María Beatriz Jouvé nació el 6 de setiembre de 1963 en
Carcarañá, provincia de Santa Fe. Desde los 19 años vive en Rosario, donde
realizó sus estudios de Profesora de Enseñanza Primaria. En 1987 comenzó su
trabajo como maestra en distintas escuelas públicas de la ciudad, y desde junio
de 2006 accedió a la vicedirección en la Escuela
Nº 150 “Cristóbal Colón”. En 2000 obtuvo su título de
Profesora de Ciencias de la
Educación en la
Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional
de Rosario. En 2004 presentó su tesis de licenciatura “Los jóvenes en
contextos de pobreza y el vínculo con la escolaridad. Representaciones y
significados de los actores. Un estudio de caso”. Colaboró con
publicaciones de AMSAFE Rosario –sindicato de docentes públicos- y desde 2007 tuvo
a su cargo la columna Urgente escuela en el programa radial “La
mañana de la TL”,
conducido por Carlos del Frade y Oscar Ainsuain. Su primer libro publicado fue Crónicas
desde la escuela (2008); lo siguió ¿Se nace o se hace? Crónicas de una
maestra (2009); ambos editados por Ciudad Gótica. También participó en el
libro de autoría colectiva Cine y trabajo (2009). Asimismo publicó,
junto a Graciela María Costa y Beatriz Elena Argiroffo, Santa Fe, mi
provincia (2011, Editorial Tinta Fresca).
¿Amores
perros?
Publicado en Crónicas desde la Escuela.
Amor de perro. Y no es poca cosa. Pienso que en este
lugar chiquito se establecen verdaderos lazos perrunos.
Ocho horas. Día de lluvia. ¿Llego tarde? Los chicos están
adentro. Afuera, están los perros.
Tres perros mojados, uno de ellos lastimado, todos son
flacos y de mirada triste.
Los perros están apostados, custodiando, esperando que
sus dueños salgan… Ellos ahora están resignados.. Por no siempre fue así… Hubo
un tiempo…
Hubo un tiempo de resistencias, en el que no se
resignaban. Verdaderas luchas que se establecían entre los perros, los docentes
y los porteros. ¿Quién ganaba? Eran épocas de combate, donde se medía palmo a
palmo la astucia, la rapidez, el ingenio. En esa época ellos entraban y se
instalaban en los salones, en el pasillo, en el patio, en donde fuera.
Un caso paradigmático fue el de “El Negro”, quien llegó a
protagonizar el copamiento de la dirección durante media hora. Entró durante el
izamiento de la bandera. Silencioso, valiente, sigiloso. Nadie pudo verlo. Se
metió debajo del escritorio de la vicedirectora que, al no verlo, comenzó a
realizar su rutina de papeleo diario: registros, planilla de comedor, planilla
de copa de leche, planilla de novedades, planillas de planillas.
Pasados treinta minutos su olor a pelo mojado lo delató.
Un aroma espeso, a humedad de muchos días, a poco baño, empezó a flotar por el
ambiente.
Y entonces… la inteligencia humana pudo más. Nuestra
docente estableció las conexiones lógicas entre el olor y los posibles
portadores del mismo y en seguida realizó su inferencia: ¡un perro!
Gritos, corridas, forcejeos, batallones de escobas lo
apuntaban. Finalmente, acorralado y rendido, salió. Pero en su dolor se veía la
mirada digna de los que han luchado. ¿Quién te quita lo bailado, Negro? No
cualquiera logra mantener su posición durante treinta minutos en una Dirección.
Los niños miraban el hecho, expectantes. Al verlo
derrotado, guardaron su dolor en el bolsillo por temor a futuras represalias y
volvieron a sus salones a continuar con sus procesos de aprendizaje: números,
cuentas, narraciones, descripciones.
Ese fue el día de la derrota.
Desde ese día, esperan afuera, aunque no muy convencidos.
Saben que en cualquier momento se producirá otro vacío por el que poder
filtrarse, y esta vez sí, resistir hasta el final.
Manifiesto Yoico
Publicado en Crónicas desde la Escuela.
Yo, la sacrificada.
Yo, la abnegada.
Yo, apóstol laica.
Yo, madre y maestra.
Yo: la planchadora
la cocinera
la acunadora
la cuidadora.
Yo, esa misma yo,
muto y me permuto
deseante y discente,
impredecible y rebelde.
Yo, esa misma yo,
maestra y madre
me asombro y me regocijo
mientras devengo mujer.
Que me quemen en la hoguera
las viejas del barrio,
y los machistas del mundo unidos,
porque yo, esa misma yo,
decido en el ejercicio pleno de mis facultades mentales
asaltar los cielos de mi propio deseo.
Los pibes piojitos
Publicado en ¿Se nace o se hace? Crónicas de una maestra.
Los insistidotes de catorce, cursando el quinto grado.
Los guapos de gorrita desafiantes del mundo, trayendo
carpetas prolijas, pidiendo fibras para pintar dibujos a la espera de un: ¡muy
bien te felicito!
Los escritores de palabras pegadas, lúcidos a la hora de
comprender los relatos de las madres de la plaza.
Las escritoras de cuentos con finales donde todos se
casan y tienen muchos hijos.
Los escritores de cuentos donde hay robos, asaltos,
persecuciones, tiros y muertes.
Los narradores del otro mundo, invitando a leer entre
líneas en sus palabras y en sus miradas.
Las yo quiero ser doctora, maestra jardinera,
veterinaria, empleada en Mc Donald y tener una familia.
Los soñadores de futuros lejanos.
Los soñadores de futuros cortitos.
Los que no soñaron nunca.
Los desafiantes y contestadores, portadores de la ley de
la supervivencia.
Los no me joda porque llamo a mi hermano y ya va a ver lo
que le pasa.
Las hacedoras de tarjetitas: ¡yo la quiero tanto
señorita!
Los regaladores de flores robadas en el jardín del
vecino.
Los de asistencia perfecta, envidia de Sarmiento,
llegando mojados los días de lluvia.
Los un día sí, y cuatro no, inventores de la semana de un
día.
Los turno tarde porque a la mañana hay que recuperar el
sueño de la noche en carro.
Las contra viento y marea, aprendiendo maravillosamente.
Los “yo vengo a la escuela para ser alguien en la vida”.
Los alcanzados por las balas impunes en una esquina.
Los bellos y luminosos apagados a los dieciocho.
Las de catorce, con sus pequeños hijos transformándome
por un rato en abuela.
Los “yo voy a seguir la secundaria”.
Los que deambulan por todos los salones.
Los sacadores de quicio.
Las de la trenza perfecta y el guardapolvo limpio.
Las del pelo sin shampoo ni crema enjuague.
Los sufridores permanentes de dolor de muelas, buscadores
de consuelo en la mano de la maestra.
Los sufridores de dolores de panza, de guiso tras guiso
en el comedor de la escuela.
Los que no esperan para ir al baño, inundando salones de
gases extraños.
Los cuánto falta para la leche.
Los me da otra factura para llevarle a mi hermanita.
Los me escondo la fruta en el bolsillo, mientras no me ve
la del comedor.
Los dueños de perros innumerables.
Los que gritan, pegan y patean.
Las que no hablan nunca y se sientan al final del salón.
Las que cuestionan e interpelan.
Las bailadoras de cumbia.
Los sultanes del ritmo.
Las que se disfrazan en los actos escolares.
Las que recitan poesías de memoria.
Los que no escuchan y silban cuando sale la bandera.
Los que forman filas.
Los que empujan en la fila.
Los que todavía están adentro de la escuela.
Los que se fueron, y parece que se los hubiera tragado la
tierra.
Relámpagos
de
azules vibraciones
Publicado el abril 9 de 2007 en Poesía en
Marcha, a raíz del asesinato del docente neuquino Carlos Fuentealba.
Llueve. Llueve. Llueve.
Llueve del cielo y llueve del alma.
Yo, umbrío por la pena, casi bruno.
Quiero ser Miguel Hernández e inundar la tierra con
palabras.
Quiero ser Miguel Hernández y escribir la elegía
de Carlos Fuentealba.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
No es efecto del alcohol ni del llanto.
No es producto de mi noche insomne.
No alucino. No deliro.
Sé que no son violines, ni flautas, ni panderos,
no son abejorros ni tormentas de guitarras.
Pero juro y aseguro.
Digo y afirmo
Asevero y sostengo
que a mi teléfono llegan relámpagos de azules
vibraciones
que gritan con bronca y dolor:
Las tizas no se manchan de sangre.
Hoy todos somos Carlos Fuentealba.
¡Avisa a todos los compañeros pronto!
El horror
nos deja
sin palabras
Texto publicado el 21 de julio de 2009, tras el asesinato
de la docente Alejandra Isabel Cugno, residente en San Jorge y directora de una
escuela en Cañada Rosquín, provincia de Santa Fe. Alejandra fue asesinada por
un hombre que ella levantó mientras hacía dedo en la ruta.
Ahogadas.
Las imágenes no pueden ser procesadas. La espera, por supuesto, vana.
Lo siniestro chapotea en el barro espeso de las palabras que no atinan a ser
grito. Agujas, vidrios, alambres retorcidos, nudos, no hay palabra, no hay
metáfora posible para nombrar lo macabro. No. No se puede. Silencio de muerte.
Y un solo rostro, una sola sonrisa, una sola foto.
Tratar de decir del horror, viniendo del país de los espantos es algo que
alguna vez ya hemos intentado. Probar de nuevo. Buscar en los libros, sé que
las palabras deben andar por algún lado. Buscar con los dedos ávidos en el
teclado. Buscar con los ojos de mirar desacostumbrados. Buscar esas palabras
nudos que nos están ahogando.
Femicidio. Así se llama, así debemos nombrarlo.
Aunque cuando escribo esta palabra, como bien me lo hizo notar mi sobrina
Luciana, aparece el subrayado, señalando el error en mi pantalla.
Femicidio o feminicidio. Así se dice. A fin de cuentas, el subrayado en rojo lo
remarca, lo potencia, nos otorga la fuerza que necesitamos para
pronunciarlo.
Soledad, Daniela, Sandra, Irma, Alejandra.
Jóvenes nombres de mujeres jóvenes.
Doscientos siete nombres, en nuestro país, solamenteel año pasado.
Femicidio, que ser mujer a veces nos cuesta demasiado caro.
Violadas, abusadas, maltratadas, mutiladas.
El cuerpo se hace prisión, se torna dócil objeto del amo.
Pariente cercano, o quizás lejano. Marido, novio, vecino, desconocido.
Hombres educados en un sistema que de chiquitos les enseñó a ser amos.
“No desates la ira del padre cuando viene cansado.
No busques el enojo del marido cuando regresa a la casa alcoholizado.
Aunque no quieras, no le digas que no esta noche, ni mañana, ni pasado.
Obedece. Somete tu cuerpo, tu idea, tu pulso, tu latido, tu deseo.
Ah! Y no hables con extraños.”
Doscientas siete mujeres asesinadas. Crímenes pasionales, muchos de ellos
fueron así rotulados.
La forma de nombrar el mundo es la forma de entenderlo, de vivirlo, de
padecerlo o de transformarlo.
La forma de nombrar lo que nos pasa cuando hablamos con la vecina de al
lado.
Si el crimen es pasional está atenuado, justificado. Como en una tragedia
griega donde se debe morir por el imperio de las pasiones. Y todos sabemos bien
que cuando el destino llama, llama. No hay fuerza humana que lo pueda torcer.
Tragedias y destinos anticipados que venimos heredando desde la Grecia Clásica.
Las máquinas del decir del sistema, arman las máscaras que
luego entre todos noscalzamos.
Denunciar lo que esconden las palabras, crear nuevas cuando no nos alcancen
para romper los moldes de un sistema injusto, desigual, donde se legitima la
explotación del hombre por el hombre y la sumisión de la mujer al hombre.
Las estadísticas hablan, y detrás del femicidio, la impunidad cabalga.
Elena denunció haber sido atacada por el asesino de Alejandra, hace quince años
atrás. Hubo denuncia, no hubo condena. ¿Cuántos kilómetros separan a Córdoba
deSanta Fe?
Cómo se ve no es una cuestión de distancia.
La impunidad nos mata.
La violencia contra las mujeres y las niñas y niñosdebe ser cuestión de Estado.
Ahí cuando lo doméstico se hace invisiblemente político. Asunto de todos. Cosa
pública, materia de Derechos Humanos.
Es urgente profundizar políticas, crear leyes, hacer campañas, prevenir, educar
desde temprano.
Los maestros de la provincia estamos de luto.
Como educadores, desde las escuelas, desde el dolor y la bronca que la muerte
de Alejandra nos causa, tenemos que animarnos a decir, a buscar juntos las
palabras, para conjurar el horror.
Subrayada con rojo sangre aparece la palabra femicidio en la pantalla. Ampliar
el vocabulario, dirían las viejas maestras. Hoy puede ser una forma necesaria
de ponerle nombre al espanto.
Libros publicados
martes, 6 de noviembre de 2012
Efemérides
20 de noviembre
La Vuelta de Obligado
La batalla de la Vuelta de Obligado
Obra de Rodolfo Campodónico
Selección de artículos con distintos enfoques
sobre la significación de la Vuelta de Obligado
Transformar
la derrota en victoria
por Luis Alberto Romero
Diario
La Nación
18/11/2010
El Gobierno anuncia la gran celebración de un aniversario de la Vuelta de Obligado, la
batalla en la que, el 20 de noviembre de 1845, las tropas de Rosas intentaron inútilmente
bloquear el acceso de la flota británica por el río Paraná. Paralelamente, los
escritores neorrevisionistas baten el parche y despiertan sentimientos e
imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad. A la
vez, por qué no, realizan un buen negocio editorial.
Como de costumbre, anuncian la revelación de un episodio que la "historia
oficial" ha mantenido oculto. En realidad, el episodio de la Vuelta de Obligado puede
ser leído en casi cualquier libro que se ocupe del período. Por ejemplo, en dos
autores clásicos y de ideas diferentes: José Luis Busaniche y Ernesto Palacio.
Dos probos historiadores británicos, H. S. Ferns y John Lynch, han dicho todo
lo que necesitamos saber acerca de las trapisondas del lobby de comerciantes e
industriales de Liverpool y Manchester, que presionó permanentemente sobre la
política del Foreign Office en el largo conflicto de la Cuenca del Plata.
Tulio
Halperin Donghi, hace 40 años, trazó un balance equilibrado del asunto,
bastante favorable a Rosas: sin cuestionar los sólidos lazos que ligaban con
Gran Bretaña a los hacendados y comerciantes porteños e ingleses -dice-, Rosas
defendió encarnizada y a la larga eficazmente la independencia política de la
región, en la época de la "política de las cañoneras", cuando nadie
podía asegurar cuáles serían los límites del colonialismo europeo. Rosas puso
esos límites.
Coincido con esos balances, que destacan no tanto las heroicas acciones
militares en el Paraná como la tozuda y cazurra práctica diplomática de Rosas
en los cuatro años siguientes. Me parece más difícil de aceptar, en cambio, que
la batalla del 20 de noviembre de 1845 haya sido una gran "epopeya
nacional", como se dice.
En primer lugar, fue una derrota. Honrosa y heroica, sin duda; victoria moral,
como nos gusta a los argentinos; pero derrota al fin. La de los ingleses fue
quizás una victoria a lo Pirro. Pero vencieron. Cortaron las cadenas, rompieron
el bloqueo y llegaron con sus barcos a Corrientes, donde la sociedad local
admiró los nuevos barcos de vapor y las damas alternaron y coquetearon con los
oficiales británicos.
Sin embargo, sus logros fueron escasos. Los mercados de las provincias
litorales eran menos atractivos que lo supuesto. Ninguno de los jefes políticos
antirrosistas, en armas en las provincias litorales, quiso comprometerse con
los ingleses.
Los comerciantes británicos en Buenos Aires continuaron
acumulando pérdidas con el bloqueo y reclamando una solución pacífica. Dicho
esto, sopesemos el argumento de los neorrevisionistas: las fuerzas militares de
Rosas, luego de la derrota del 20 de noviembre, practicaron una tenaz y
meritoria guerrilla de retaguardia, que ocasionó pérdidas a la flota y a los
buques mercantes ingleses. Un problema más. Por entonces, otros problemas en su
vasto imperio informal reclamaron la atención del gobierno británico . En 1846
Aberdeen, cultor de la "política de las cañoneras", fue reemplazado
en el Foreign Office por Palmerston, partidario del camino negociado. Hubo una
nueva evaluación de la situación del Plata, y aunque el bloqueo se mantuvo
hasta 1849, finalmente se llegó a un acuerdo muy honroso para el gobierno de la Confederación, en el
que Rosas obtuvo lo que no pudo lograr en el campo de batalla. Celebremos pues
el éxito pacífico de la diplomacia y no el fracaso de la guerra. La negociación
y no la epopeya.
¿Fue "nacional" esta acción? También me parece dudoso. Los
revisionistas y neorrevisionistas comparten una idea, de origen alemán, acerca
de la existencia de una nación eterna, existente desde siempre y animada por el
"alma del pueblo", el volgeist . Una idea importada, pensada para
otras realidades, que nuestro nacionalismo aceptó con entusiasmo y aplicó a
nuestro caso. Los historiadores profesionales sabemos que las naciones no existen
desde siempre, sino que se construyen, en circunstancias determinadas. Casi
siempre son impulsadas por Estados, que encuentran en el imaginario nacional su
mejor legitimación.
En rigor, en 1845 el Estado nacional argentino todavía estaba en construcción;
toda la Cuenca
del Plata era un hervidero, y ni siquiera estaba claro qué parte de ella -¿el
Uruguay o el Paraguay?- correspondería a la Argentina. Muchos
conflictos estaban pendientes de resolución y era difícil saber cómo terminaría
la historia, y en consecuencia, cuál de los intereses en pugna sería el
"nacional". Nuestros neorrevisionistas dan por sentado que Rosas
defendía el interés nacional. Quizá. Pero en la época había opiniones
diferentes sobre cómo organizar el país, especialmente entre correntinos, entrerrianos
y santafecinos, por no mencionar a uruguayos y paraguayos, cuya independencia
Rosas cuestionaba.
En cambio es seguro que Rosas, bloqueando el Paraná e impidiendo la libre
navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires, una provincia
que, bueno es recordarlo, hasta 1862 vaciló entre integrar el nuevo Estado o
conformar un Estado autónomo. Rosas defendió con energía el monopolio portuario
porteño, de cuyas rentas, no compartidas, vivía la provincia. Contra Rosas
estaban quienes creían que la libre navegación de los ríos los beneficiaría. El
conflicto se dirimió luego de Caseros. Mientras Rosas elegía exiliarse en
Inglaterra -quizá para estudiar más de cerca a la "pérfida Albión"-,
el Pacto de San Nicolás en 1852, y la Constitución Nacional
en 1853, abrieron el camino a la libre navegación. Los neorrevisionistas hablan
del triunfo de los intereses antinacionales. Eso los llevaría a ubicar a
nuestra Constitución en el campo antinacional. A los que vemos en la Constitución el
fundamento de nuestro orden institucional nos resulta imposible acompañarlos en
esa posición.
Transformar una derrota en victoria. Hacer de una batalla donde primaron los
intereses particulares de Buenos Aires un jalón en la construcción de la Nación. Todo eso es
algo más que una opinión, poco rigurosa pero aceptable en un terreno por
definición opinable, como lo es el pasado. Tal manera de ver las cosas
constituye una parte central del "sentido común" nacionalista, muy
arraigado en nuestra cultura, a tal punto de haberse convertido en una verdad
que se acepta sin reflexión. En su tiempo, el revisionismo ayudó mucho a
construirlo. Los escritores neorrevisionistas -confieso que me cuesta llamarlos
historiadores- pulsan esa sensibilidad, la refuerzan, y adicionalmente la convierten
en un buen negocio: bien publicitado, el nacionalismo patológico vende bien.
Digo nacionalismo patológico porque hay, en mi opinión, otro nacionalismo, al
que prefiero llamar patriotismo, sano, virtuoso e indispensable para vivir en
una nación. Pero en el sentido común de los argentinos predomina aquel otro:
una suerte de "enano nacionalista" que combina la soberbia con la
paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice
que la Argentina
está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a
la permanente conspiración de los enemigos de nuestra Nación, exteriores e
interiores. Chile siempre quiso penetrarnos. Gran Bretaña y Brasil siempre
conspiraron contra nosotros. Ellos fraccionaron lo que era nuestro territorio
legítimo, arrancándonos el Uruguay, el Paraguay y Bolivia. La última y más
terrible figuración del "enano nacionalista" ocurrió con la reciente
dictadura militar. Entonces, el enemigo pasó de ser externo a interno: al igual
que los unitarios con Rosas, la subversión era "apátrida" y, como
tal, debía ser aniquilada. Poco después, la patología llegó a su apoteosis con la Guerra de Malvinas.
Ese nacionalismo constituye un mito notablemente plástico, capaz de adaptarse a
situaciones diversas. Así, nuestro actual gobierno puede hacer uso de él,
resucitar muchos de sus tópicos -tarea en la que ayudan estos escritores
neorrevisionistas- e incluir en su campaña general contra diversos enemigos -la
lista es conocida- este revival de la
Vuelta de Obligado que prenuncia una revitalización del mito
en beneficio propio, tal como lo está haciendo con la causa de las Malvinas. En
1983, muchos creímos que habíamos logrado desterrar al "enano
nacionalista". Hoy, yo al menos lo dudo.
Una
mirada revisionista
de la
Vuelta de Obligado.
La batalla olvidada
por: Pacho O'Donnell
Diario Perfil 24/10/2010
La
batalla y los protagonistas. El desigual combate entre la más poderosa flota
del momento y los criollos, que resistieron bravamente. Juan Manuel de Rosas y
su cuñado, Lucio Mansilla, líderes de la defensa de nuestra soberanía.
Lo que se avecinaba eran las acciones bélicas conocidas como el combate de la Vuelta de Obligado, una
gesta heroica en que las precarias armas argentinas lucharon exitosamente
contra las dos escuadras más poderosas del mundo, lo que hizo escribir al
general San Martín, textualmente, que “esta contienda en mi opinión es de tanta
trascendencia como la de nuestra emancipación”. Sin embargo esa epopeya fue
ocultada, desdibujada y jibarizada en los textos oficiales de historia por el
principal motivo de que sus protagonistas fueron don Juan Manuel de Rosas y los
sectores populares, la “chusma”.
Significó la resistencia criolla y popular
contra la prepotencia de aquellas naciones con quienes nuestra clase dirigente
de entonces pretendía identificarse, servirlas y sacar provecho personal de ello.
Metafóricamente fue la resistencia de lo propio, de lo nacional, contra la
fuerza de lo ajeno, de lo extraño, que desde la Revolución de Mayo se
había adueñado de los sacrificios libertarios de próceres imbuidos de lo
nacional, miembros del “partido americano” como Campana, Güemes, Belgrano, los
caudillos federales Artigas, Dorrego y otros. Y por supuesto don José de San
Martín. Y la historia oficial se encargó de hacerlo desde la historiografía.
Contra ello surgió como alternativa la corriente y escuela del revisionismo
histórico con la que me siento comprometido y este libro es expresión de sus
propósitos.
Los invasores traían también fuerzas mercenarias fogueadas en las guerras
europeas. Entre ellas se encontraba una flotilla que ocupó y saqueó Colonia del
Santísimo Sacramento obligando a sus habitantes a huir aullando de terror con
sus ropas desgarradas. Los saqueadores arrasaban con todo lo que encontraban.
El cielo parecía cobrar vida con el relumbre de los incendios.
El jefe de los vándalos, nacido en Niza pero criado en Italia, echó las culpas
a la “difícil tarea de mantener la disciplina que impidiera cualquier
atropello, y los soldados anglofranceses, a pesar de las órdenes severas de los
almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas y en las
calles. Los nuestros (italianos), al regresar, siguieron en parte el mismo
ejemplo aun cuando nuestros oficiales hicieron lo posible por evitarlo. La
represión del desorden resultó difícil, considerando que la Colonia era pueblo abundante
en provisiones y especialmente en líquidos espirituosos que aumentaban los
apetitos de los virtuosos (sic) saqueadores”. Ni siquiera la iglesia se libró
de los desmanes, ya que en ella se celebró la victoria con orgías y
borracheras.
Luego la escuadra de mercenarios italianos, aprovechando que el río Uruguay
había quedado desguarnecido porque los pocos recursos patriotas se concentraron
en el Paraná, repetiría el cruento saqueo en Gualeguaychú y en Salto.
El jefe mercenario de esta horda salteadora era Guiseppe Garibaldi, que años
más tarde se constituiría en el héroe de la unidad italiana y prócer nacional
de Italia.
Una eficaz estrategia de Rosas fue poner en acción medios de prensa que
contrarrestaran la propaganda de las potencias agresoras. Uno de ellos fue el
Archivo americano y espíritu de la prensa del mundo, que se publicó desde 1843
hasta 1852. Escrito en español, inglés y francés, se encargó a Pedro de
Angelis, un valioso intelectual italiano que gozaba de la confianza del
Gobernador, ocuparse de asuntos de actualidad. A veces se daban a conocer
artículos críticos hacia la
Confederación, argentinos o del exterior, con sus
correspondientes respuestas. Era también frecuente la difusión de cartas
interceptadas a los unitarios.
Mansilla, consciente de su gravísima responsabilidad, después de considerar
varias opciones, resolvió fortificar con todos los elementos disponibles el
sitio llamado Vuelta de Obligado por su configuración y por su posición
estratégica, como consigna en su parte a Rosas: “(...) por la vuelta que hace
el río en una punta saliente y difícil de remontarse con el viento, a quien
viene navegando, debido al cambio que hace de rumbo el canal principal”.
Obligado era un paraje situado sobre la margen derecha del río Paraná, que allí
baja en dirección NO a SE para desviar luego de N a S y nuevamente de O a E, de
allí lo de “vuelta”. Tomó el nombre de su propietario, don Antonio Obligado,
andaluz que lo había adquirido a su vez al canónigo Andújar en 1785. El recodo
del río, la “vuelta”, tiene una profundidad de 15 metros y un
ancho de aproximadamente 800.
Las fuerzas patriotas disponían sólo de cuatro baterías: dos recuperadas de
Martín García y las otras de San Nicolás, anticuadas y necesitadas de
reparación por estar desfogonadas o carentes de algunas piezas. La orilla
izquierda, en la provincia de Entre Ríos, era pantanosa e inutilizable para la
defensa, por lo que las cuatro baterías se instalaron sobre la barranca
derecha: la Manuelita,
sobre el ángulo de la costa al mando del teniente coronel de artillería
Juan Bautista Thorne, con 7 cureñas de mar, empotradas en troncos de tala, de
calibre de 10 y de 8
pulgadas. La segunda batería, la General Mansilla,
al mando del teniente de artillería Felipe Palacios, ubicada en forma rasante
sobre la barranca, en un declive del terreno, servida por 3 piezas, 2 de 12 y
una de 8. La General
Brown, del teniente de Marina Eduardo Brown, hijo del
almirante, con 5 piezas: una de 24, 2 de 18, una de 16 y una de 12. Y la última
batería, la
Restaurador Rosas, al mando de Alvaro Alzogaray, ayudante
mayor de Marina, armada con 6 cañones, 2 de 24 pulgadas y 4 de 16,
ubicada en el tope de la barranca. En la parte baja, casi al nivel del agua, se
había comenzado a construir otras tres baterías, pero no hubo tiempo para
terminarlas.
Frente a la batería rasante que llevaba su nombre, para dificultar el paso de
los invasores, en un alarde de ingenio, Mansilla atravesó el curso del Paraná
con tres gruesas cadenas de hierro afirmadas sobre 24 barcazas desmanteladas, en
cuyo remate sobre la orilla entrerriana se posicionó el bergantín Republicano,
de madera, armado con 6 cañones de escaso calibre, al mando del capitán Craig y
con una tripulación de 2 oficiales, 9 suboficiales, 21 artilleros y 13
marineros.
La fuerza invasora estaba formada por el buque insignia inglés Gorgon, de 1.200
toneladas, a vapor, al mando del comandante en jefe, capitán Hotham; el
Firebrand, también a vapor, comandado por el capitán Hope; la corbeta Comus,
del capitán Inglefield; los bergantines Philomel, del capitán Sullivan;
Dolphin, con el capitán Leving, y Fanny, del capitán Key. Esta flota británica
portaba en total 50 cañones, casi el doble de los argentinos y mucho más
potentes, mejor puntería y largo alcance.
La escuadra francesa, por su parte, la integraba el modernísimo vapor Fulton,
de 650 toneladas y 16 caballos de fuerza, al mando del capitán Mazeres; la
corbeta Expeditive, del capitán De Muriac; los bergantines Pandour, de Du Marc,
y Procida, con el capitán De la
Riviere, y la nave capitana, St. Martin, del comandante en
jefe, Trehouar. Esta última, con el nombre de San Martín, la nave insignia de la Confederación y al
mando directo de Guillermo Brown, había sido capturada frente a Montevideo e
incorporada a la flota agresora. Los cañones franceses sumaban 49 piezas y en
su gran mayoría disparaban modernos proyectiles Paixhans, huecos de bala
explosiva de 80 libras
y espoleta, con hasta entonces desconocida capacidad de destrucción; también
proyectiles Congreve, pioneros de la cohetería bélica. Los cañones ingleses no
se quedaron atrás en cuanto a la modernidad y no pocos eran Peysar, de alma
rayada, que permitía una afinada puntería y mayor alcance, y se utilizaban por
primera vez en un conflicto armado.
En carta a Tomás Guido en esos días de 1845, don José de San Martín, en su
destierro francés, se indignaría: “Es inconcebible que las dos grandes naciones
del universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que
pueda cometerse contra un Estado independiente”. Y agrega, después de otras
consideraciones sobre el tema, una admirable afirmación: “Ud. sabe que yo no
pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del partido americano; así que
no puedo mirar sin el menor sentimiento los insultos que se hacen a la América”.
El Libertador conocía a la chusma que había constituido sus ejércitos
invencibles y no ignoraba su valor y su astucia en el combate, y esos
orilleros, mulatos, indios, gauchos, ahora habían apretado filas en torno al
Restaurador “para defender esa palabra nueva –soberanía– repetida en los
mensajes de gobierno. Nadie se las había explicado, ni falta hacía, porque para
ellos era bien claro que una patria que no se hiciese respetar no era una
patria. No eran ideas ni posibilidades: la patria eran ellos, el suelo que
pisaban, su manera de ser, sus costumbres, sus padres, sus hijos: algo concreto
que todos comprendían y sentían. Por ella podían pasarse sin géneros y sin pan
si fuese necesario. Y dar su vida, porque por la patria se muere. Pero también
se mata” (J.M. Rosa).
El 17 de noviembre la poderosa flota europea se acerca a donde la esperan los
enardecidos defensores de la patria invadida. El 18 es día de reconocimientos y
tanteos. El 19 amanece con neblina y sin viento, lo que inmoviliza a los
invasores ya que algunos de sus barcos eran a vela. Pero el 20 se presenta
favorable para su acción y los aliados avanzan con la St. Martin al frente,
una ofensa que enfurece aún más a los argentinos.
Mansilla, ante la inminencia del ataque, arengó a sus tropas: “¡Allá los
tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra Patria, al
navegar, sin mas título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el
territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! Tremola en el
Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de
donde flamea”. A continuación, los criollos entonaron a voz en cuello el Himno
Nacional acompañados por la banda de Patricios y a su término Mansilla gritó un
“ ¡Viva la Patria!”
que es respondido atronadoramente por sus hombres y luego sería la orden de
“¡fuego!” y las cuatro baterías al unísono comenzaron a descargar sus
proyectiles. Eran las ocho y cuarenta y tres minutos de la mañana.
El St. Martin recibe una andanada que lo deja averiado, su palo mayor dañado y
44 de sus tripulantes quedan fuera de la acción, entre ellos el 2° y el 3°
oficial. Recibe luego otros once impactos que le destrozan el timón y lo dejan
a la deriva. Más tarde, en combate ya generalizado, el bergantín patriota Republicano,
agotada su munición, es volado por su capitán, Craig, para que no caiga en
poder del enemigo. Los brulotes son soltados pero la correntada los impulsa
lejos de los atacantes.
El fuego europeo hacía estragos en las baterías patriotas, a pesar de lo cual
no dejaron de responder con su escasa capacidad de fuego pero que fue
suficiente para poner fuera de combate a los bergantines Pandour y Dolphin,
para silenciar los cañones mayores de la Fulton, que intentó infructuosamente cortar las
cadenas en dos oportunidades, y para obligar a retirarse al Comus. Pero pronto
fue evidente que la heroica resistencia no podría mantener a raya mucho tiempo
más a los europeos porque los proyectiles iban agotándose y las bajas humanas
ya eran considerables.
Esto hizo que un comando de los atacantes pudiera llegarse hasta las cadenas en
tres ágiles balandras y a martillazos sobre un yunque improvisado logró
cortarlas abriendo la vía por la que se filtró primero la Fulton y luego la Gorgon y la Firebrand, demostrando
la ventaja de estar propulsadas a vapor, y desde mejores posiciones
bombardearon las baterías argentinas, especialmente a la Manuelita. A las dos
y media de la tarde, el eficaz correo le avisa a Mansilla que al sur de las
baterías, en la Playa
de Pescadores, el enemigo estaba concentrando fuerzas de desembarco. Los
milicianos montados de Rodríguez y Quiroga concurrieron al lugar y se
encargaron entonces con su destreza de jinetes y con el filo de sus sables de
hacerlos regresar a remo a las naves aliadas, ahogándose algunos en el
apresuramiento.
Hacia las cuatro de la tarde los proyectiles patriotas ya están casi agotados,
lo que facilitó que la batería Restaurador Rosas fuese silenciada por el fuego
de la Expeditive. A
las 16.50 sería Thorne quien encienda la mecha de su último cañonazo desde la Manuelita. Los
ingleses decidieron entonces un nuevo desembarco al mando del jefe de su
escuadra, Hotham, ante lo cual Mansilla dio la orden de rechazar el intento a
cuchillo, cuerpo a cuerpo. El va al frente, dando el ejemplo, y entonces cae
mal herido por la metralla.
La lucha era feroz y los franceses desembarcaron tropas para reforzar a las
británicas, siempre apoyados por el intenso y eficaz cañoneo de las naves.
Sobre las 19 horas las tropas invasoras se reembarcan habiendo sufrido graves
pérdidas humanas.
Las baterías argentinas habían sido demolidas y muchos de sus artilleros
muertos o heridos, pero el costo de los aliados también fue grande, dañadas
diez de sus once naves, exceptuándose la Firebrand, que se retiró hasta San Nicolás para
preservarse. La resistencia de Thorne desde la Manuelita había
provocado grandes destrozos entre los aliados, pero una bala de cañón enemiga
lo alcanzó y lo levantó en el aire arrojándolo contra un árbol. Se incorporó de
inmediato diciendo: “No fue nada” y continuó combatiendo. A raíz de dicha
acción perdió su audición, siendo reconocido desde entonces como “el sordo de
Obligado”.
Se dijo que el último cañonazo de los heroicos argentinos lo efectuó el
teniente José Romero, y luego, impotente, de pie sobre su pieza humeante,
insultó a los invasores hasta que una bala lo mató.
El parte de la alianza invasora rindió tributo al coraje argentino: “Siento
vivamente que esta gallarda proeza –decía Trehouart– se haya logrado a costa de
tal pérdida de vidas (se refería a las propias), pero considerando la fuerte
posición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer
a la Divina
Providencia que no haya sido mayor”.
Las bajas patriotas estuvieron de acuerdo al heroísmo con que se enfrentó a un
adversario con mucha mayor capacidad de fuego: 250 muertos y 400 heridos, un
total de 650 bajas, la tercera parte de los 2.160 combatientes que tomaron
parte del combate.
Los 21 cañones de las baterías (sólo se salvaron los 9 de los cuerpos móviles)
cayeron en poder del enemigo, que inutilizó o echó al agua a la mayoría, salvo
diez de bronce que llevó a Europa para exhibirlos en sus museos e instituciones
militares. Los lanchones que sostenían la cadena fueron incendiados.
Las pérdidas europeas fueron: franceses, 18 muertos y 70 heridos; ingleses, 10
muertos y 25 heridos. En cuanto a las pérdidas materiales, los más dañados
fueron el St.Martín, que recibió mas de 100 disparos; el Fulton, cerca de 70;
el Dolphin y el Pandour sufrieron ambos la destrucción de su velamen y el
segundo la pérdida de sus dos anclas. El capitán del Dolphin anotó que “a las 5 de la
tarde se recibió la señal para tripular botes armados y reunidos, pero ningún
bote tripulado salió del costado del Dolphin por la sencilla razón de que todos
nuestros botes estaban atravesados por las balas y se hundían”.
La Vuelta de Obligado, 1845
Christian
Rath
16 /10 / 2010
El
20 de noviembre de 1845, las dos flotas de guerra más poderosas de ese tiempo,
las de Inglaterra y Francia, enfrentaron a las fuerzas patriotas del Río de la Plata a la altura del paso
Tonelero, en la Vuelta
de Obligado, sobre el río Paraná. Para detener a las flotas enemigas, se
tendieron tres cadenas a través del río, sostenidas por 24 barcazas y lanchas
incendiarias, defendidas por una goleta armada por seis cañones y baterías en
lo alto de los márgenes. El combate, inmensamente desigual, se prolongó por la
heroicidad de las tropas argentinas -hubo, por lo menos, 250 caídos- y obligó a
las extranjeras a internarse en la costa para apagar el fuego de las baterías.
Las flotas extranjeras, finalmente, se abrieron paso a la cabeza de un centenar
de barcos mercantes ingleses y franceses con mercaderías para ser colocadas en
los puertos del interior del Paraná y Paraguay. Pero la misión fracasó en todo
el litoral: los barcos extranjeros no encontraron aliados en los puertos del
interior, donde a la desconfianza popular se sumó la implantación de derechos
aduaneros exorbitantes para frustrar la acción de los comerciantes extranjeros.
El convoy permaneció en aguas del Paraná durante seis meses y al regresar
(mayo, 1846), con los depósitos aún colmados, perdió cuatro naves en un combate
naval a la altura de San Lorenzo, lo cual convirtió al conjunto de la operación
en algo muy próximo al fracaso político y militar. El jefe militar en la Vuelta de Obligado fue
Lucio Mansilla y la cabeza de la Confederación Argentina,
el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. San Martín, por esta
acción, legó a Rosas su sable de campaña.
Contar la Historia
Salvo para las expresiones más recalcitrantes de la historiografía liberal, la Vuelta de Obligado es
considerada (y lo es) un hito de la independencia nacional. Aún Alberdi y
Sarmiento, enemigos políticos acérrimos de Rosas, la reivindicaron como un acto
mayor de afirmación nacional. Para Milcíades Peña, Rosas defendió el derecho de
la clase de los terratenientes a continuar su explotación del país, sin
tutelas. "En ese sentido... defendió efectivamente la independencia
nacional. Si hubiera sido derrotado, el país no se habría emancipado de la
dictadura de Buenos Aires. La habría continuado soportando, con el agravante de
la dictadura del comercio extranjero y su correspondiente flota"1.
La Vuelta de Obligado impidió esa dictadura del comercio y la flota, pero de
ningún modo el dominio de la diplomacia británica. Se mantuvo (consolidó) la
secesión de la Banda
Oriental de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Casi
exactamente cuatro años después de la batalla -24 de noviembre de 1849-, la Confederación Argentina
aceptaba retirar sus tropas del Uruguay, consagrando la escisión de la Banda Oriental, en
un acuerdo que comprometía a Gran Bretaña a evacuar la isla Martín García,
devolver los barcos argentinos secuestrados y saludar a la bandera argentina en
reconocimiento a su soberanía en el río Paraná.
Gran Bretaña había batallado por la secesión oriental durante veinte años. En
resumen, la oligarquía terrateniente de Buenos Aires y el Litoral obtenía la
protección de su comercio interior, a cambio de una concesión histórica
decisiva. "Lo mas importante para las partes mediadoras es la conservación
de la independencia de Montevideo", se lee en las instrucciones a la
misión de Francia e Inglaterra (1844) en el Río de la Plata, que precedió al
ataque de las flotas2.
Crisis internacional
En 1839, Gran Bretaña "abre a cañonazos" (Marx) el mercado interior
chino. Invocando la misma bandera, Estados Unidos bloqueó a Japón e impuso el
librecambio en 1853. Aunque el comercio internacional se multiplicó por cuatro
en menos de un siglo (1789/1848), se llegó a un punto en el que la extensión de
los mercados era incapaz de absorber el aluvión de manufacturas producido por
la revolución industrial. La primera crisis detonó en Gran Bretaña en 1837 y se
extendió por cinco años. La irrupción de las flotas extranjeras en el Río de la Plata corresponde a este
período de crisis de crecimiento del capitalismo.
En el debate en la Cámara
de los Lores sobre el tratado de 1849 que puso fin al estado de beligerancia
con Inglaterra, Lord Aberdeen, canciller en 1845, declaró "(la
independencia de Uruguay) era, en realidad el único objetivo de importancia,
porque con Rosas no teníamos ninguna disputa, nada teníamos de que quejarnos,
nada que pedir, excepto la independencia de la República Oriental"3.
Era una manera de velar el otro propósito: la libre navegación de los ríos de
las Provincias Unidas, Uruguay y Paraná, para llevar el comercio británico a
Paraguay y el oeste de Brasil.
El interior de la Argentina
y Paraguay eran considerados por Gran Bretaña y Francia (el país que más creció
en sus exportaciones al Río de la
Plata entre 1825 y 1850) como un mercado de vasto potencial.
El reclamo por el libre tránsito de los ríos cobró importancia, además, con la
navegación a vapor -que dejaba atrás el lento desplazamiento fluvial.
En esta política de libre navegabilidad confluían Gran Bretaña, Francia, la
fuerte colonia extranjera en Montevideo y todo un sector de la burguesía
comercial -políticamente representada por los unitarios. La posición de Buenos
Aires, que imponía el control de la aduana al resto del país, no coincidía
tampoco con los terratenientes de las provincias del litoral, que defendían sus
territorios pero no la dictadura comercial y fiscal porteña. Por esta razón,
los puertos de Paraná (en Entre Ríos se había puesto en pie una poderosa
competencia con los hacendados de Buenos Aires, que puede medirse en el
crecimiento de los saladeros, de 6 en 1844 a 17 en 1851), Santa Fe y Corrientes estaban
impedidos de hacer por sí mismos el intercambio de sus productos exportables
-sólo se beneficiaban con el tráfico de los buques que realizaban desde Buenos
Aires el comercio de trasbordo.
En el caso de Paraguay, empeñado en un proceso incipiente de capitalismo de
Estado, la situación era aún peor desde el momento en que tenía bloqueada la
posibilidad de importar o exportar sus productos si no era pagando el tributo
al puerto de Buenos Aires. Lo que no consiguió la flota anglo-francesa, lo
lograría Mitre más tarde con la sangrienta guerra de la Triple Alianza -que
fue apoyada por los estancieros del Litoral.
De conjunto, la dictadura sobre la
Aduana significó para la clase de los hacendados de Buenos
Aires -y Rosas en particular- la llave maestra del poder. La aceptación de la
derrota por parte de Gran Bretaña facilitó luego el realineamiento de fuerzas
que organizó el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas en 1851. En este
sentido, la Vuelta
de Obligado fue el acto preparatorio de Caseros, porque condujo a la ruptura
del frente único de los estancieros.
La guerra civil en Uruguay
En 1842, el gobierno de Rosas, para contrarrestar la influencia del comercio de
Montevideo, dispuso el bloqueo de la ciudad por tierra y agua. En 1844, la
misión de Inglaterra y Francia presentó un ultimátum al gobierno de Buenos
Aires para que evacue el territorio de Uruguay y cese el bloqueo a Montevideo.
No hubo acuerdo y la misión se recluyó en Uruguay. En abril de 1845, Urquiza
aplastó al ejército de Fructuoso Rivera en India Muerta y las tropas argentinas
tuvieron a su alcance la posibilidad de ocupar Montevideo y alzar a todo el
interior de Uruguay contra sus ocupantes. En este momento, el flamante
embajador inglés en Buenos Aires planteó que "Montevideo no debía ser tomada",
pactó con el enviado francés la constitución de una fuerza naval conjunta para
hacerse cargo de su defensa y organizó un desembarco de infantes para evitar su
colapso. En junio de 1845, el embajador inglés planteó que su gobierno no
reconocería ningún gobierno instalado por la Argentina.
El comercio de Montevideo jamás podía compensar el comercio
de Buenos Aires, que era lo que el imperio británico ponía en riesgo al
pretender "abrir" las Provincias Unidas para el comercio británico a
través de los ríos e impedir la vuelta de Uruguay al seno de las Provincias
Unidas.
El "nacionalismo" oligárquico
Las posibilidades de una victoria nacional bajo la dirección de los
terratenientes bonaerenses no tendrían otra oportunidad como ésta.
Luego del regreso de las flotas extranjeras, la incertidumbre de las
cancillerías europeas contrastaba con el clima de euforia de las masas
bonaerenses y del litoral. En palabras de un investigador norteamericano
"la tentativa (de la libre navegabilidad) resultó... un fracaso desde el
punto de vista comercial, pues muchos de los barcos regresaron con sus
cargamentos completos. La consecuencia mas importante fue exaltar el
patriotismo del pueblo argentino hasta un grado sin precedentes"4. La
aparentemente monolítica joven guardia de intelectuales unitarios concentrada
en Montevideo se dividió. El propio frente interno en Montevideo se partió en
dos "y las fuerzas británicas y francesas de Montevideo que habían
desembarcado para salvar a los (ocupantes) se veían ahora obligadas a
defenderse de la misma gente que habían protegido"5.
El "federalismo" porteño mostró entonces todos sus límites. Mantuvo
inmóvil el sitio de Montevideo; en el momento de mayor tensión, Rosas permitió
el avituallamiento de las tropas inglesas. En un escenario de gestos de
reconciliación, el 15 de julio de 1847 la flota británica abandonó su parte en
el bloqueo y retiró de Montevideo las tropas y equipos británicos. Finalmente,
el 24 de noviembre de 1849 se firmó el pacto con Inglaterra que consagró la escisión
definitiva de la Banda
Oriental.
Rosas había reconocido antes que el Paraná era un río de la Confederación y el
Uruguay un curso a resolver "entre Argentina y Uruguay", abriendo el
camino para las aspiraciones británicas. También en 1849 se reinició el pago de
la deuda con Baring Brothers por el empréstito usurario contraído bajo el
gobierno de Rivadavia, deuda por la cual el gobierno Rosas había ofrecido, sin
éxito, la entrega definitiva de las Islas Malvinas en 1838.
Finalmente, en septiembre de 1850 se firmó un tratado con Francia, acordando
una mutua retirada de tropas argentinas y francesas.Las luchas de 1845 fueron
convertidas, a partir de entonces, en una victoria de la
"extranjería". Despejó el camino para el largo período histórico que
convirtió a Argentina en la semicolonia de lujo de Inglaterra.
(1) Peña, Milcíades: "El Paraíso Terrateniente", Ediciones Fichas,
1972.
(2) Bustamente, José Luis: "Los cinco errores capitales de la intervención
anglo francesa en el Plata", Buenos Aires, 1942, citado por Liborio Justo
en "Nuestra Patria Vasalla", Editorial Grito Sagrado, tomo 2.
(3) Lynch, John: "Juan Manuel de Rosas", Emecé, 1984.
(4) Cady, John: "La intervención extranjera en el Río de la Plata", Buenos Aires,
Losada, 1943.
(5) Ferns, H.S., "Argentina y Gran Bretaña en el Siglo XIX",
Solar/Hachette, 1966.
La Vuelta de Obligado
Jorge
Abelardo Ramos
Capítulo del libro:
Revolución
y contrarrevolución en Argentina. Las Masas y las Lanzas
La
política británica en el Río de la
Plata constituyó un modelo clásico de duplicidad
imperialista. Las enormes dificultades interiores y exteriores que la resistencia
de Rosas ocasionaban al Ministerio inglés, obligaron a los hombres de Londres
a buscar una solución al conflicto. Mientras Mandeville en Buenos Aires apoyaba
suavemente las exigencias de Rosas, (interpretando las necesidades del
comercio
inglés residente) el comodoro Purvis apoyaba la causa de Montevideo, donde
también vivían comerciantes de esa nacionalidad. Esta evidente contradicción de
la política británica no existía sino para la candidez sudamericana.
La
política dual de los ingleses, les permitía defender simultáneamente sus intereses
en ambas márgenes del Plata, contribuir a la división uruguayo†argentina, aparentar
neutralidad en todos los casos, y sacar ventajas en los dos puertos. Al mismo
tiempo, utilizaba los servicios de la legión francesa que luchaba en Montevideo,
arrojando sobre el prestigio de Francia todo el peso del odio argentino.
Los
intereses comerciales que traficaban con la región del Plata presionaban al
gabinete británico para que solucionara en cualquier forma el conflicto. La
lucha de
Rosas con Montevideo había paralizado el comercio rioplatense. Peel
vióse en 1844 –escribe Cady– ante el pedido insistente de plazas
como las de Liverpool y Manchester, que urgían al gobierno británico
para que conjuntamente con el de Francia, adoptase medidas
para limitar las restricciones puestas al comercio en el Plata.
Solicitaban
también se pusiera fin a los disturbios en el Uruguay y se
asegurara el acceso de los comerciantes británicos a los mercados del
Paraguay y regiones del interior.
Respaldando
estas reclamaciones, estaban diez memoriales de los centros industriales
de Yorkshire, Liverpool, Manchester, Leeds, Halifax y Bradford, suscriptos
por 1.500 banqueros, comerciantes e industriales de las ciudades citadas. La
opinión generalizada en Gran Bretaña, por otra parte, era que ni siquiera el comercio
libre con Buenos Aires y Montevideo tendría plena importancia sin las comunicaciones
con el interior sudamericano. En esta apreciación del gobierno y la
industria británicos, encontraremos más adelante la clave de la trágica guerra del
Paraguay.
Los
ingleses planeaban en su correspondencia diplomática la balcanización, como
lo demuestran las investigaciones contemporáneas en los archivos del Foreing Office.
Un agente británico escribía a Londres: El
reconocimiento del Paraguay; conjuntamente con el posible reconocimiento
de Corrientes y Entre Ríos, y su erección en estados independientes
aseguraría la navegación del Paraná y del Uruguay.
Podría así evitarse la dificultad de insistir sobre la libre navegación
que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo. El
cinismo de esos caballeros no dejaba nada que desear.
De
esa manera se llegó hasta la invasión internacional de los ríos argentinos, que
originó el heroico combate de Obligado. Las cadenas extendidas, por Mansilla sobre
el Paraná a guisa de barrera, fueron destruidas por los cañonazos de la imponente
flota anglofrancesa. Al pasar saquearon Gualeguaychú, bombardearon e
incendiaron el puerto de Colonia y se apoderaron de la isla Martín García. La hostilidad
general, la ausencia de fuerzas de tierra y el carácter de guerra nacional que
la descarada intervención internacional otorgaba a la resistencia de Rosas obligaron
a los piratas civilizados a retroceder primero y a negociar después.
Según
el investigador norteamericano ya citado, la
tentativa resultó un fracaso desde el punto de vista comercial, pues
muchos de los barcos regresaron con sus cargamentos completos.
La consecuencia más importante fue exaltar el patriotismo del
pueblo argentino hasta un grado sin precedentes.
El
descrédito más completo rodeó a los unitarios, artífices de la coalición de las
potencias europeas. Los ministros de las grandes metrópolis miraban por encima del
hombro a esos «nativos» desaprensivos y pedigüeños. Los argentinos de todas las
provincias los abrumaban con su desprecio. El general San Martín ofrecía la espada
de la Independencia
a Rosas. A su vez, el gobierno títere de Montevideo dependía
por completo de la buena voluntad de los grandes imperios. A cargo de la Tesorería de Francia, se
firmaba un tratado que disponía el pago de un subsidio mensual
a beneficio de las autoridades de Montevideo por 40.000 pesos fuertes.
Después
del levantamiento del bloqueo internacional contra Rosas en el Río de
la Plata (1848)
las defensas de Montevideo habían quedado tan desguarnecidas frente
a los ejércitos gauchescos del General Oribe, que la escuadra francesa debió
enviar a tierra 400 infantes de marina para «servir a las baterías casi desiertas». A
todo este espectáculo la tradición mitrista unitaria y cipaya firmó la «Segunda Troya».
El ministro de relaciones Exteriores del Gobierno de Montevideo, desesperado
por la situación, gestionaba inútilmente ante los gobiernos europeos el
otorgamiento de una ayuda militar y política más efectiva. Propuso
que dichas potencias –dice Cady– asumieran el protectorado
conjunto del Uruguay por un período indeterminado, alegando
que la libre navegación de los ríos podía lograrse si todas las
partes interesadas se unían para tal fin.
Pero
los ingleses y franceses tenían ya las manos ocupadas en otras gestiones; sus
rencillas domésticas les eran gravosas y por otra parte, ya habían probado las lanzas
rioplatenses. Era evidente que no se trataba de un paseo militar. El cortés ofrecimiento
fue rechazado, todo lo cual no impidió que estas almas dóciles que deseaban
ser colonizadas ingresasen firmemente a la mitología escolar de los héroes nacionales.
En
1849 los intervencionistas firmaban con Rosas un tratado por el cual se reconocía
que la navegación fluvial argentina estaba únicamente sujeta a sus leyes y
reglamentos; las potencias se obligaban a evacuar la isla de Martín García, devolver
los barcos argentinos apresados y saludar la bandera nacional. Esta victoria
de Rosas no constituyó, en realidad, sino una tregua hasta Caseros.
20
de noviembre de 1845
La
Vuelta de Obligado
Felipe
Pigna
Fuente:
Los mitos de la historia
argentina 2, de Felipe Pigna, Buenos Aires, Planeta. 2004.
Quizás
uno de los aspectos más notables e indiscutidamente positivos del régimen de
Rosas haya sido el de la defensa de la integridad territorial de lo que hoy es
nuestro país. Debió enfrentar conflictos armados con Uruguay, Bolivia, Brasil,
Francia e Inglaterra. De todos ellos salió airoso en la convicción –que
compartía con su clase social- de que el Estado era su patrimonio y no podía
entregarse a ninguna potencia extranjera. No había tanto una actitud
nacionalista fanática que se transformaría en xenofobia ni mucho menos, sino
una política pragmática que entendía como deseable que los ingleses manejasen
nuestro comercio exterior, pero que no admitía que se apropiaran de un solo
palmo de territorio nacional que les diera ulteriores derechos a copar el Estado,
fuente de todos los negocios y privilegios de nuestra burguesía terrateniente.
En
el Parlamento británico se debatía en estos términos el pedido brasileño y de
algunos comerciantes ingleses para intervenir militarmente en el Plata para
proteger sus intereses: “El duque de Richmond presenta una petición de los
banqueros, mercaderes y tratantes de Liverpool, solicitando la adopción de
medidas para conseguir la libre navegación de el Río de la Plata. También
presenta una petición del mismo tenor de los banqueros, tenderos y tratantes de
Manchester. El conde de Aberdeen (jefe del gobierno) dijo que se sentiría muy
feliz contribuyendo por cualquier medio a su alcance a la libertad de la
navegación en el Río de la Plata,
o de cualquier otro río del mundo, a fin de facilitar y extender el comercio
británico. Pero no era asunto tan fácil abrir lo que allí habían cerrado las
autoridades legales. Este país (la
Argentina) se encuentra en la actualidad preocupado en el
esfuerzo de restaurar la paz en el Río de la Plata, y abrigo la esperanza de que con este
resultado se obtendrá un mejoramiento del presente estado de cosas y una gran
extensión de nuestro comercio en esas regiones; pero perderíamos más de lo que
posiblemente podríamos ganar, si al tratar con este Estado, nos apartáramos de
los principios de la justicia. Pueden estar equivocados en su política
comercial y pueden obstinarse siguiendo un sistema que nosotros podríamos creer
impertinente e injurioso para sus intereses tanto como para los nuestros, pero
estamos obligados a respetar los derechos de las naciones independientes, sean
débiles, sean fuertes”.
El
canciller Arana decía ante la legislatura: “¿Con qué título la Inglaterra y la Francia vienen a imponer
restricciones al derecho eminente de la Confederación Argentina
de reglamentar la navegación de sus ríos interiores? ¿Y cuál es la ley general
de las naciones ante la cual deben callar los derechos del poder soberano del
Estado, cuyos territorios cruzan las aguas de estos ríos? ¿Y que la opinión de
los abogados de Inglaterra, aunque sean los de la Corona, se sobrepondrá a la
voluntad y las prerrogativas de una nación que ha jurado no depender de ningún
poder extraño? Pero los argentinos no han de pasar por estas demasías; tienen
la conciencia de sus derechos y no ceden a ninguna pretensión indiscreta. El
general Rosas les ha enseñado prácticamente que pueden desbaratar las tramas de
sus enemigos por más poderosos que sean. Nuestro Código internacional es muy
corto. Paz y amistad con los que nos respetan, y la guerra a muerte a los que
se atreven a insultarlo”.
Se
ve que Su Graciosa Majestad decía una cosa y hacía otra, porque en la mañana
del 20 de noviembre de 1845 pudieron divisarse claramente las siluetas de
cientos de barcos. El puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez
por las dos flotas más poderosas del mundo, la francesa y la inglesa,
históricas enemigas que debutan como aliadas, como no podía ser de otra manera,
en estas tierras.
La
precaria defensa argentina estaba armada según el ingenio criollo. Tres enormes
cadenas atravesaban el imponente Paraná de costa a costa sostenidas en 24
barquitos, diez de ellos cargados de explosivos. Detrás de todo el dispositivo,
esperaba heroicamente a la flota más poderosa del mundo una goleta nacional.
Aquella
mañana el general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas y padre del genial
escritor Lucio Víctor, arengó a las tropas: “¡Vedlos, camaradas, allí los
tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de
nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de
nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos.
¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán! Tremole el pabellón azul y
blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea”.
Mientras
las fanfarrias todavía tocaban las estrofas del himno, desde las barrancas del
Paraná nuestras baterías abrieron fuego sobre el enemigo. La lucha, claramente
desigual, duró varias horas hasta que por la tarde la flota franco-inglesa
desembarcó y se apoderó de las baterías. La escuadra invasora pudo cortar las
cadenas y continuar su viaje hacia el norte. En la acción de la Vuelta de Obligado murieron
doscientos cincuenta argentinos y medio centenar de invasores europeos.
Al
conocer los pormenores del combate, San Martín escribía desde su exilio
francés: “Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina;
nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el
resto de las demás provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un
número de enemigos personales, estoy convencido, que bien sea por orgullo
nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el
extranjero; ello es que la totalidad se le unirán (…). Por otra parte, es
menester conocer (como la experiencia lo tiene ya mostrado) que el bloqueo que
se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América la misma
influencia que lo sería en Europa; éste sólo afectará a un corto número de propietarios,
pero a la mesa del pueblo que no conoce las necesidades de estos países le será
bien diferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar
más adelante sus hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo que con
más o menos pérdidas de hombres y gastos se apoderen de Buenos Aires (…) pero
aun en ese caso estoy convencido, que no podrán sostenerse por largo tiempo en
la capital; el primer alimento o por mejor decir el único del pueblo es la
carne, y es sabido con qué facilidad pueden retirarse todos los ganados en muy
pocos días a muchas leguas de distancia, igualmente que las caballadas y todo
medio de transporte, en una palabra, formar un desierto dilatado, imposible de
ser atravesado por una fuerza europea; estoy persuadido será muy corto el
número de argentinos que quiera enrolarse con el extranjero, en conclusión, con
siete u ocho mil hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería
volante, fuerza que con una gran facilidad puede mantener el general Rosas, son
suficientes para tener un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires”.
Juan
Bautista Alberdi, claro enemigo del Restaurador, comentaba desde su exilio
chileno: “En el suelo extranjero en que resido, en el lindo país que me hospeda
sin hacer agravio a su bandera, beso con amor los colores argentinos y me
siento vano al verlos más ufanos y dignos que nunca. Guarden sus lágrimas los
generosos llorones de nuestras desgracias aunque opuesto a Rosas como hombre de
partido, he dicho que escribo con colores argentinos: Rosas no es un simple
tirano a mis ojos; si en su mano hay una vara sangrienta de hierro, también veo
en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega tanto el amor de partido
para no conocer lo que es Rosas bajo ciertos aspectos. Sé, por ejemplo, que
Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador
de Buenos Aires; sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo pero no
más conocido que el de Rosas; sería necesario no ser argentino para desconocer
la verdad de estos hechos y no envanecerse de ellos”.
El
embajador norteamericano en Buenos Aires, William Harris, le escribió a su
gobierno: “Esta lucha entre el débil y el poderoso es ciertamente un
espectáculo interesante y sería divertido si no fuese porque (…) se perjudican
los negocios de todas las naciones”.
Dice
el historiador H. S. Ferns: “Los resultados políticos y económicos de esa
acción fueron, por desgracia, insignificantes. Desde el punto de vista
comercial la aventura fue un fiasco. Las ventas fueron pobres y algunos barcos
volvieron a sus puntos de partida tan cargado como habían salido, pues los
sobrecargos no pudieron colocar nada”.
Los
ingleses levantaron el bloqueo en 1847, mientras que los franceses lo hicieron
un año después. La firme actitud de Rosas durante los bloqueos le valió la
felicitación del general San Martín y un apartado especial en su testamento:
“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será
entregado al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que,
como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las
injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.
Opinión
La batalla de Obligado
por: Horacio González
Diario Página 12, 23/11/2010
En 1846, la prensa rosista, sobre todo el Archivo americano, dirigido por el sagaz polígrafo napolitano Pedro De Angelis, no dejaría pasar las importantes apreciaciones que el general San Martín enviaba precisamente desde Nápoles, donde se hallaba por razones de salud. Lo que había despertado el fervor de San Martín era la noticia de la batalla de Obligado, ocurrida unos meses antes, por lo que se ponía a disposición de Rosas. A pesar de sus dolencias, escribe varias cartas en donde incluso considera la eventualidad de la toma de Buenos Aires por parte de Francia e Inglaterra. En esa hipótesis, razonaría consejos militares de gran sutileza para poder recuperar la ciudad aun con milicias de menos calidad y cantidad que las europeas. Su escrito cumplía un papel de disuasión ante los poderes imperiales europeos.
Al final de sus días, el general dona su sable a Rosas a través de la cláusula tercera de su testamento. Rondaba su pensamiento un solo tema, la posibilidad de comparar la dimensión de la emancipación del dominio español con la lucha del gobierno de la Confederación Argentina contra las dos mayores potencias europeas, la Francia de Luis Felipe de Orléans y la Inglaterra que ya comenzaba su “era victoriana”, con sucesivos primeros ministros que el mundo recordaría, Melbourne, Peel, Palmerston, luego Gladstone y Disraeli.
Son los años de la revolución industrial madura, de la expansión del imperialismo mercantil, de la guerra del opio, de la hambruna irlandesa, de los cercos sobre el Río de la Plata en nombre de la “libre navegación de los ríos”. Rosas había estudiado bien la política inglesa y alguna vez se jactará de su amistad con Lord Palmerston, a quien al parecer pertenecía la propiedad que ocupará como exilado en las afueras de Southamptom. El Foreign Office es sutil y Rosas no lo es menos. Se conocen, se han combatido, secretamente se han admirado y comprendido.
En cuanto a Francia, gobierna Luis Felipe de Orléans, el régimen que Marx en Las luchas de clases en Francia había llamado la “monarquía financiera”. Su ministro Guizot era gran conocedor de la historia francesa e inglesa, rival de Palmerston pero no de Peel, admirador del gran historiador inglés Gibbon –del mismo modo que, muchos años después, también lo admiraría un ciudadano nacido en el país al que atacaría en dos oportunidades la marina de Francia: Jorge Luis Borges–. Rosas tampoco desconocía la política francesa y según una paradoja que Sarmiento considera en el Facundo, se valía de la propia prensa europea, que íntimamente despreciaba, para defender su gobierno. En efecto, el escritor francés Emile Girardin mantiene un diario, La Presse, que al parecer era financiado en cierto momento desde Buenos Aires para defender las posiciones del gobierno de la Confederación rosista en esos años de fuego, si es que algunos no lo son.
Rosas no carecía de pensamientos políticos elaborados, aunque no solía expresarlos en público. La liturgia barroca de su gobierno, tema de gran interés, hizo que se lo comparara con Felipe II. Había escrito un diccionario de lenguas pampas porque el mundo del orden, que era el suyo, implicaba saber el idioma en que se debía garantizar la sumisión de los vencidos. Fugazmente, despertaría el interés de Darwin, quien se cruza con él en medio de la pampa. Rosas era lector de viejos textos ultramontanos y de ciertos clásicos. Alguna vez ha citado a Burke y a De Maistre, se sabe que cuida una valiosa edición de la Etica a Nicómaco y se guía por pasmosas encíclicas papales.
Además, tiene Rosas una concepción del absolutismo político que no es de floración espontánea, sino que proviene de su familiaridad con textos sobre El Príncipe, escritos por consejeros finamente reaccionarios, entre otros –como lo prueba Arturo Sampay– un teórico de las monarquías del siglo XVIII, Gaspard Réal de Curban. Viviendo como exilado en el farm inglés, reprodujo las escenas de una granja pampeana, intentó escribir sus memorias, se carteó con sus fieles, recibió a Alberdi y a los Quesada, llegó a interesarle a Ernst Renan (que leyó manuscritos de Rosas que le fueron entregados por Adolfo Saldías) y condenó a la Comuna de París en 1871, empleando la expresión “comunistas” con el mismo valor que le adjudicaron los credos reaccionarios del todo el siglo XX.
He allí un tema. La batalla de Obligado hay que verla eminentemente “desde el sable de San Martín”, el mismo que en la década del ’60 del siglo XX fue motivo de disputas y capturas simbólicas por parte del peronismo. Pero no puede ser vista desde las propias opiniones de Rosas y su mundo cultural de terrateniente exuberante, con su gauchocracia aúlica y ritualista. Rosas fue más astuto que lo que Marx imaginaba cuando en sus escritos de 1850 sobre la India especulaba que la “astucia de la razón” debía hacerse responsable de la crisis de la dominación británica en países de ultramar, donde el imperialismo debía penetrar ampliamente para luego crear él mismo la contradicción que lo derrocaría.
Concreto, Rosas tiene la astucia del gran propietario de tierras, mimético con la lengua de sus subordinados, que arma milicias propias y que, sin dejar de ser un empresario ganadero moderno, lo es preservando más arcaísmos culturales que los que toleraban Marx y Sarmiento. Por eso libra batallas de autonomía territorial pero sin concepción antiimperialista o libertaria, sino más bien autocrática. En nada se desmerece con esto ninguna batalla, en la medida que no hay hecho que no sea paradójico.
El movedizo psicoanalista esloveno Slavoj Zizek se deslumbró con Rosas como lo había hecho antes Pedro De Angelis, aunque un siglo y medio después. Dice precisamente que Rosas es el ser paradójico que impulsó la unidad nacional sin ser demócrata, que era un republicano jacobino que sin embargo hablaba como un conservador y que, en suma, fue una persona de derecha que cumplió objetivos de izquierda. No son interesantes hoy estos pensamientos. Las paradojas existen, liberan las existencias aherrojadas, componen lo político en su realidad última, pero si son mal planteadas, pueden dar una explicación “rosista”, por lo tanto antediluviana, a hechos interesantes ocurridos durante el período de Rosas. Marx, como se sabe, juzgó a Bolívar como un anacronismo político que impedía el reinado universal de las precondiciones revolucionarias en el mundo. Las raíces de este error “europeísta” fueron muy bien explicadas por el pensamiento de la “izquierda nacional” y del socialismo latinoamericanista de José Aricó, hace ya muchas décadas. Pero la razón absolutista de Rosas no significa lo mismo que la imaginación libre del vasto Bolívar.
La tesis de un tiempo latinoamericano específico, capaz de darles singularidad a los procesos emancipadores de estas tierras –tema de absoluta vigencia–, precisa de todas maneras una noción amplia y sensible del tiempo universal y de los problemas complejos de la modernidad. ¿Hasta qué punto es posible omitir, de la sensibilidad emancipatoria anticolonial, los elementos de una comprensión lúcida del conflicto social moderno? San Martín ve en la Europa de 1848 síntomas de disgregación social, juzga la convulsión de las barricadas revolucionarias como un hombre de orden, que lo es, pero a diferencia de Rosas, no lanza rayos y centellas ni pide auxilio al Vaticano. En un libro que pensaba titular “La religión del Hombre”, Rosas iba a proponer una Liga de Naciones de la Cristiandad regida por el Papa, a la manera de la Santa Alianza. Victor Hugo y Mazzini le parecían solo contenibles por la mano fuerte de Napoleón III. La Primera Internacional le preocupaba, y se mantiene informado puntillosamente sobre los movimientos de los adeptos de Marx.
El revisionismo histórico rosista, en sus variantes republicana conservadora, ultramontana apostólica, nacionalista católica, nacionalista popular y nacionalista de izquierda, y en sus estilos más o menos documentalistas o legendarios, plebeyos o aristocráticos, es un movimiento publicístico ampliamente vigente en la conciencia pública y en los medios de comunicación. De ser la segunda voz, nunca endeble, de las interpretaciones historiográficas, ha pasado a ser ya la primera. Propone amplios modelos del pasado para un juicio inmediatista sobre el presente. Admitamos que las extrapolaciones del pasado muchas veces son hilos internos vibrantes de los grandes trabajos de investigación histórica. Pero en especial si se procede con delicadeza en la traslación, tratando los textos sin reduccionismos ni forzamientos.
Son tiempos éstos en que son necesarios nuevos aglutinamientos sociales de emancipación, que conjuguen temas nacionales, sociales, de sensibilidad cultural y con nuevos lenguajes públicos que no se cierren en forma unidimensional sobre liturgias venerables. Estas gestas son hechos que pueden transferirse al presente en la medida en que los grandes arquetipos se nutran también de la noción de que en la historia nada es traducible de inmediato. Esta traducción será obra de un cuidado analítico, del respeto documental, de la imaginación pública para que las leyendas nacionales sean relatos democráticos y que las sagas del pasado no aprisionen litúrgicamente la rica heterogeneidad del presente.
La Vuelta de Obligado fue una epopeya nacional notable, que significa también una nueva obligación a la vuelta de una larga discusión argentina. Demostró y demuestra que hubo y hay una “cuestión nacional”. Demostró y demuestra que los proyectos de modernización cultural no deben estar hipotecados a los poderes mundiales que se arrogan mensajes civilizatorios aunque se presentan con incontables coacciones. Demostró y demuestra que es posible conmemorar una proeza nacional y popular sin aprobar el régimen político bajo el cual ocurriera. Demostró y demuestra que la rica variedad de la historia argentina no puede ser encapsulada en géneros fijos y simbologías señoriales. Demostró y demuestra que estamos obligados a hacer de la historia transcurrida el alma libertaria de los poderes populares instituyentes que están en curso.
San
Martín sobre la Vuelta
de Obligado
Fuente:
Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Tomo V, La intriga internacional contra la Argentina 1843-1846, Buenos Aires, Jorge Llopis, 1975, pág. 261-292
El
20 de noviembre de 1845, siendo el general Juan Manuel de Rosas responsable de
las Relaciones Exteriores del territorio nacional, tuvo lugar el
enfrentamiento con fuerzas anglofrancesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca
de San Pedro.
Desde hacía varios años, los conflictos diplomáticos con Francia e Inglaterra y
Buenos Aires estaban a la orden del día. El primer gran conflicto contra
Francia ocurrió en 1838, cuando una escuadra francesa llegó a bloquear el
puerto de Buenos Aires y todo el litoral del Río de la Plata y, en octubre de ese
año, ocupó la Isla Martín
García. Todos estos enfrentamientos –a los que se sumaba la guerra de Buenos
Aires contra Montevideo y Corrientes- estaban teñidos por la guerra civil entre
unitarios y rosistas. En octubre de 1840, las negociaciones llegaban a buen
puerto con la firma de una convención entre la nación europea y el gobierno de
Rosas, pero se mantenía la guerra con el Uruguay de Fructuoso Rivera.
Pero
no tardará Rosas en recibir un ultimátum para que pusiera fin a la guerra con
Uruguay y permitiera la libre navegación de los ríos. Ante la negativa, comenzó
el bloqueo anglo-francés. Era noviembre de 1845 y las fuerzas enemigas se
disponían a remontar el río Paraná. Rosas dispuso que se cortara el paso a las
naves extranjeras y, dando cumplimiento a la orden, el 20 de aquel mes, Lucio
N. Mansilla preparó el escenario.
La
batalla tuvo lugar en la Vuelta
de Obligado del Río Paraná. Al intentar avanzar varios buques de guerra y
mercantes europeos, las fuerzas argentinas, que habían tendido gruesas cadenas
a lo ancho del río, procedieron al ataque.
Aunque
las bajas de las tropas nacionales fueron diez veces mayores y los agresores
lograron avanzar, fue vano su intento de vender las mercaderías y recibieron
nuevos embestidas río arriba. El saldo final fue frustrante para los europeos.
Los tratados de paz recién se alcanzarían en 1849 y 1850.
Aquella
jornada, que desde entonces se recuerda como un acto de defensa de la
integridad territorial, fue declarada por Ley 20.770 de septiembre de 1974 Día
de la Soberanía
Nacional.
La
recordamos con dos cartas escritas por José de San Martín muy poco tiempo
después de iniciarse el conflicto; en la primera, respondiendo a una
consulta de Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina
en Londres, intenta desalentar la continuación de hostilidades por parte de
Gran Bretaña y Francia; en la segunda, escrita pocos días más tarde, se dirige
a Rosas calificando la intervención de “injustísima agresión y abuso de la fuerza
de la Inglaterra
y Francia” y manifiesta su apoyo al gobernador de Buenos Aires, lamentando ya
no poder ofrecer sus servicios por su deteriorado estado de salud.
CARTAS DE SAN MARTÍN
Sr.
D. Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina
en Londres.
Nápoles,
28 de diciembre de 1845.
Señor
de todo mi aprecio:
Por
conducto del caballero Yackson se me ha hecho saber los deseos de usted
relativos a conocer mi opinión sobre la actual intervención de la Inglaterra y Francia en
la República
Argentina; no sólo me presto gustoso a satisfacerlo, sino que
lo haré con la franqueza de mi carácter y la más absoluta imparcialidad;
sintiendo sólo el que el mal estado de mi salud no me permita hacerlo con la
extensión que requiere este interesante asunto.
No
creo oportuno entrar a investigar la justicia o injusticia de la citada
intervención, como tampoco los perjuicios que de ella resultarán a los súbditos
de ambas naciones con la paralización de las relaciones comerciales, igualmente
que de la alarma y desconfianza que naturalmente habrá producido en los Estados
sudamericanos la ingerencia de dos naciones europeas en sus contiendas
interiores, y sólo me ceñiré á demostrar si las dos naciones intervinientes
conseguirán por los medios coactivos que hasta la presente han empleado el
objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las dos riberas del
Río de la Plata. Según
mi íntima convicción, desde ahora diré á usted no lo conseguirán; por el
contrario, la marcha seguida hasta el día no hará otra cosa que prolongar por
un tiempo indefinido los males que se tratan de evitar y sin que haya previsión
humana capaz de fijar un término a su pacificación: me explicaré.
Bien
sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina;
nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee sobre todo en la vasta campaña
de Buenos Aires y resto de las demás provincias; y aunque no dudo de que en la
capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido de que bien
sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los
españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán
una parte activa en la actual contienda: por otra parte, es menester conocer
(como la experiencia lo tiene ya demostrado) que el bloqueo que se ha declarado
no tiene en las nuevas repúblicas de América (sobre todo en la Argentina) la misma
influencia que lo sería en Europa: él sólo afectará un corto número de
propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce las necesidades en estos
países, le será bien indiferente su continuación. Si las dos potencias en
cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la
guerra; yo no dudo un momento podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos
pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido de que no podrán sostenerse
por mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por mejor
decir, el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días a distancias
de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los
pozos de las estancias inutilizados, en fin, formando un verdadero desierto de
200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesarse por una
fuerza europea, la que correrá tantos más peligros a proporción que ésta sea
más numerosa, si trata de internarse.
Sostener
una guerra en América con tropas europeas no sólo es muy costoso, sino más que
dudoso su buen éxito tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto
y aun creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero.
En
conclusión: con 8.000 hombres de caballería, del país y 25 o 30 piezas de
artillería, fuerzas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas,
son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre á Buenos Aires, sino
también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a 30 leguas de
la capital, sin exponerse á una completa ruina por falta de todo recurso; tal
es mi opinión y la experiencia lo demostrará, a menos (como es de esperar) que
el nuevo ministerio inglés no cambie la política seguida por el precedente.
José
de San Martín
Juan Manuel de Rosas
Excmo.
Sr. Capitán general, presidente de la República Argentina,
D. Juan Manuel de Rosas.
Nápoles,
11 de enero de 1846
Mi
apreciable general y amigo:
En
principios de noviembre pasado, me dirigí a Italia con el objeto de experimentar
si con su benigno clima recuperaba mi arruinada salud; bien poca es hasta el
presente la mejoría que he sentido, lo que me es tanto más sensible, cuanto en
las circunstancias en que se halla nuestra patria, me hubiera sido muy
lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios (como lo hice a usted en el
primer bloqueo por la Francia);
servicios que aunque conozco serían inútiles, sin embargo demostrarían que en
la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia
contra nuestro país, éste tenía aún un viejo defensor de su honor e
independencia; ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por
lo menos me complazco en manifestar a usted estos sentimientos, así como mi
confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste.
Acepte
usted, mi apreciable general, los votos que hago porque termine usted la
presente contienda con honor y felicidad, con cuyos sentimientos se repite de
usted su afectísimo servidor y compatriota.
José
de San Martín
Testamento
3º.
El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le
será entregado al General de la República Argentina,
Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino
he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra
las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla.