sábado, 6 de octubre de 2012



Historia de docentes 

Docentes con historia




Tres mujeres insurrectas












Año 1921. Sábado a la noche. Calle Suipacha 74, en la ciudad de Buenos Aires. Hay reunión en la sede de la Federación de Empleados de Comercio, un modesto local con apenas algunas mesas, sillas y bancos. Aquí y allá, colecciones de periódicos socialistas y anarquistas, un pizarrón que anuncia temas y oradores de las próximas conferencias. Retratos en las paredes, señales contestatarias que cubren un amplio espectro: de Lenin y Trotsky a Pi y Margall, pasando por Kropotkin, Malatesta y los mártires de Chicago.

Lentamente afluyen obreros, empleados y estudiantes. Varones de gorra o sombrero y corbata, mujeres con faldas de tubo y el corte à la garçonne que recientemente impuso el coiffeur polaco Monsieur Antoine. Jóvenes en su mayoría. Una juventud inquieta y politizada por los recientes vientos de la historia. Vientos del este, de lejana procedencia: la onda expansiva del gran experimento social que ya llevaba tres años en la lejana Rusia revolucionaria. Vientos del oeste, de la cercana Córdoba, donde un par de años atrás estallara la Reforma Universitaria. Y remolinos de la propia city porteña, que había visto insurgir a sus huestes proletarias en la semana roja de los talleres Vasena.

Los también jóvenes organizadores de la conferencia son, en su mayoría, estudiantes universitarios que han conformado el grupo Insurrexit y editan la revista del mismo nombre. Son el ala izquierda del movimiento reformista, sin vínculos orgánicos con ningún partido. Están por ejemplo el rosarino Francisco Piñero, estudiante de abogacía, e Hipólito Etchebehere, santafesino de Sa Pereira, estudiante de ingeniería. Alguna vez han aportado su firma a la revista colaboradores de fuste, como Nicolás Olivari, Leónidas Barletta, Arturo Capdevila, Horacio Quiroga y un joven peruano llamado Víctor Raúl Haya de la Torre.

Pero volvamos por un momento al local sindical  donde está por comenzar la conferencia. Allí, en un rincón del local, conversan tres mujeres. Tres mujeres de edades diferentes que alguna otra vez han compartido una merienda en la confitería Ideal, también en calle Suipacha, o departido en el Café Tortoni, sobre Avenida de Mayo. Tres mujeres que escriben y firman sus artículos en las páginas de Insurrexit. Tres mujeres insurrectas: una estudiante y dos maestras.

La primera mujer tiene 19 años. Nació en Moises Ville, Santa Fe, en 1902; hizo la secundaria en el Colegio Nacional de Rosario, donde integró la agrupación femenina anarquista Luisa Michel, y hace un año está en Buenos Aires para estudiar Odontología. Se llama Micaela Feldman.

La segunda es una maestra de 29 años, nacida en Suiza. Comenzó la escuela primaria en la provincia de San Juan, y a los 17 años se inscribió en la Escuela Normal Mixta de Maestros Rurales de Coronda, en Santa Fe. A los 20, ya recibida, se instaló en Buenos Aires y tuvo un hijo que crió como madre soltera. Fue docente en la Escuela para Niños Débiles del Parque Chacabuco, una institución creada por Hipólito Yrigoyen para contrarrestar los efectos de la pobreza, y directora en el colegio Marcos Paz. A la par, escribe para diarios y revistas y publica libros de poemas que van a imponer su nombre en el panorama literario del país: se llama Alfonsina Storni Martignoni.

La tercera mujer del grupo también es maestra y tiene 24 años. Nació en Pigüé, provincia de Buenos Aires, y estudió en la Escuela Normal de Olavarría. A los 20, ya recibida, dio clases en la Escuela Nº 3 de Pigüé y creó una revista literaria con el nombre del pueblo. Al año siguiente editó su primer libro, Palabritas, con lecturas para niños en edad escolar. Para la época de la reunión trabaja en escuelas de la zona Sur del Gran Buenos Aires. Su nombre, Herminia Brumana.

Tres mujeres insurrectas: una estudiante y dos maestras. Tres destinos diferentes.

La estudiante de Odontología, ya recibida, se consagrará de lleno a la actividad política revolucionaria y atravesará diversos avatares en variadas geografías. Aunque no ha seguido el magisterio, vivirá durante muchos años en Francia dando clases de español. Llegará a vivir 92 años y será recordada sobre todo por su etapa española, como la única mujer que alcanzó el grado de capitana en las milicias republicanas durante la guerra civil.

La maestra poeta se dedicará de lleno a la literatura, se consagrará como una de las máximas poetas argentinas y vivirá 46 años, hasta su tráfico final al arrojarse al mar desde una escollera en la ciudad de Mar del Plata.

La docente de Pigüé iba a desarrollar una multifacética actividad como maestra, escritora, periodista, dramaturga y activista feminista. No abandonó nunca su profesión de maestra y en sus escritos fundamentó con gran inteligencia y osadía la lucha por los derechos de las mujeres, por la justicia social, y por una escuela que tuviera en cuenta sobre todo las necesidades educativas de los niños más pobres.







Mika. Una santafesina libertaria



Por: Isolda Baraldi


Isolda Inés Baraldi nació en Rosario el 13 de diciembre de 1956. Vivió en Guaminí. Estudió Comunicación Social en la Universidad Nacional de la Plata. Fue periodista del diario La Capital, en particular del Suplemento Mujer, y colaboradora de Rosario 12. En 2009 publicó Cosas de esas, un libro que reúne algunas de sus crónicas, relatos de ficción y otros textos narrativos. Fue profesora del instituto de periodismo TEA sucursal Rosario. Obtuvo el Premio Juana Manso de la Municipalidad de Rosario dedicado a periodistas que promueven los derechos de las mujeres. Falleció a los 53 años, el 5 de marzo de 2010. En 1911, el Sindicato de Prensa de Rosario la honró poniendo su nombre a la sala de su laboratorio multimedia. El siguiente artículo fue publicado en el Diario La Capital, de Rosario, el 26 de julio de 2009.



Siglo XX, cambalache, problemático y febril, escribió Discepolín, y fue su modo de dar cuenta de una etapa no sólo en la Argentina sino en el mundo, que puso las contradicciones al límite de su tensión. Tanto fue así que muchos filósofos lo sindican como el siglo más violento de la historia y en que los cambios se hicieron vertiginosos. No fue para menos las dos guerras mundiales que definieron la vida de la humanidad. Y más allá de los héroes oficiales de la historia, está la gente. Todos aquellos que dieron sus vidas para que otras vidas puedan ser mejores. En definitiva aquellas personas que sabían de qué lado estaban siempre, aunque cambiaran de países y de escenarios.

Las ideas marxistas y libertarias llegaron a la Argentina de mano de los inmigrantes y allí de un modo u otro se encontraron desde Borges, que luego se arrepentiría para siempre, hasta Roberto Arlt, entre tantos otros intelectuales, que de una u otra manera colaboraron con los militantes anarquistas, socialistas y comunistas. En contra del fascismo creciente y el capitalismo salvaje y explotador que empujaba la modernidad mundial. En Santa Fe hubo muchos héroes anónimos; pero sin dudas una mujer se lleva las palmas por su participación activa de la historia: Mika Feldman, nacida en Moisés Ville, Santa Fe, el 14 de marzo de 1902 (falleció el 7 de julio de 1992). Sin embargo no la retuvo la rutina pueblerina del lugar, por el contrario, llegó a ser la única mujer que comandó tropas en la Guerra Civil Española, en las filas de los anarquistas y trotskistas del Poum. En este año que se cumplen los 70 años del final de esa guerra fratricida, no sólo están saliendo a la luz crímenes de lesa humanidad sino que también aparecen esos héroes de carme y hueso que dieron su vida por la libertad.

Pero la historia de Mika no se ató exclusivamente al estudio y a la participación febril de la política mundial, también vivió (tal vez era de esperar), una gran historia de amor junto a otro santafesino: Hipólito Etchebéhére, oriundo de Sa Pereira (Santa Fe), nacido con el siglo (8 de marzo de 1900), y que murió en la Guerra Civil Española al poco tiempo de llegar con su compañera. Mika, de adolescente, residió en Rosario y aquí sobresalió con sus ideas libertarias como otras alumnas del Colegio Nacional. El mundo estaba cambiando y en plena adolescencia (15 años) ya era dirigente estudiantil. Pero fueron muchos los argentinos que se conmovieron primero por la Primera Guerra Mundial y luego por la Revolución Rusa. Claro que todo estuvo acompañado por vanguardias artísticas que tuvieron sus protagonistas aquí y allí. El mundo entero discutía el futuro de la humanidad. La crueldad no estaba ausente y las huelgas de Vasena más los fusilamientos de la Patagonia, lejos de amilanar a la pareja la empujó hacia otros caminos. Fue en Buenos Aires donde Mika conoció a Hipólito y desde ese momento no se separaron más hasta la muerte de él.

Después de recorrer la Patagonia se fueron a Berlín (Alemania) donde estaba el Partido Comunista más grande de Europa y que podía cambiar la humanidad. Pero junto con eso se gestaba el nazismo. En esa instancia, fueron a España que había logrado nombrarse República y derrotar la monarquía. Y allí fueron cinco días antes de que estallara la guerra civil. A los pocos días murió Etchebéhére y Mika continuó en la lucha. Dicen que trataba a los milicianos con rigor pero con un cariño especial. Hay una frase célebre de cuando estando en la trinchera se desbarrancó y estuvo a punto de morir. Luego escribió: "qué forma idiota de morir hubiera sido esa".Con esas garras peleó y perdió Mika en España, lo que la llevó a exiliarse en Francia. Y allí murió, pero antes no se privó de estar en las barricadas de mayo del 68 otra vez para pelear por las ideas libertarias. Mika murió en Francia viviendo de sus traducciones y defendiendo sus ideas sin bajar los brazos.














Palabras sobre mi madre Alfonsina Storni


Por: Alejandro Alfonso Storni



Esta semblanza fue enviada por su autor, Alejandro Alfonso Storni, hijo de Alfonsina Storni, a Fredo Arias de la Canal en julio de 1999, quien la incluyó como introducción en su libro El protoidioma en la poesía de Alfonsina Storni, publicado por Frente de Afirmación Hispanista, México, 2001. Este libro, que incluye numerosos poemas de Alfonsina Storni, puede consultarse completo en:




Cuando en la vida una persona logra una posición determinada, por ejemplo la que alcanzó Alfonsina Storni en las letras; cuando voces tan altas como la de mi madre -Díez Canedo, Federico de Onís, Jacinto Benavente, Alfonso Reyes y otros no menos célebres- le prodigaron sus elogios; cuando su poesía fue traducida al italiano, al francés, al inglés, al sueco, al alemán, ¿qué resonancia podrá tener una voz familiar que intente exaltación? Hoy, colocado en el trance de tener que presentarla a aquellos que no la conocieron, desearía ser lo más preciso posible; descorrer con una mano firme esa cortina que tiende el tiempo, para que la puedan ver como yo la veo en este momento: movediza, activa, vivaz, constructiva, comunicativa, locuaz, pero triste y silenciosa en la intimidad.

Mi madre era una mujer luminosa, con un sentido casi masculino de la amistad pero profundamente femenina. Una melena prematuramente cana, enmarcaba un rostro sumamente joven; tenía los ojos, ora verdes, ora acerados; una sonrisa triste y una risa alegre. Su figura menuda; su andar nervioso; caminaba a pequeños pasos. Costaba seguirla. Si me preguntara qué rasgo de su carácter podría destacar, contestaría sin titubear: el amor a la verdad. Paradójico, pero exacto. Quien mintió sin tregua, según su propia confesión, entre los 5 y los 11 años, inventando crímenes o incendios que nunca registraba la crónica periodística, hizo de la verdad su norma de vida. Alfonsina, y permítaseme que así la llame, luchó desde pequeña a brazo partido con la existencia y si alcanzó la posición a que precedentemente hice referencia, tenga el lector la seguridad que poco le debe al azar y mucho a su energía y coraje indomables.

¿Dónde nació la escritora? ¿En la Argentina? ¿En Suiza? ¿En el mar? Según la familia Del Mónico, vieja amistad de los Storni, enraizada en la Suiza italiana, ella nació en el mar. Atilio Caronno, otro gran amigo recientemente desaparecido, así siempre lo afirmó. Pero lo positivo es que su nacimiento, ocurrido el 29 de mayo de 1892, fue registrado en Salla Capriasca, pequeña aldea del cantón ticcino. Al respecto estimo conveniente hacer una aclaración. Ella quería profundamente a Suiza, pero siempre se proclamó argentina y tomó carta de ciudadanía en cuanto estuvo en condiciones de hacerlo. Por otra parte, tenía dos hermanos mayores argentinos (María y Romeo) que desde pequeña le hablaron de su querido San Juan, de montañas que se perfilaban hacia el oeste, de grandes acequias que surcaban una generosa tierra de aliento. Y fue ahí en San Juan, en la escuela normal de esa provincia, donde aprendió a leer en un libro que se procuró con su ingenio y lo defendió contra su pecho. Malos vientos comenzaban a soplar para los Storni. Alfonsina tiene que dejar la escuela en segundo grado y recién retomará los estudios, años más tarde, en primer año en la Escuela Normal de Coronda. A los cinco años sorprende con sus improvisaciones, pero recién a los trece es cuando empieza a escribir. Unos coscorrones matemos la traen a la realidad, pero la llama ya está encendida y sólo las olas de una mar violenta la podrán apagar.

A los doce años trabaja en una fábrica de gorras. Quien nació en Europa, en un viaje de placer de sus padres, tiene que emplearse de obrera para poder ayudar a su hogar que se tambalea. Pero la iniciativa, le pertenece. Hasta ahí llega ese enorme sentido de responsabilidad que la niña posee. Catorce años tiene cuando el gran Tallaví, al oírla recitar en Rosario, quiere incorporarla a su compañía. La oposición materna frustra el intento. Esto que estoy relatando no pretende ser su biografía. Son simples pincelazos, algo dicho al correr de la pluma, espontáneamente sin seguir un orden, con el sólo objeto de que el lector se interiorice en algunos detalles de su vida pródiga en acontecimientos.

Incorporada a la Escuela Normal de Coronda, donde se distingue por sus condiciones, egresa como la mejor alumna de su promoción y con su humilde título de maestra rural, sale al encuentro de Buenos Aires. En su maleta trae pobre y escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos. La gran ciudad la atrae y la asusta al mismo tiempo. La ciudad es absorbente y no se entrega así porque sí.

La vida es dura y hay que trabajar. ¿De maestra? ¿Cómo? ¿Dónde? ¡Hay que trabajar de cualquier cosa! Un aviso en un aviso en un diario aclara el panorama: "Se necesita corresponsal psicológico". Cuando Alfonsina se presenta, casi cien varones son sus competidores. Ninguna mujer. La niña provinciana se siente como una hoja en la tormenta. La redacción de una carta comercial y la de dos avisos, uno anunciando yerba y otro aceite, le abren las puertas de la casa Freixas Hnos. y así entre cilindros de yerba y latas de aceite, con un fondo de máquinas de escribir, nace La inquietud del rosal. Corre el año 1916. Al dejar la casa Freixas, -de tan buen recuerdo para ella- para entregarse a la docencia, vive Buenos Aires un momento muy especial de su cultura, al que no es ajena una Europa en llamas y desangrándose. Los escritores, los plásticos, los músicos, vibran con ella, y las voces de Lugones, de Payró, de Ingenieros, entre muchas otras, se levantan plenas de autoridad. La irrupción de una voz femenina, dulce pero firme en medio de ese coro de voces masculinas, causa en un principio, asombro, pero más tarde es admitida como algo natural y hasta cierto punto lógico. Natural por supuesto para ellos los escritores, los plásticos, los músicos. ¿Pero para los demás? ¿Para los que no escriben? ¿Para los que no pintan ni esculpen? ¿Para los que no componen? ¿Para los que hacen de su propia cobardía un arma de combate? ¿Para los anacrónicos? ¿Qué les habrá parecido esa voz femenina en medio de ese coro de voces masculinas? Alfonsina Storni fue la primer mujer que asistió regularmente a banquetes. ¿Trivial? ¡Ahora! ¡Pero entonces...!

Muy pequeño era yo. Seis años apenas. La nariz aplastada contra el vidrio de la ventana, la espalda contra el pecho de mi madre. Afuera el patio y el jardín nevados. Nieva en Buenos Aires: 1918. Ese año publica El dulce daño y en años sucesivos Irremediablemente y Languidez. Una poesía sin concesiones le cierra algunos caminos. Su nombre ya ha traspasado los límites de nuestros círculos literarios. Su canto ya se escucha en toda América. Tiene 28 años cuando una célebre colección barcelonesa -que sólo edita a consagrados- le publica una selección de sus poesías, pero ella sigue siendo la misma, jovial, modesta, pero con un preciso sentido de su valer. Corriendo, siempre corriendo. Del Teatro Infantil Labardén a las tres escasas horas que dicta en Lenguas Vivas; de ahí al Conservatorio Nacional de Música y Declamación, donde enseña como en el Labardén, arte escénico. Alentando, siempre alentando. Entregada a su pasión: enseñar. Testigos de lo que afirmo son Paulina Singerman, Amelia Bence, Delia Garcés y otras tantas artistas hoy consagradas. Tierna, llena de dulzura, con la mirada puesta en las cosas hermosas. Viendo todas las tardes el río, desde la "Munich" de la Costanera, para extraerle al estuario más matices de los que posee. En la escuela nocturna enseña a adultos castellano y aritmética.

Uno que otro alumno sabe que hace versos. Pero eso, ¿qué importancia tiene? Enseñar sí, enseñar, enseñar siempre. En el teatro infantil Labardén usa un guardapolvo de seda cruda que le permite marcar los papeles con toda soltura y si para mejor éxito de la escena hay que arrojarse al suelo, al suelo va ella.

Ahora las indicaciones son precisas. Allí va la escalera. La escalera finge una montaña y por ella trepa Alfonsina. Infatigable, trabajando intensamente con honestidad; poniendo en cada gesto, en cada palabra o en cada silencio el sello de su amor por la profesión que había elegido. Al teatro de niños legó dos obras maravillosas: Blanco... negro... blanco y El dios de los pájaros, donde la autora acerca al niño a nobilísimas expresiones estéticas, mediante la exaltación de valores perdurables: el amor y la amistad.

Pese a ese continuo trajinar, Alfonsina escribe cuentos, novelas breves, artículos en "La Nación" con el seudónimo de Tao-Lao, críticas y obras teatrales. En marzo de 1927 se pone en escena en el Teatro Cervantes, de Buenos Aires, El amo del mundo. La noche del estreno asiste el presidente de la República Dr. Marcelo T. de Alvear. La sala está colmada. Artistas, críticos, periodistas, intelectuales están presentes. La obra provoca un verdadero revuelo. La crítica le cae con fuerza implacable. Cuesta trabajo perdonar a quien por defender los derechos de la mujer, vulnera, por contrario imperio, el de los hombres. La citada comedia dramática, las farsas Cibelina en mil novecientos y pico... y Polixema y la cocinerita y una obra no publicada ni representada: La debilidad de mister Dougall, constituye con más de diez obras para niños, además de las mencionadas, su aporte al teatro.

El mar es en Alfonsina algo así como un presentimiento, algo hermoso y no definido; una prolongación verde-azul de la vida en busca de un camino de madrépora que conduzca a la verdad desconocida. El mar, el amor, las rosas y la muerte están siempre presentes en la obra de la escritora. Son ideas asidas a su espíritu con la misma intensidad con que se aferran las raíces al suelo. Con Languidez tiene Alfonsina la satisfacción de obtener el Primer Premio Municipal y el Segundo Premio Nacional de Poesía, pero es en Ocre -editado en 1925- donde su verso raya a mayor altura. Ocre es -sin duda- el libro donde la idea y el estilo han fructificado en magnífica conjunción y es el que -además- cierra el ciclo de una modalidad que la autora abandonará definitivamente y cuya razón hay que buscarla en profundos cambios anímicos y no en otra cosa.

Entre Ocre y Mundo de siete pozos (1934) Alfonsina Storni escribe Poemas de amor, libro éste de una mesurada modernidad. Mundo de siete pozos, obra de marcada transición, entre la antigua forma de expresión y la moderna de Mascarilla y trébol (1938), es un mensaje desesperado, pero antilírico. Es una lucha que libra para desasirse de la primera modalidad que la sujeta y entregarse a una nueva a la que la arrastra la corriente que hay dentro de sí. Así nace Mascarilla y trébol, vital en su contenido e intención. La autora simboliza en el título, la eterna lucha de la vida y la muerte, subjetivismo éste, denso y terrible; juego perpetuo de la flor y del hombre.

Verano de 1938. Estamos en Pocitos. La mañana es calurosa. Llega hasta nosotros una leve brisa del mar. Mi madre habla pausadamente, con tranquilidad, como si no hablara de ella. Me confiesa los serios temores que le inspira su salud. Me resisto a creerlo. La veo viajando en automóvil desde Colonia rumbo a Montevideo invitada por el presidente del Uruguay, Dr. Terra, a reunirse con Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral, escribiendo, llena de vida -sobre una valija que ha puesto sobre sus rodillas- la conferencia que va a pronunciar en el memorable encuentro y que por circunstancias señaladas tituló: "Entre las manecillas de un reloj y un par de maletas a medio abrir".

Escucho su voz potente y bien timbrada, interrumpida por la risa amable de ese querido pueblo hermano acogiendo con simpatía su charla. Palabras sencillas y valientes. Maravillosamente dichas a un público también maravilloso. Cuesta creerlo, pero la suerte está echada. Estamos en primavera. Alfonsina, desde su Romancillo Cantable nos dice: "para fin de setiembre cuando me vaya...". Pasa septiembre... Cada vez se escuchan más cerca "romper los brotes".

Cuando la mañana del 25 de octubre de 1938 un mar casi en calma, tras una noche de horror, devuelve su joven cuerpo de 46 años, su rostro tiene una expresión serena.


      

                                            

           






El 9 de mayo de 1920, en la primera página de la segunda sección del diario La Nación, una columna firmada por Tao Lao, pseudónimo de Alfonsina Storni, sostenía:


"Si de 7 a 8 de la mañana se sube a un tranvía se lo verá en parte ocupado por mujeres que se dirigen a sus trabajos y que distraen su viaje leyendo. Si una jovencita lectora lleva una revista policial, podemos afirmar que es obrera de fábrica o costurera; si apechuga con una revista ilustrada de carácter francamente popular, dactilógrafa o empleada de tienda; si la revista es de tipo intelectual, maestra o estudiante de enseñanza secundaria, y si lleva desplegado negligentemente un diario, no lo dudéis... consumada feminista (…)".





Tú me quieres blanca








Herminia Brumana


Herminia Brumana nació en Pigüé en 1897. Descendiente de italianos, en un gesto aparentemente poco común para la época, pudo ir a estudiar el magisterio en la escuela Normal de Olavarría. Ni bien se graduó volvió a Pigüé a ejercer el cargo de maestra primaria. Allí, en 1917 comenzó a sacar una revista que llevaba el nombre del pueblo y en 1918 publicó un libro de lecturas para sus alumnos, Palabritas. Continuó su actividad en la zona sur del Gran Buenos Aires y más tarde en Capital Federal. Publicó luego ocho trabajos de relatos y ensayo (Cabezas de mujeres, 1923; Mosaico, 1929; La grúa, 1931; Tizas de colores, 1932; Cartas a las mujeres argentinas, 1936; Nuestro Hombre, 1939; Me llamo niebla, 1946; A Buenos Aires le falta una calle, 1953) y escribió once obras teatrales de las cuales tres se estrenaron. Colaboró con diversas revistas, tanto de divulgación masiva como de distintos grupos de izquierda y literarias. Participó en programas radiales. Hay obra suya no publicada. En 1943, invitada a dar una conferencia por la New School for Social Research, recorrió los Estados Unidos y México dando charlas sobre la actividad literaria argentina. Había viajado anteriormente dos veces a Europa. El 9 de enero de 1954 murió, enferma de cáncer. Se organizó entonces la sociedad Amigos de Herminia Brumana que editó sus Obras completas en 1958, organizó concursos sobre la vida y obra de la escritora y, al cumplirse los diez años de su fallecimiento, publicó Ideario y presencia de Herminia Brumana, una selección de sus pensamientos y de trabajos sobre la autora de compatriotas y latinoamericanos. Si bien formalmente se identifica a Herminia Brumana como “maestra y escritora”, no son los valores estético-literarios los que la destacan, sino el contenido de su obra destinado fundamentalmente a denunciar las injusticias sociales en general y de la institución escolar en particular y, sobre todo, la cuestión de la mujer. De formación anarco-socialista, sin embargo no tuvo una militancia que la ligara directamente a ningún grupo en particular, del mismo modo que, si bien estaba ideológicamente cercana a los sectores literarios de Boedo, no perteneció a ningún círculo. Su voz se dirigió especialmente a los sectores medios argentinos, y en ellos a las mujeres, con el objeto de que ellas se hicieran dueñas de sí mismas y a la vez se convirtieran en palancas de  transformación social.

Esta breve biografía de Herminia Brumana ha sido tomada del texto que le ha dedicado Herminia Solari, Licenciada en Filosofía y Profesora de la Universidad Nacional de Mar del Plata. El texto íntegro, "Herminia Brumana ante la condición humana", puede consultarse en:








Extracto de:

Lo social como interpelación a la pedagogía: mujeres educadoras en disputa con sus épocas


Por: Myriam Southwell


Myriam Southwell es Profesora y Licenciada en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata, realizó su Maestría en Educación en FLACSO Argentina y su doctorado en la Universidad de Essex (Inglaterra). Actualmente es Investigadora del Conicet, titular de la Cátedra de Historia de la Educación Argentina y Latinoamerica de la Universidad Nacional de La Plata, docente de FLACSO, Presidente de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación, y miembro del Consejo Superior de la UNIPE. Presenta una serie de publicaciones en el campo de la educación, la política e historia.



Hacia 1920, la revisión de algunos preceptos del liberalismo republicano y de la pedagogía tradicional que había nacido a su abrigo, junto con una mayor visibilidad de la infancia como sujeto de atención, intentó remover los cimientos del modelo cristalizado del normalismo tradicional, otorgando al maestro mayor libertad en el ejercicio de la profesión. En esas décadas, surgieron muchas tensiones disputando al interior del terreno educativo: entre otras, la demanda social por la formación docente, la declinación de la cultura cientificista, el ascenso de las corrientes espiritualistas y el peso creciente de la Iglesia sobre las políticas estatales.

Vinculada a ese amplio movimiento de revisión, Herminia Brumana va a poner de relieve cómo los problemas sociales, en particular la desigualdad social, repercuten en lo escolar y al mismo tiempo esboza que la escuela tiene un rol activo ante ello, logrando incidir sobre esos problemas. Si Juana Manso tenía una preocupación por alcanzar el republicanismo, y Raquel Camaña proponía llegar a los lugares y a esferas de lo humano a los que la educación no había llegado, Hermina Brumana se va a preocupar por la construcción de instituciones más justas tomando determinada posición frente a aquellos problemas que siendo más generales atraviesan también las paredes de la escuela y llegan a los rincones del salón de clase. Los años de las décadas de 1920 y 1930 son años de crisis social y pobreza en los sectores urbanos; esta realidad no era algo novedoso en la escuela argentina de entonces, pero el tratamiento que solía tener era moralista, disciplinador de un modo autoritario, descalificatorio de las condiciones y saberes que un sujeto pobre traía consigo al aula. Herminia desarrolla una mirada menos descalificadora y más desafiante para el trabajo docente (ver relato Los deberes)

Como las dos educadoras antes mencionadas, Brumana discute las concepciones más frecuentes sobre la mujer y lo hace desafiando los estándares morales que se establecían para ellas, sobre todo si se trataba de maestras. Afirmaba «lo importante es la autonomía intelectual que la vocación crea a las mujeres» (1932).Respondiendo a una carta de una maestra normalista que le pide consejos, Brumana le escribe:

–Ande por la calle y mire viendo. (La calle es fuente de toda vida. Recórrala y aprenderá cosas que no traen los libros. Vaya al teatro, al cine, a oír conferencias, músicas, al circo.)

–Coquetee y tenga novio cuando pueda. (Una maestrita con ilusión trabaja con más gusto.)

–Cuide su físico y su manera de vestir. (Es deber de toda maestra ser lo menos fea posible y dar siempre una nota de buen gusto en su vestir.)

–Cultive un arte (música, pintura) y si no puede, aprenda idiomas.

–Lea, lea todo lo que pueda, lo que caiga en sus manos. (Brumana, 1932)

La década de 1930 vivió momentos de arbitrariedad política y fortalecimiento del culto a la nacionalidad con formas militarizadas y restrictivas, articuladas con un reforzamiento del catolicismo vinculado a la educación. Contrariando el contexto, Herminia planteaba otro modo de vincularse con la nacionalidad, diferenciado de las formas ligadas a la exaltación de figuras heroicas:

“Porque desde mi cátedra digo la verdad a mis alumnos y no les declamo que mi país es el mejor del mundo, sino que les señalo sus defectos para que los subsanen. Digo que en mi país hay analfabetos que reclaman escuelas, provincias que tienen enfermos, donde la tuberculosis y el alcoholismo hacen estragos. No digo que mi patria es poderosa. Enseño cómo puede llegar a serlo”.

Estas tres educadoras, mostraron cómo la desigualdad y la injusticia interpelaban su trabajo, ponían en cuestión el lugar y la tarea docente. En ese gesto, había una muestra de los límites del ideario civilizador y de que la injusticia, inherente a la relación social, requería una fuerte intervención humana para ser corregida. Claro está que estas voces que recogemos no fueron las únicas, sino que convivieron con la conservación de las formas de educación y de relación social más tradicionales. Desde posiciones políticas distintas, el problema de la injusticia social se alzaba en voces. Docentes socialistas, comunistas, anarquistas, demócrata-progresistas, radicales, demócrata-cristianos, peronistas, etc., disputaban por ponerle otros sentidos, simbólicos y materiales, a la distribución cultural que la escuela ejercía.



El artículo completo al que pertenece el anterior extracto fue publicado en Cuadernos de trabajo # 2 año 1: Pedagogía social y educación popular. Perspectivas y estrategias sobre la inclusión y el derecho a la educación. 2011, UNIPE: Editorial Universitaria. La Plata, Provincia de Buenos Aires. Puede consultarse en:




   

        


                    




Los deberes


Por Herminia Brumana

Apareció en 1932 en su libro “Tizas de Colores”, en el que presenta 
sus experiencias en la escuela primaria. 
Reproducido también en sus Obras completas, 
Claridad, 1958, Buenos Aires.



Me mandan un alumno a la dirección y entra con un hosco gesto partiéndole en dos la frente ensombrecida.

No es necesario preguntarle nada para saber que la vida no lo acogió en el sendero de los felices. Tiene el cuerpo flaco, las rodillas ásperas, las zapatillas gastadas, el guardapolvo con remiendos, las manos nudosas y los ojos –los ojos, el espejo del alma– preñados de angustia.

No sé si la maestra ha podido ver todo eso, porque generalmente la maestra, a fuerza de ver los programas, el horario, el método, el procedimiento, el inspector y la técnica, concluye por no ver al niño.

Me lo han mandado “porque no hace los deberes ni estudia la lectura y no sirve para nada”.

Para captarme su confianza le hablo de cualquier cosa, lo primero que se me ocurre:

—Qué lástima, cómo se ha ensuciado el patio con esta humedad. ¿Viste?
—A “nosotro” nos embroma este tiempo para lustrar.

Ya está todo, ya no hace falta averiguar nada más para explicarse por qué es mal alumno.

Trabaja, lustra.

—Y cuando la lustrada está floja —me dice después de otras cosas—, los lunes y los viernes vendo pastillas...
—¿Y tu papá, qué hace?
—A mi papá lo llevaron al hospicio; estaba loco de tanta bebida...

¡No me atrevo a preguntar más, ni cuántos hermanitos son, ni qué hace la madre, ni nada!

Me quedo doblada en dos, enmudecida, porque ya no es la primera vez que me contestan así, porque estoy cansada de comprobar que estos llamados malos alumnos no lo son por propia voluntad, sino porque la vida los maltrató primero. Ya me está dando miedo investigar nada, ya me está dando miedo acariciar un chico porque en seguida me abre su corazoncito, y ese corazón está siempre lleno de tragedia. ¡Y lo peor es que el mío no se endurece a fuerza de sufrir con la pena de estas criaturas, sino que se sensibiliza más y más, a tal punto que a veces me basta sólo la fugaz mirada de un niño para comprenderlo todo!

¡No, no me atrevo a preguntar nada más! Pero tengo que justificar mi autoridad en la escuela, tengo que intentar siquiera algo para decirle a la maestra que este alumno me ha prometido cumplir con sus deberes, repasar la lectura, atender en clase.

Y después de hablar un rato, termino pidiéndole:

—Me traes a mí una copia nada más. Cortita, lo que puedas, con lápiz, como sea. Una vez por semana... y si puedes dos. Así yo le diré a la maestra que me traes a mí los deberes, ¿entendido?

Sí, me lo promete. Me lo promete y cumplirá. ¡Y yo tendré en mis manos unas hojitas borroneadas, sucias, escritas con esas manos nudosas y ásperas que lustran zapatos de los otros para poder comprarse zapatillas!

¡Primero será una copia, después el problema, luego más, más! Yo soy maestra y tengo el deber de pedirles trabajo para la escuela.

Porque si no fuera así, y me dejara llevar por el impulso de mi corazón, es probable que, cruzada de brazos delante de estos alumnos que no tienen padre, que comen mal y duermen peor, que cuentan diez años y ya saben lo amargo que es ganarse la vida, dijera:

—¿Deberes? Ustedes no tienen que hacer deberes. Jueguen en la calle si les queda tiempo, aprendan lo malo, háganse miserables. Nada de deberes. Ustedes no tienen ni el deber de ser buenos, porque les han negado el derecho a la felicidad.








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