a los sujetos para conformar su identidad y que
marcan enormes desigualdades, por ejemplo entre un niño negro y un niño blanco,
o una niña africana y una neoyorquina, un niño de clase media acomodada y uno
de sectores marginales.
No debería generalizar pero, entre nosotros, no me cabe duda de que estamos
asistiendo a un fenómeno muy particular: la tendencia que venía dándose en la Argentina tomó un rumbo
inverso. Argentina
es un país que vertebró la identidad de su sociedad a partir de la inmigración,
en función de la prosperidad de los inmigrantes que lo poblaron. Nuestros
antepasados llegaron aquí analfabetos huyendo de la miseria, del hambre y de
las guerras en Europa, ilusionados por el progreso, con la esperanza de que sus
hijos fueran un poco más que ellos. Para ese proyecto la escuela sarmientina
cumplió una función ineludible: para que los hijos llegaran a ser un poco más
que los padres, para que los nietos fueran un poco más que los hijos: más
ricos, más cultos y más prósperos. Y esto vino dándose hasta ahora, momento en
que los adultos no pueden asegurarles a sus hijos no sólo los recursos materiales
y simbólicos para que los superen sino que lo más probable es que no puedan
garantizarles la permanencia dentro del misma capa de clase social a la que
ellos pertenecen. Lo que equivale a decir que las nuevas generaciones van a ser
menos cultas, van a ser menos ricas y menos prósperas que la generación de sus
padres y la de sus abuelos. Y esto explica –sobre todo en los sectores
marginales, los más desprotegidos– que los chicos abandonen prematuramente el
lugar de asistidos para convertirse en sostén afectivo y, muchas veces,
material de sus padres.
Entonces yo no diría niños-adultos, pero sí veo que hay chicos que
rápidamente asumen el mandato de sostener afectivamente a sus padres; y lo
hacen cuando todavía no tienen recursos ni están en condiciones de afrontarlo,
y cuando tradicionalmente se suponía que estaban en una etapa en que eran los
padres los que tenían que sostener afectivamente a los niños y a las niñas. Es muy frecuente ver la
responsabilidad que se atribuyen los chicos pequeños con padres desempleados
que sólo aportan al hogar su amargura y su fracaso; es muy frecuente ver la
responsabilidad que se atribuyen de ser fuente de satisfacciones para esos
padres. Y muchas veces no sólo asumen ser el soporte afectivo sino también el
material. Hay chicos y chicas que se incorporan muy tempranamente al mercado
laboral, que se ven obligados a trabajar, frecuentemente a prostituirse, no
sólo para sobrevivir sino también para aportar a lo que queda, a los residuos
familiares que supuestamente los albergan.
Niños jugando a la pandorga - Koki Ruiz |
—¿Cuáles son los caminos de expresión y comunicación más transitados por los
chicos, y cuáles son las características que presentan en la época actual?
—Los chicos tienen, a diferencia de los adultos, códigos irreductibles
entre sí, que son muy amplios: el código verbal, el escritural, el figural, el
gestual, el lúdico. Los chicos mayoritariamente juegan como forma de expresar lo que les
pasa, sienten y piensan; como forma de dar cuenta del mundo y la relación con
los demás.
Las características singulares de la época actual en cuanto a los juegos,
al tipo de lenguaje, o al porcentaje de códigos que utilizan, dependen de la
clase social y la cultura a la que pertenezcan. Hay chicos que tienen recursos
expresivos orales y escriturales muy precarios comparados con otros. Sin duda
que hoy el chateo es para los púberes un vínculo novedoso de interacción entre
pares. Pero tampoco hay que ignorar los innumerables mensajes escritos que los
chicos producen en la escuela. Hay investigaciones muy específicas que rescatan
la riqueza y la extensión de la escritura no formalizada de los chicos en las
escuelas, al estilo de mensajes, “machetes” o simples papelitos que circulan al
igual que esos textos breves que se escriben al margen de la hoja, grafitis en
bancos y paredes. Es para tener en cuenta la importancia de la escritura como
canal de comunicación entre pares, habilidad que con el chateo y los mensajes
de texto de teléfonos celulares ha tomado una visibilidad enorme. Sobre todo
por el escándalo que significan para las normas del buen lenguaje y la
gramática las características de esta producción de textos realizadas por niños
y adolescentes.
Habitación - Luis Rejano |
—¿Cómo impactan las nuevas tecnologías e internet en la construcción de la
subjetividad del niño?
—Todo lo que pueda decirse sobre el impacto que las nuevas tecnologías
tienen en la subjetividad lo decimos los adultos. Es decir que son opiniones que están
viciadas, entre otras cosas, por las relaciones de poder y de género.
Pero
lo que sí puedo decir sin temor a equivocarme es que los chicos y chicas de hoy
día tienen una enorme ventaja sobre los adultos en cuanto a que el acceso a las
nuevas tecnologías se les hace mucho más fácil. Las nuevas tecnologías tienen
esa característica de fácil accesibilidad en la infancia, y de muy difícil
aprendizaje cuando uno lo intenta de adulto. Hay algunas cosas que aprendidas
de chicos se hacen fáciles. Por ejemplo: aprender a nadar, a andar en bicicleta
o a hablar una lengua extranjera; pero de grande, por más que te dediques
intensamente, todo es más difícil.
Lo mismo pasa con las nuevas tecnologías. En ese universo los adultos jugamos
de visitantes, y de locales los niños, simplemente por el hecho de haber nacido
en una generación donde se las está incluyendo. Esto es fundamental porque
supone una desigualdad en las relaciones de poder de los niños con respecto a
los adultos, y de dependencia de los adultos respecto de los niños, que marca
casi todas las opiniones sobre el impacto que las nuevas tecnologías tienen en
la subjetividad del niño, incluso aquellas que puedan aparecer con todo el
prestigio que las teorías suelen darles.
Ni qué hablar si estas son las opiniones de mujeres que desde siempre se
han ocupado de la crianza y la educación de los niños y las niñas; las escuelas
están llenas de maestras, es decir, están llenas de adultas que tienen con
respecto a las nuevas tecnologías una dificultad mayor que la de los niños y
que, como mujeres, soportan una dificultad extra: la que tiene que ver con
ciertos prejuicios patriarcales. Unos nacen para una cosa y otros nacen para otras. Se supone
que ellas no han “nacido” para los botones de los aparatos electrónicos, que es
“cosa de hombres”. Siempre que aparece una tecnología novedosa, por razones del
sexismo vigente, en sus primeras etapas son mayormente los varones quienes se
apropian de ella. Cuando apareció internet los usuarios eran fundamentalmente
varones; después lo fueron las mujeres. Y en general, cuando las mujeres se
apropian masivamente de alguna práctica valorizada socialmente esta tiende a
desvalorizarse o a denigrarse. Por ejemplo: operar con computadoras está cada
vez más connotado como trabajo para secretarias. Es como lo del rey Midas, pero
al revés. Y pasa exactamente lo contrario con los varones. Hay actividades que
están socialmente desvalorizadas e invisibilizadas porque son prácticas de
mujeres, como criar a los niños y cocinar. Pero es suficiente que los varones
nos dispongamos a intervenir en esas tareas para que esa práctica se valorice y
adquiera características de visibilización y de enaltecimiento.
De manera tal que recién en este momento algunos prejuicios que tienen que
ver con lo instituido, con la estructuración de la subjetividad de los niños,
empiezan a desmontarse. A saber: hasta ahora se concebía la relación de los niños
con el monitor, en juegos interactivos o en chateos, como pérdida de tiempo,
como avance de la cultura de la imagen sobre la cultura textual, o con
pensamientos del estilo de “si seguimos así adónde vamos a ir a parar; con
estas actividades los niños van a terminar analfabetos, ‘chupados’ durante
largas horas por la pantalla”. Y recién ahora empieza a tomarse conciencia de
que la cantidad de horas que un niño tradicional pasa sentado frente al
pizarrón es generalmente mayor que la cantidad de horas que pasa un niño frente
al monitor; y que el monitor como fuente de estímulos y como posibilidad
interactiva es muchísimo más rico y potencialmente más estimulante para el
desarrollo intelectual del niño que el pizarrón, aunque tenga una maestra adelante.
También recién ahora empieza a desmontarse el prejuicio de que escribir con un
lápiz y hacer caligrafía es bueno y que el teclado y el mouse son malos. Aun a
despecho de Piaget y sus teorías sobre la influencia del movimiento de la mano
para el desarrollo de la inteligencia, obviamente escribir con dos manos –que
es lo que sucede con el teclado– es un proceso más complejo y sofisticado que
escribir con una sola mano con lápiz y papel. No estoy diciendo que los niños
deberían dejar de usar lápiz y papel para alfabetizarse, pero sí que no habría
que evitarles el contacto inicial con el teclado, que va a ser la manera
habitual de comunicarse a través de texto en el futuro.
También han quedado de lado otros prejuicios como aquel que supone que
quedarse sentado frente al monitor va a terminar convirtiendo al niño en un
gordito, fofo, sin amiguitos ni relaciones sociales y lúdicas con otros chicos.
Porque no
hace falta más que pasar por cualquier cyber –de esos que inundan la ciudad–
para ver chicos saltando y bailando frente a la pantalla y con juegos
interactivos, con las muñecas y los tobillos conectados, moviéndose. No sé si
es bueno o es malo, pero por lo menos el prejuicio de que no se mueven queda
desmantelado cuando empiezan a aparecer juegos donde la interacción se produce
a través del movimiento físico. Y digo que no sé si es bueno o malo porque
algunos de los juegos miden la cantidad de calorías que los chicos gastan en el
desarrollo de esos juegos, por lo cual los padres podrían controlar cuánto
estuvieron jugando en su ausencia y si han hecho o no ejercicios suficientes.
Eso supone reforzar un dispositivo de vigilancia que me parece fatal. Pero lo
que sí afirmo es que deberíamos acabar con la letanía esa que le supone a los
juegos interactivos un poder devastador sobre la mente de los niños. Los chicos
que tienen mejor desempeño con los juegos interactivos son los que tienen más
éxito en su rendimiento escolar. El campeón nacional de Counter Strike, que es
uno de los juegos más populares y consagrados, es uno de los mejores alumnos
del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Es decir que la idea prejuiciosa de algunos educadores y de la mayor parte
de los padres de que hay una competencia entre estudiar y jugar, y que hay una
lógica cero que dice que si el 70% del tiempo lo ocupa en juegos interactivos
le queda nada más que un 30% para estudiar para la escuela, no funciona más:
cuanto más juegan más estudian. Y muchas veces, sucede que cuanto menos juegan, menos
estudian.
Además
es muy interesante el tema de los juegos interactivos -por nombrar alguna de
las nuevas tecnologías- porque funcionan como entrenamiento intelectual
espontáneo. Como casi todos los juegos tienen niveles, los chicos no repiten
compulsivamente siempre lo mismo sino que van arbitrando ellos mismos las
maneras de ir pasando de nivel, desplegando distintos talentos y habilidades
para poder superarlos. Y en los distintos niveles se van complejizando las
operaciones lógicas y las variables a tener en cuenta. Esto los estimula mucho.
Lejos de mí idealizar esa práctica y, muchos más lejos de mí llegar a
pensar que la educación del futuro pasa por los juegos interactivos, pero lo
que veo es que gran parte de los razones que se esgrimen en contra de las
nuevas tecnologías no se sostienen. Quizás habría que buscar otras. Seguramente se van a
encontrar efectos negativos que deberíamos tomar muy en cuenta, siempre y
cuando se eluda transitar por los lugares comunes abarrotados de prejuicios.
Otro de los prejuicios es que las nuevas tecnologías van a profundizar un
abismo insalvable entre aquellos que no tienen computadoras desde los primeros
años de la iniciación escolar y aquellos que sí la tienen. Yo creo que la cuestión
es otra. No pasa tanto por tener o no computadora sino que la diferencia –eso
sí: cada vez más abismal- se establece entre aquellos que sí saben qué hacer
con una computadora y aquellos que no saben qué se hace con la computadora.
Niños - R. Zabaleta |
—Nos interesa saber algo más sobre lo que Ud. señala del contexto actual: la
relación entre hipervelocidad y hiperviolencia...
—Esto lo ligo con lo que te decía antes sobre el modelo hegemónico que transita
hoy por el imaginario social: el niño cliente, el niño consumidor–consumido,
que corresponde a esta etapa de reconversión neoliberal de la economía mundial,
en la cual ya no se trata de producir mercancías y de consumirlas sino que se
trata de la velocidad de destrucción. El capitalismo introdujo la variable de
la capacidad y la velocidad en la producción de mercancías, pero hoy en día
asistimos a una aceleración que supone la destrucción a toda prisa, el consumo
a toda velocidad, el descarte de productos y de mercancías. Lo que importa es
la cantidad de mercancías que se consumen, sí, pero mucho más la velocidad en
que se descartan, que es cada vez mayor.
Cuando los niños están incluidos como mercancías también son consumidos y
descartados. Una
de las posibilidades de zafar de esta situación es al alto precio de los
síntomas individuales, de los síntomas psicológicos, lo que se llama enfermedad
mental. Aquella que viene a perturbar la robotización de los niños, que están
programados para cumplir con una serie de exigencias y de demandas que tiene
que ver con la acelerada capacitación para incluirse en el mercado laboral.
Entonces, lamentablemente o felizmente, hay algunos niños que se resisten o
se rebelan, a veces al precio de tener que enfermarse, como manera de decir “yo
no soy un robot”. Yo veo padres de clase media muy preocupados, padres que temen que sus
hijos puedan quedar excluidos del mercado laboral en el futuro, lo que quiere
decir que corren el riesgo de quedar excluidos de la vida. Entonces, son padres
que, con la mejor intención, se obsesionan por que sus hijos adquieran
capacidades, acumulen habilidades, atesoren talentos, que si bien no les
garantizarán su inclusión en el mercado laboral en el futuro, por lo menos sí
que tengan un alto porcentaje de posibilidades de lograrlo. Y desde muy
chiquitos los crían con una filosofía de rendimiento: no hay que perder el
tiempo y hay que capacitarse lo más posible. Y, lo que pienso, es que perder el
tiempo es fundamental para los chicos. El juego, la actividad lúdica es
fundamental para metabolizar las toxinas –las ansiedades, los miedos y las
angustias–; es tan importante como un proceso de diálisis. Lamentablemente, el
tiempo del juego “improductivo” para los cánones de la eficiencia y la eficacia
queda cada vez más reducido y anulado, porque parecería que conspira contra el
rendimiento. Y lo que sucede es que cuando los chicos quedan sepultados por los
imperativos de acumular todo lo antes posible, sólo logran rebelarse
enfermándose.
Children playing - María Luisa Orset |
—En cuanto a la forma de difusión en los medios de comunicación de la violencia
por parte de los chicos, como por ejemplo la tragedia de Carmen de Patagones
¿acaso estamos volviendo al siglo IV, a la figura del niño pecador, del que San
Agustín decía: “si los dejáramos hacer lo que les gusta, no hay crimen que no
cometerían”?
—Sí, estamos volviendo (¿es que alguna vez nos fuimos?) a la figura del
niño pecador…y del niño criminal también. Lo que sucede es que nuestra
generación, al no poder garantizarle a sus hijos el bienestar que los padres
les garantizaron a ellos, es una generación que alberga un sentimiento de culpa
inconsciente ineludible. Este sentimiento de culpa que acosa al sujeto, reclama
algún alivio, algún paliativo, algún atenuante. Y uno de los modos de aliviar
esta culpa es instalar en el imaginario social la imagen de los niños asesinos,
peligrosos y violentos. Si bien desde Freud en adelante venimos escuchando “se
acabó el paraíso de la infancia, los niños no son santitos y existe una
sexualidad infantil”, los medios tienden a instalar en el imaginario la figura
de niños peligrosos de modo tal que la gente “decente” no sólo tendría que
cuidarse de la violencia que aportan los adultos, los desocupados, los
drogadictos, los “villeros”, los “negros”, sino también de los niños,
olvidándose que son, en verdad, las principales víctimas. Se está instalando en
el imaginario el modelo de niños violentos y asesinos para quienes la opinión
pública pide mano dura. De manera tal que el sentimiento de culpa de los
adultos al ver la multitud de niños que están destinados al exterminio por la
exclusión del reparto de bienes y de riquezas; la mala conciencia, se tranquiliza
diciendo: se lo merecen por asesinos, etc. Es así como los medios de
comunicación de masas contribuyen a instalar en el imaginario social la figura
de niños peligrosos, de los que hay que cuidarse, a los que hay que aplicarles
las mismas penas que a los adultos. En definitiva, bajar la edad de
imputabilidad. Lo que equivale a decir que no sólo son pecadores ante Dios sino
que son criminales ante la ley.
—¿Qué hacer para contrarrestar el crecimiento de la violencia? ¿Podría
plantearse en términos de educar para una nueva subjetividad?
—Sí,
eso es fundamental. Hay muchas cosas para hacer. Pero fundamentalmente acá se
apeló a la ley. Y por supuesto que la judicialización, apelar a la justicia
para que se cumplan los derechos, es un recurso. Pero hasta que toda la
sociedad no se haga cargo, hasta que la responsabilidad no sea asumida
colectivamente, no vamos a tener garantías de que se cumplan los derechos de la
niñez. El cumplimiento de los derechos no puede quedar sólo en manos del
Estado. Si no se trabaja en función de la participación de toda la comunidad
dudo que haya cambios significativos.
Ronda en la escuela - Cañete |
—Ignacio Lewkowicz y Cristina Corea, en su obra póstuma Pedagogía del aburrido,
insisten en que la escuela se ha convertido en un galpón porque el garante moderno
de la subjetividad, que fue el Estado, está en descomposición. ¿Coincide usted
con esta idea y cómo se imagina una pedagogía post estatal?
—La crítica a la escuela pública, la descripción apocalíptica de la escuela
pública, es moneda corriente y le hace honor al estado actual de la educación. Se han dicho tantas
cosas, algunas peores que esas... Pero yo defiendo enormemente esos “galpones”
y a quienes todavía con un esfuerzo tremendo los sostienen: las maestras. Yo no
quisiera una educación post estatal, hay que reclamarle al Estado la obligación
que tiene en la educación de toda la población. Así como digo que todos debemos
hacernos responsables de que se cumplan los derechos de los niños, el Estado
tiene que hacerse responsable de la educación pública gratuita e igual para
todos sin diferencia de clase, sexo, ni procedencia. Y antes que sumarme a los
que avalan la decisión de hacer desaparecer esos “galpones” quisiera apoyar a
los que intentan trasformarlos en colmenas de alfabetización y aprendizaje.
Juan Carlos Volnovich
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