sábado, 24 de noviembre de 2012


Los autores 
van a la escuela 






María Beatriz Jouvé



María Beatriz Jouvé nació el 6 de setiembre de 1963 en Carcarañá, provincia de Santa Fe. Desde los 19 años vive en Rosario, donde realizó sus estudios de Profesora de Enseñanza Primaria. En 1987 comenzó su trabajo como maestra en distintas escuelas públicas de la ciudad, y desde junio de 2006 accedió a la vicedirección en la Escuela Nº 150 “Cristóbal Colón”. En 2000 obtuvo su título de Profesora de Ciencias de la Educación en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. En 2004 presentó su tesis de licenciatura “Los jóvenes en contextos de pobreza y el vínculo con la escolaridad. Representaciones y significados de los actores. Un estudio de caso”. Colaboró con publicaciones de AMSAFE Rosario –sindicato de docentes públicos- y desde 2007 tuvo a su cargo la columna Urgente escuela en el programa radial “La mañana de la TL, conducido por Carlos del Frade y Oscar Ainsuain. Su primer libro publicado fue Crónicas desde la escuela (2008); lo siguió ¿Se nace o se hace? Crónicas de una maestra (2009); ambos editados por Ciudad Gótica. También participó en el libro de autoría colectiva Cine y trabajo (2009). Asimismo publicó, junto a Graciela María Costa y Beatriz Elena Argiroffo, Santa Fe, mi provincia (2011, Editorial Tinta Fresca).






¿Amores perros?




Publicado en Crónicas desde la Escuela.







Amor de perro. Y no es poca cosa. Pienso que en este lugar chiquito se establecen verdaderos lazos perrunos.

Ocho horas. Día de lluvia. ¿Llego tarde? Los chicos están adentro. Afuera, están los perros.

Tres perros mojados, uno de ellos lastimado, todos son flacos y de mirada triste.

Los perros están apostados, custodiando, esperando que sus dueños salgan… Ellos ahora están resignados.. Por no siempre fue así… Hubo un tiempo…

Hubo un tiempo de resistencias, en el que no se resignaban. Verdaderas luchas que se establecían entre los perros, los docentes y los porteros. ¿Quién ganaba? Eran épocas de combate, donde se medía palmo a palmo la astucia, la rapidez, el ingenio. En esa época ellos entraban y se instalaban en los salones, en el pasillo, en el patio, en donde fuera.

Un caso paradigmático fue el de “El Negro”, quien llegó a protagonizar el copamiento de la dirección durante media hora. Entró durante el izamiento de la bandera. Silencioso, valiente, sigiloso. Nadie pudo verlo. Se metió debajo del escritorio de la vicedirectora que, al no verlo, comenzó a realizar su rutina de papeleo diario: registros, planilla de comedor, planilla de copa de leche, planilla de novedades, planillas de planillas.

Pasados treinta minutos su olor a pelo mojado lo delató. Un aroma espeso, a humedad de muchos días, a poco baño, empezó a flotar por el ambiente.

Y entonces… la inteligencia humana pudo más. Nuestra docente estableció las conexiones lógicas entre el olor y los posibles portadores del mismo y en seguida realizó su inferencia: ¡un perro!

Gritos, corridas, forcejeos, batallones de escobas lo apuntaban. Finalmente, acorralado y rendido, salió. Pero en su dolor se veía la mirada digna de los que han luchado. ¿Quién te quita lo bailado, Negro? No cualquiera logra mantener su posición durante treinta minutos en una Dirección.

Los niños miraban el hecho, expectantes. Al verlo derrotado, guardaron su dolor en el bolsillo por temor a futuras represalias y volvieron a sus salones a continuar con sus procesos de aprendizaje: números, cuentas, narraciones, descripciones.

Ese fue el día de la derrota.

Desde ese día, esperan afuera, aunque no muy convencidos. Saben que en cualquier momento se producirá otro vacío por el que poder filtrarse, y esta vez sí, resistir hasta el final.










Manifiesto Yoico






Publicado en Crónicas desde la Escuela.







Yo, la sacrificada.
Yo, la abnegada.
Yo, apóstol laica.
Yo, madre y maestra.
Yo: la planchadora
      la cocinera
      la acunadora
      la cuidadora.
Yo, esa misma yo,
muto y me permuto
deseante y discente,
impredecible y rebelde.
Yo, esa misma yo,
maestra y madre
me asombro y me regocijo
mientras devengo mujer.

Que me quemen en la hoguera
las viejas del barrio,
y los machistas del mundo unidos,
porque yo, esa misma yo,
decido en el ejercicio pleno de mis facultades mentales
asaltar los cielos de mi propio deseo.





Los pibes piojitos







Publicado en ¿Se nace o se hace? Crónicas de una maestra.







Los insistidotes de catorce, cursando el quinto grado.
Los guapos de gorrita desafiantes del mundo, trayendo carpetas prolijas, pidiendo fibras para pintar dibujos a la espera de un: ¡muy bien te felicito!
Los escritores de palabras pegadas, lúcidos a la hora de comprender los relatos de las madres de la plaza.
Las escritoras de cuentos con finales donde todos se casan y tienen muchos hijos.
Los escritores de cuentos donde hay robos, asaltos, persecuciones, tiros y muertes.
Los narradores del otro mundo, invitando a leer entre líneas en sus palabras y en sus miradas.
Las yo quiero ser doctora, maestra jardinera, veterinaria, empleada en Mc Donald y tener una familia.
Los soñadores de futuros lejanos.
Los soñadores de futuros cortitos.
Los que no soñaron nunca.
Los desafiantes y contestadores, portadores de la ley de la supervivencia.
Los no me joda porque llamo a mi hermano y ya va a ver lo que le pasa.
Las hacedoras de tarjetitas: ¡yo la quiero tanto señorita!
Los regaladores de flores robadas en el jardín del vecino.
Los de asistencia perfecta, envidia de Sarmiento, llegando mojados los días de lluvia.
Los un día sí, y cuatro no, inventores de la semana de un día.
Los turno tarde porque a la mañana hay que recuperar el sueño de la noche en carro.
Las contra viento y marea, aprendiendo maravillosamente.
Los “yo vengo a la escuela para ser alguien en la vida”.
Los alcanzados por las balas impunes en una esquina.
Los bellos y luminosos apagados a los dieciocho.
Las de catorce, con sus pequeños hijos transformándome por un rato en abuela.
Los “yo voy a seguir la secundaria”.
Los que deambulan por todos los salones.
Los sacadores de quicio.
Las de la trenza perfecta y el guardapolvo limpio.
Las del pelo sin shampoo ni crema enjuague.
Los sufridores permanentes de dolor de muelas, buscadores de consuelo en la mano de la maestra.
Los sufridores de dolores de panza, de guiso tras guiso en el comedor de la escuela.
Los que no esperan para ir al baño, inundando salones de gases extraños.
Los cuánto falta para la leche.
Los me da otra factura para llevarle a mi hermanita.
Los me escondo la fruta en el bolsillo, mientras no me ve la del comedor.
Los dueños de perros innumerables.
Los que gritan, pegan y patean.
Las que no hablan nunca y se sientan al final del salón.
Las que cuestionan e interpelan.
Las bailadoras de cumbia.
Los sultanes del ritmo.
Las que se disfrazan en los actos escolares.
Las que recitan poesías de memoria.
Los que no escuchan y silban cuando sale la bandera.
Los que forman filas.
Los que empujan en la fila.
Los que todavía están adentro de la escuela.
Los que se fueron, y parece que se los hubiera tragado la tierra.





Relámpagos 
de 
azules vibraciones


Publicado el abril 9 de 2007 en Poesía en Marcha, a raíz del asesinato del docente neuquino Carlos Fuentealba.






Llueve. Llueve. Llueve.
Llueve del cielo y llueve del alma.
Yo, umbrío por la pena, casi bruno.
Quiero ser Miguel Hernández e inundar la tierra con palabras.
Quiero ser Miguel Hernández y escribir la elegía de Carlos Fuentealba.
Por hacer a tu muerte compañía,
vienen poblando todos los rincones
del cielo y de la tierra bandadas de armonía,
relámpagos de azules vibraciones.
Crótalos granizados a montones,
batallones de flautas, panderos y gitanos,
ráfagas de abejorros y violines,
tormentas de guitarras y pianos,
irrupciones de trompas y clarines.
No es efecto del alcohol ni del llanto.
No es producto de mi noche insomne.
No alucino. No deliro.
Sé que no son violines, ni flautas, ni panderos,
no son abejorros ni tormentas de guitarras.
Pero juro y aseguro.
Digo y afirmo
Asevero y sostengo
que a mi teléfono llegan relámpagos de azules vibraciones
que gritan con bronca y dolor:
Las tizas no se manchan de sangre.
Hoy todos somos Carlos Fuentealba.
¡Avisa a todos los compañeros pronto!





El horror 
nos deja 
sin palabras





Texto publicado el 21 de julio de 2009, tras el asesinato de la docente Alejandra Isabel Cugno, residente en San Jorge y directora de una escuela en Cañada Rosquín, provincia de Santa Fe. Alejandra fue asesinada por un hombre que ella levantó mientras hacía dedo en la ruta.







Ahogadas. Las imágenes no pueden ser procesadas. La espera, por supuesto, vana.

Lo siniestro chapotea en el barro espeso de las palabras que no atinan a ser grito. Agujas, vidrios, alambres retorcidos, nudos, no hay palabra, no hay metáfora posible para nombrar lo macabro. No. No se puede. Silencio de muerte. Y un solo rostro, una sola sonrisa, una sola foto. 

Tratar de decir del horror, viniendo del país de los espantos es algo que alguna vez ya hemos intentado. Probar de nuevo. Buscar en los libros, sé que las palabras deben andar por algún lado. Buscar con los dedos ávidos en el teclado. Buscar con los ojos de mirar desacostumbrados. Buscar esas palabras nudos que nos están ahogando.

Femicidio. Así se llama, así debemos nombrarlo. 

Aunque cuando escribo esta palabra, como bien me lo hizo notar mi sobrina Luciana, aparece el subrayado, señalando el error en mi pantalla. 

Femicidio o feminicidio. Así se dice. A fin de cuentas, el subrayado en rojo lo remarca, lo potencia, nos otorga la fuerza que necesitamos para pronunciarlo. 

Soledad, Daniela, Sandra, Irma, Alejandra.

Jóvenes nombres de mujeres jóvenes.

Doscientos siete nombres, en nuestro país, solamenteel año pasado.

Femicidio, que ser mujer a veces nos cuesta demasiado caro.

Violadas, abusadas, maltratadas, mutiladas.

El cuerpo se hace prisión, se torna dócil objeto del amo.

Pariente cercano, o quizás lejano. Marido, novio, vecino, desconocido.

Hombres educados en un sistema que de chiquitos les enseñó a ser amos.

Niñas muñecas arrulladas, aconsejadas sabiamente porabuelas, madres, tías:

“No desates la ira del padre cuando viene cansado.

No busques el enojo del marido cuando regresa a la casa alcoholizado.

Aunque no quieras, no le digas que no esta noche, ni mañana, ni pasado.

Obedece. Somete tu cuerpo, tu idea, tu pulso, tu latido, tu deseo.

Ah! Y no hables con extraños.”

Doscientas siete mujeres asesinadas. Crímenes pasionales, muchos de ellos fueron así rotulados.

La forma de nombrar el mundo es la forma de entenderlo, de vivirlo, de padecerlo o de transformarlo.

La forma de nombrar lo que nos pasa cuando hablamos con la vecina de al lado. 

Si el crimen es pasional está atenuado, justificado. Como en una tragedia griega donde se debe morir por el imperio de las pasiones. Y todos sabemos bien que cuando el destino llama, llama. No hay fuerza humana que lo pueda torcer. Tragedias y destinos anticipados que venimos heredando desde la Grecia Clásica.

Las máquinas del decir del sistema, arman las máscaras que luego entre todos noscalzamos.

Denunciar lo que esconden las palabras, crear nuevas cuando no nos alcancen para romper los moldes de un sistema injusto, desigual, donde se legitima la explotación del hombre por el hombre y la sumisión de la mujer al hombre.

Las estadísticas hablan, y detrás del femicidio, la impunidad cabalga. 

Elena denunció haber sido atacada por el asesino de Alejandra, hace quince años atrás. Hubo denuncia, no hubo condena. ¿Cuántos kilómetros separan a Córdoba deSanta Fe?

Cómo se ve no es una cuestión de distancia. 

La impunidad nos mata.

La violencia contra las mujeres y las niñas y niñosdebe ser cuestión de Estado. Ahí cuando lo doméstico se hace invisiblemente político. Asunto de todos. Cosa pública, materia de Derechos Humanos.

Es urgente profundizar políticas, crear leyes, hacer campañas, prevenir, educar desde temprano.

Los maestros de la provincia estamos de luto.

Como educadores, desde las escuelas, desde el dolor y la bronca que la muerte de Alejandra nos causa, tenemos que animarnos a decir, a buscar juntos las palabras, para conjurar el horror.

Subrayada con rojo sangre aparece la palabra femicidio en la pantalla. Ampliar el vocabulario, dirían las viejas maestras. Hoy puede ser una forma necesaria de ponerle nombre al espanto. 








 Libros publicados














martes, 6 de noviembre de 2012


Efemérides

 20 de noviembre

La Vuelta de Obligado




La batalla de la Vuelta de Obligado
Obra de Rodolfo Campodónico







Selección de artículos con distintos enfoques 
sobre la significación de la Vuelta de Obligado









Transformar la derrota en victoria



por Luis Alberto Romero 


Diario La Nación 18/11/2010


El Gobierno anuncia la gran celebración de un aniversario de la Vuelta de Obligado, la batalla en la que, el 20 de noviembre de 1845, las tropas de Rosas intentaron inútilmente bloquear el acceso de la flota británica por el río Paraná. Paralelamente, los escritores neorrevisionistas baten el parche y despiertan sentimientos e imaginarios de un nacionalismo hondamente arraigado en nuestra sociedad. A la vez, por qué no, realizan un buen negocio editorial.



Como de costumbre, anuncian la revelación de un episodio que la "historia oficial" ha mantenido oculto. En realidad, el episodio de la Vuelta de Obligado puede ser leído en casi cualquier libro que se ocupe del período. Por ejemplo, en dos autores clásicos y de ideas diferentes: José Luis Busaniche y Ernesto Palacio. Dos probos historiadores británicos, H. S. Ferns y John Lynch, han dicho todo lo que necesitamos saber acerca de las trapisondas del lobby de comerciantes e industriales de Liverpool y Manchester, que presionó permanentemente sobre la política del Foreign Office en el largo conflicto de la Cuenca del Plata. 

Tulio Halperin Donghi, hace 40 años, trazó un balance equilibrado del asunto, bastante favorable a Rosas: sin cuestionar los sólidos lazos que ligaban con Gran Bretaña a los hacendados y comerciantes porteños e ingleses -dice-, Rosas defendió encarnizada y a la larga eficazmente la independencia política de la región, en la época de la "política de las cañoneras", cuando nadie podía asegurar cuáles serían los límites del colonialismo europeo. Rosas puso esos límites.

Coincido con esos balances, que destacan no tanto las heroicas acciones militares en el Paraná como la tozuda y cazurra práctica diplomática de Rosas en los cuatro años siguientes. Me parece más difícil de aceptar, en cambio, que la batalla del 20 de noviembre de 1845 haya sido una gran "epopeya nacional", como se dice.

En primer lugar, fue una derrota. Honrosa y heroica, sin duda; victoria moral, como nos gusta a los argentinos; pero derrota al fin. La de los ingleses fue quizás una victoria a lo Pirro. Pero vencieron. Cortaron las cadenas, rompieron el bloqueo y llegaron con sus barcos a Corrientes, donde la sociedad local admiró los nuevos barcos de vapor y las damas alternaron y coquetearon con los oficiales británicos.
Sin embargo, sus logros fueron escasos. Los mercados de las provincias litorales eran menos atractivos que lo supuesto. Ninguno de los jefes políticos antirrosistas, en armas en las provincias litorales, quiso comprometerse con los ingleses.

Los comerciantes británicos en Buenos Aires continuaron acumulando pérdidas con el bloqueo y reclamando una solución pacífica. Dicho esto, sopesemos el argumento de los neorrevisionistas: las fuerzas militares de Rosas, luego de la derrota del 20 de noviembre, practicaron una tenaz y meritoria guerrilla de retaguardia, que ocasionó pérdidas a la flota y a los buques mercantes ingleses. Un problema más. Por entonces, otros problemas en su vasto imperio informal reclamaron la atención del gobierno británico . En 1846 Aberdeen, cultor de la "política de las cañoneras", fue reemplazado en el Foreign Office por Palmerston, partidario del camino negociado. Hubo una nueva evaluación de la situación del Plata, y aunque el bloqueo se mantuvo hasta 1849, finalmente se llegó a un acuerdo muy honroso para el gobierno de la Confederación, en el que Rosas obtuvo lo que no pudo lograr en el campo de batalla. Celebremos pues el éxito pacífico de la diplomacia y no el fracaso de la guerra. La negociación y no la epopeya.

¿Fue "nacional" esta acción? También me parece dudoso. Los revisionistas y neorrevisionistas comparten una idea, de origen alemán, acerca de la existencia de una nación eterna, existente desde siempre y animada por el "alma del pueblo", el volgeist . Una idea importada, pensada para otras realidades, que nuestro nacionalismo aceptó con entusiasmo y aplicó a nuestro caso. Los historiadores profesionales sabemos que las naciones no existen desde siempre, sino que se construyen, en circunstancias determinadas. Casi siempre son impulsadas por Estados, que encuentran en el imaginario nacional su mejor legitimación.

En rigor, en 1845 el Estado nacional argentino todavía estaba en construcción; toda la Cuenca del Plata era un hervidero, y ni siquiera estaba claro qué parte de ella -¿el Uruguay o el Paraguay?- correspondería a la Argentina. Muchos conflictos estaban pendientes de resolución y era difícil saber cómo terminaría la historia, y en consecuencia, cuál de los intereses en pugna sería el "nacional". Nuestros neorrevisionistas dan por sentado que Rosas defendía el interés nacional. Quizá. Pero en la época había opiniones diferentes sobre cómo organizar el país, especialmente entre correntinos, entrerrianos y santafecinos, por no mencionar a uruguayos y paraguayos, cuya independencia Rosas cuestionaba.

En cambio es seguro que Rosas, bloqueando el Paraná e impidiendo la libre navegación de los ríos, sostuvo los intereses de Buenos Aires, una provincia que, bueno es recordarlo, hasta 1862 vaciló entre integrar el nuevo Estado o conformar un Estado autónomo. Rosas defendió con energía el monopolio portuario porteño, de cuyas rentas, no compartidas, vivía la provincia. Contra Rosas estaban quienes creían que la libre navegación de los ríos los beneficiaría. El conflicto se dirimió luego de Caseros. Mientras Rosas elegía exiliarse en Inglaterra -quizá para estudiar más de cerca a la "pérfida Albión"-, el Pacto de San Nicolás en 1852, y la Constitución Nacional en 1853, abrieron el camino a la libre navegación. Los neorrevisionistas hablan del triunfo de los intereses antinacionales. Eso los llevaría a ubicar a nuestra Constitución en el campo antinacional. A los que vemos en la Constitución el fundamento de nuestro orden institucional nos resulta imposible acompañarlos en esa posición.

Transformar una derrota en victoria. Hacer de una batalla donde primaron los intereses particulares de Buenos Aires un jalón en la construcción de la Nación. Todo eso es algo más que una opinión, poco rigurosa pero aceptable en un terreno por definición opinable, como lo es el pasado. Tal manera de ver las cosas constituye una parte central del "sentido común" nacionalista, muy arraigado en nuestra cultura, a tal punto de haberse convertido en una verdad que se acepta sin reflexión. En su tiempo, el revisionismo ayudó mucho a construirlo. Los escritores neorrevisionistas -confieso que me cuesta llamarlos historiadores- pulsan esa sensibilidad, la refuerzan, y adicionalmente la convierten en un buen negocio: bien publicitado, el nacionalismo patológico vende bien.

Digo nacionalismo patológico porque hay, en mi opinión, otro nacionalismo, al que prefiero llamar patriotismo, sano, virtuoso e indispensable para vivir en una nación. Pero en el sentido común de los argentinos predomina aquel otro: una suerte de "enano nacionalista" que combina la soberbia con la paranoia y que es responsable de lo peor de nuestra cultura política. Nos dice que la Argentina está naturalmente destinada a los más altos destinos; si no lo logra, se debe a la permanente conspiración de los enemigos de nuestra Nación, exteriores e interiores. Chile siempre quiso penetrarnos. Gran Bretaña y Brasil siempre conspiraron contra nosotros. Ellos fraccionaron lo que era nuestro territorio legítimo, arrancándonos el Uruguay, el Paraguay y Bolivia. La última y más terrible figuración del "enano nacionalista" ocurrió con la reciente dictadura militar. Entonces, el enemigo pasó de ser externo a interno: al igual que los unitarios con Rosas, la subversión era "apátrida" y, como tal, debía ser aniquilada. Poco después, la patología llegó a su apoteosis con la Guerra de Malvinas.

Ese nacionalismo constituye un mito notablemente plástico, capaz de adaptarse a situaciones diversas. Así, nuestro actual gobierno puede hacer uso de él, resucitar muchos de sus tópicos -tarea en la que ayudan estos escritores neorrevisionistas- e incluir en su campaña general contra diversos enemigos -la lista es conocida- este revival de la Vuelta de Obligado que prenuncia una revitalización del mito en beneficio propio, tal como lo está haciendo con la causa de las Malvinas. En 1983, muchos creímos que habíamos logrado desterrar al "enano nacionalista". Hoy, yo al menos lo dudo.








Una mirada revisionista 
de la Vuelta de Obligado. 

La batalla olvidada



por: Pacho O'Donnell


Diario Perfil 24/10/2010



La batalla y los protagonistas. El desigual combate entre la más poderosa flota del momento y los criollos, que resistieron bravamente. Juan Manuel de Rosas y su cuñado, Lucio Mansilla, líderes de la defensa de nuestra soberanía.


Lo que se avecinaba eran las acciones bélicas conocidas como el combate de la Vuelta de Obligado, una gesta heroica en que las precarias armas argentinas lucharon exitosamente contra las dos escuadras más poderosas del mundo, lo que hizo escribir al general San Martín, textualmente, que “esta contienda en mi opinión es de tanta trascendencia como la de nuestra emancipación”. Sin embargo esa epopeya fue ocultada, desdibujada y jibarizada en los textos oficiales de historia por el principal motivo de que sus protagonistas fueron don Juan Manuel de Rosas y los sectores populares, la “chusma”. 

Significó la resistencia criolla y popular contra la prepotencia de aquellas naciones con quienes nuestra clase dirigente de entonces pretendía identificarse, servirlas y sacar provecho personal de ello. Metafóricamente fue la resistencia de lo propio, de lo nacional, contra la fuerza de lo ajeno, de lo extraño, que desde la Revolución de Mayo se había adueñado de los sacrificios libertarios de próceres imbuidos de lo nacional, miembros del “partido americano” como Campana, Güemes, Belgrano, los caudillos federales Artigas, Dorrego y otros. Y por supuesto don José de San Martín. Y la historia oficial se encargó de hacerlo desde la historiografía. Contra ello surgió como alternativa la corriente y escuela del revisionismo histórico con la que me siento comprometido y este libro es expresión de sus propósitos.

Los invasores traían también fuerzas mercenarias fogueadas en las guerras europeas. Entre ellas se encontraba una flotilla que ocupó y saqueó Colonia del Santísimo Sacramento obligando a sus habitantes a huir aullando de terror con sus ropas desgarradas. Los saqueadores arrasaban con todo lo que encontraban. El cielo parecía cobrar vida con el relumbre de los incendios.

El jefe de los vándalos, nacido en Niza pero criado en Italia, echó las culpas a la “difícil tarea de mantener la disciplina que impidiera cualquier atropello, y los soldados anglofranceses, a pesar de las órdenes severas de los almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas y en las calles. Los nuestros (italianos), al regresar, siguieron en parte el mismo ejemplo aun cuando nuestros oficiales hicieron lo posible por evitarlo. La represión del desorden resultó difícil, considerando que la Colonia era pueblo abundante en provisiones y especialmente en líquidos espirituosos que aumentaban los apetitos de los virtuosos (sic) saqueadores”. Ni siquiera la iglesia se libró de los desmanes, ya que en ella se celebró la victoria con orgías y borracheras.

Luego la escuadra de mercenarios italianos, aprovechando que el río Uruguay había quedado desguarnecido porque los pocos recursos patriotas se concentraron en el Paraná, repetiría el cruento saqueo en Gualeguaychú y en Salto.
El jefe mercenario de esta horda salteadora era Guiseppe Garibaldi, que años más tarde se constituiría en el héroe de la unidad italiana y prócer nacional de Italia.

Una eficaz estrategia de Rosas fue poner en acción medios de prensa que contrarrestaran la propaganda de las potencias agresoras. Uno de ellos fue el Archivo americano y espíritu de la prensa del mundo, que se publicó desde 1843 hasta 1852. Escrito en español, inglés y francés, se encargó a Pedro de Angelis, un valioso intelectual italiano que gozaba de la confianza del Gobernador, ocuparse de asuntos de actualidad. A veces se daban a conocer artículos críticos hacia la Confederación, argentinos o del exterior, con sus correspondientes respuestas. Era también frecuente la difusión de cartas interceptadas a los unitarios.

Mansilla, consciente de su gravísima responsabilidad, después de considerar varias opciones, resolvió fortificar con todos los elementos disponibles el sitio llamado Vuelta de Obligado por su configuración y por su posición estratégica, como consigna en su parte a Rosas: “(...) por la vuelta que hace el río en una punta saliente y difícil de remontarse con el viento, a quien viene navegando, debido al cambio que hace de rumbo el canal principal”.

Obligado era un paraje situado sobre la margen derecha del río Paraná, que allí baja en dirección NO a SE para desviar luego de N a S y nuevamente de O a E, de allí lo de “vuelta”. Tomó el nombre de su propietario, don Antonio Obligado, andaluz que lo había adquirido a su vez al canónigo Andújar en 1785. El recodo del río, la “vuelta”, tiene una profundidad de 15 metros y  un ancho de aproximadamente 800.

Las fuerzas patriotas disponían sólo de cuatro baterías: dos recuperadas de Martín García y las otras de San Nicolás, anticuadas y necesitadas de reparación por estar desfogonadas o carentes de algunas piezas. La orilla izquierda, en la provincia de Entre Ríos, era pantanosa e inutilizable para la defensa, por lo que las cuatro baterías se instalaron sobre la barranca derecha: la Manuelita, sobre el ángulo de la costa al mando del  teniente coronel de artillería Juan Bautista Thorne, con 7 cureñas de mar, empotradas en troncos de tala, de calibre de 10 y de 8 pulgadas. La segunda batería, la General Mansilla, al mando del teniente de artillería Felipe Palacios, ubicada en forma rasante sobre la barranca, en un declive del terreno, servida por 3 piezas, 2 de 12 y una de 8. La General Brown, del teniente de Marina Eduardo Brown, hijo del almirante, con 5 piezas: una de 24, 2 de 18, una de 16 y una de 12. Y la última batería, la Restaurador Rosas, al mando de Alvaro Alzogaray, ayudante mayor de Marina, armada con 6 cañones, 2 de 24 pulgadas y 4 de 16, ubicada en el tope de la barranca. En la parte baja, casi al nivel del agua, se había comenzado a construir otras tres baterías, pero no hubo tiempo para terminarlas.

Frente a la batería rasante que llevaba su nombre, para dificultar el paso de los invasores, en un alarde de ingenio, Mansilla atravesó el curso del Paraná con tres gruesas cadenas de hierro afirmadas sobre 24 barcazas desmanteladas, en cuyo remate sobre la orilla entrerriana se posicionó el bergantín Republicano, de madera, armado con 6 cañones de escaso calibre, al mando del capitán Craig y con una tripulación de 2 oficiales, 9 suboficiales, 21 artilleros y 13 marineros.

La fuerza invasora estaba formada por el buque insignia inglés Gorgon, de 1.200 toneladas, a vapor, al mando del comandante en jefe, capitán Hotham; el Firebrand, también a vapor, comandado por el capitán Hope; la corbeta Comus, del capitán Inglefield; los bergantines Philomel, del capitán Sullivan; Dolphin, con el capitán Leving, y Fanny, del capitán Key. Esta flota británica portaba en total 50 cañones, casi el doble de los argentinos y mucho más potentes, mejor puntería y largo alcance.

La escuadra francesa, por su parte, la integraba el modernísimo vapor Fulton, de 650 toneladas y 16 caballos de fuerza, al mando del capitán Mazeres; la corbeta Expeditive, del capitán De Muriac; los bergantines Pandour, de Du Marc, y Procida, con el capitán De la Riviere, y la nave capitana, St. Martin, del comandante en jefe, Trehouar. Esta última, con el nombre de San Martín, la nave insignia de la Confederación y al mando directo de Guillermo Brown, había sido capturada frente a Montevideo e incorporada a la flota agresora. Los cañones franceses sumaban 49 piezas y en su gran mayoría disparaban modernos proyectiles Paixhans, huecos de bala explosiva de 80 libras y espoleta, con hasta entonces desconocida capacidad de destrucción; también proyectiles Congreve, pioneros de la cohetería bélica. Los cañones ingleses no se quedaron atrás en cuanto a la modernidad y no pocos eran Peysar, de alma rayada, que permitía una afinada puntería y mayor alcance, y se utilizaban por primera vez en un conflicto armado.

En carta a Tomás Guido en esos días de 1845, don José de San Martín, en su destierro francés, se indignaría: “Es inconcebible que las dos grandes naciones del universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que pueda cometerse contra un Estado independiente”. Y agrega, después de otras consideraciones sobre el tema, una admirable afirmación: “Ud. sabe que yo no pertenezco a ningún partido; me equivoco, yo soy del partido americano; así que no puedo mirar sin el menor sentimiento los insultos que se hacen a la América”.

El Libertador conocía a la chusma que había constituido sus ejércitos invencibles y no ignoraba su valor y su astucia en el combate, y esos orilleros, mulatos, indios, gauchos, ahora habían apretado filas en torno al Restaurador “para defender esa palabra nueva –soberanía– repetida en los mensajes de gobierno. Nadie se las había explicado, ni falta hacía, porque para ellos era bien claro que una patria que no se hiciese respetar no era una patria. No eran ideas ni posibilidades: la patria eran ellos, el suelo que pisaban, su manera de ser, sus costumbres, sus padres, sus hijos: algo concreto que todos comprendían y sentían. Por ella podían pasarse sin géneros y sin pan si fuese necesario. Y dar su vida, porque por la patria se muere. Pero también se mata” (J.M. Rosa).

El 17 de noviembre la poderosa flota europea se acerca a donde la esperan los enardecidos defensores de la patria invadida. El 18 es día de reconocimientos y tanteos. El 19 amanece con neblina y sin viento, lo que inmoviliza a los invasores ya que algunos de sus barcos eran a vela. Pero el 20 se presenta favorable para su acción y los aliados avanzan con la St. Martin al frente, una ofensa que enfurece aún más a los argentinos.

Mansilla, ante la inminencia del ataque, arengó a sus tropas: “¡Allá los tenéis! Considerad el insulto que hacen a la soberanía de nuestra Patria, al navegar, sin mas título que la fuerza, las aguas de un río que corre por el territorio de nuestro país. ¡Pero no lo conseguirán impunemente! Tremola en el Paraná el pabellón azul y blanco y debemos morir todos antes que verlo bajar de donde flamea”. A continuación, los criollos entonaron a voz en cuello el Himno Nacional acompañados por la banda de Patricios y a su término Mansilla gritó un “ ¡Viva la Patria!” que es respondido atronadoramente por sus hombres y luego sería la orden de “¡fuego!” y las cuatro baterías al unísono comenzaron a descargar sus proyectiles. Eran las ocho y cuarenta y tres minutos de la mañana.

El St. Martin recibe una andanada que lo deja averiado, su palo mayor dañado y 44 de sus tripulantes quedan fuera de la acción, entre ellos el 2° y el 3° oficial. Recibe luego otros once impactos que le destrozan el timón y lo dejan a la deriva. Más tarde, en combate ya generalizado, el bergantín patriota Republicano, agotada su munición, es volado por su capitán, Craig, para que no caiga en poder del enemigo. Los brulotes son soltados pero la correntada los impulsa lejos de los atacantes.

El fuego europeo hacía estragos en las baterías patriotas, a pesar de lo cual no dejaron de responder con su escasa capacidad de fuego pero que fue suficiente para poner fuera de combate a los bergantines Pandour y Dolphin, para silenciar los cañones mayores de la Fulton, que intentó infructuosamente cortar las cadenas en dos oportunidades, y para obligar a retirarse al Comus. Pero pronto fue evidente que la heroica resistencia no podría mantener a raya mucho tiempo más a los europeos porque los proyectiles iban agotándose y las bajas humanas ya eran considerables.

Esto hizo que un comando de los atacantes pudiera llegarse hasta las cadenas en tres ágiles balandras y a martillazos sobre un yunque improvisado logró cortarlas abriendo la vía por la que se filtró primero la Fulton y luego la Gorgon y la Firebrand, demostrando la ventaja de estar propulsadas a vapor, y desde mejores posiciones bombardearon las baterías argentinas, especialmente a la Manuelita. A las dos y media de la tarde, el eficaz correo le avisa a Mansilla que al sur de las baterías, en la Playa de Pescadores, el enemigo estaba concentrando fuerzas de desembarco. Los milicianos montados de Rodríguez y Quiroga concurrieron al lugar y se encargaron entonces con su destreza de jinetes y con el filo de sus sables de hacerlos regresar a remo a las naves aliadas, ahogándose algunos en el apresuramiento.

Hacia las cuatro de la tarde los proyectiles patriotas ya están casi agotados, lo que facilitó que la batería Restaurador Rosas fuese silenciada por el fuego de la Expeditive. A las 16.50 sería Thorne quien encienda la mecha de su último cañonazo desde la Manuelita. Los ingleses decidieron entonces un nuevo desembarco al mando del jefe de su escuadra, Hotham, ante lo cual Mansilla dio la orden de rechazar el intento a cuchillo, cuerpo a cuerpo. El va al frente, dando el ejemplo, y entonces cae mal herido por la metralla.

La lucha era feroz y los franceses desembarcaron tropas para reforzar a las británicas, siempre apoyados por el intenso y eficaz cañoneo de las naves. Sobre las 19 horas las tropas invasoras se reembarcan habiendo sufrido graves pérdidas humanas.

Las baterías argentinas habían sido demolidas y muchos de sus artilleros muertos o heridos, pero el costo de los aliados también fue grande, dañadas diez de sus once naves, exceptuándose la Firebrand, que se retiró hasta San Nicolás para preservarse. La resistencia de Thorne desde la Manuelita había provocado grandes destrozos entre los aliados, pero una bala de cañón enemiga lo alcanzó y lo levantó en el aire arrojándolo contra un árbol. Se incorporó de inmediato diciendo: “No fue nada” y continuó combatiendo. A raíz de dicha acción perdió su audición, siendo reconocido desde entonces como “el sordo de Obligado”.

Se dijo que el último cañonazo de los heroicos argentinos lo efectuó el teniente José Romero, y luego, impotente, de pie sobre su pieza humeante, insultó a los invasores hasta que una bala lo mató.

El parte de la alianza invasora rindió tributo al coraje argentino: “Siento vivamente que esta gallarda proeza –decía Trehouart– se haya logrado a costa de tal pérdida de vidas (se refería a las propias), pero considerando la fuerte posición del enemigo y la obstinación con que fue defendida, debemos agradecer a la Divina Providencia que no haya sido mayor”.

Las bajas patriotas estuvieron de acuerdo al heroísmo con que se enfrentó a un adversario con mucha mayor capacidad de fuego: 250 muertos y 400 heridos, un total de 650 bajas, la tercera parte de los 2.160 combatientes que tomaron parte del combate.

Los 21 cañones de las baterías (sólo se salvaron los 9 de los cuerpos móviles) cayeron en poder del enemigo, que inutilizó o echó al agua a la mayoría, salvo diez de bronce que llevó a Europa para exhibirlos en sus museos e instituciones militares. Los lanchones que sostenían la cadena fueron incendiados.

Las pérdidas europeas fueron: franceses, 18 muertos y 70 heridos; ingleses, 10 muertos y 25 heridos. En cuanto a las pérdidas materiales, los más dañados fueron el St.Martín, que recibió mas de 100 disparos; el Fulton, cerca de 70; el Dolphin y el Pandour sufrieron ambos la destrucción de su velamen y el segundo la pérdida de sus dos anclas. El capitán del Dolphin anotó que “a las 5 de la tarde se recibió la señal para tripular botes armados y reunidos, pero ningún bote tripulado salió del costado del Dolphin por la sencilla razón de que todos nuestros botes estaban atravesados por las balas y se hundían”.











La Vuelta de Obligado, 1845


Christian Rath

16 /10 / 2010


El 20 de noviembre de 1845, las dos flotas de guerra más poderosas de ese tiempo, las de Inglaterra y Francia, enfrentaron a las fuerzas patriotas del Río de la Plata a la altura del paso Tonelero, en la Vuelta de Obligado, sobre el río Paraná. Para detener a las flotas enemigas, se tendieron tres cadenas a través del río, sostenidas por 24 barcazas y lanchas incendiarias, defendidas por una goleta armada por seis cañones y baterías en lo alto de los márgenes. El combate, inmensamente desigual, se prolongó por la heroicidad de las tropas argentinas -hubo, por lo menos, 250 caídos- y obligó a las extranjeras a internarse en la costa para apagar el fuego de las baterías.


Las flotas extranjeras, finalmente, se abrieron paso a la cabeza de un centenar de barcos mercantes ingleses y franceses con mercaderías para ser colocadas en los puertos del interior del Paraná y Paraguay. Pero la misión fracasó en todo el litoral: los barcos extranjeros no encontraron aliados en los puertos del interior, donde a la desconfianza popular se sumó la implantación de derechos aduaneros exorbitantes para frustrar la acción de los comerciantes extranjeros.

El convoy permaneció en aguas del Paraná durante seis meses y al regresar (mayo, 1846), con los depósitos aún colmados, perdió cuatro naves en un combate naval a la altura de San Lorenzo, lo cual convirtió al conjunto de la operación en algo muy próximo al fracaso político y militar. El jefe militar en la Vuelta de Obligado fue Lucio Mansilla y la cabeza de la Confederación Argentina, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas. San Martín, por esta acción, legó a Rosas su sable de campaña.


Contar la Historia 


Salvo para las expresiones más recalcitrantes de la historiografía liberal, la Vuelta de Obligado es considerada (y lo es) un hito de la independencia nacional. Aún Alberdi y Sarmiento, enemigos políticos acérrimos de Rosas, la reivindicaron como un acto mayor de afirmación nacional. Para Milcíades Peña, Rosas defendió el derecho de la clase de los terratenientes a continuar su explotación del país, sin tutelas. "En ese sentido... defendió efectivamente la independencia nacional. Si hubiera sido derrotado, el país no se habría emancipado de la dictadura de Buenos Aires. La habría continuado soportando, con el agravante de la dictadura del comercio extranjero y su correspondiente flota"1.

La Vuelta de Obligado impidió esa dictadura del comercio y la flota, pero de ningún modo el dominio de la diplomacia británica. Se mantuvo (consolidó) la secesión de la Banda Oriental de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Casi exactamente cuatro años después de la batalla -24 de noviembre de 1849-, la Confederación Argentina aceptaba retirar sus tropas del Uruguay, consagrando la escisión de la Banda Oriental, en un acuerdo que comprometía a Gran Bretaña a evacuar la isla Martín García, devolver los barcos argentinos secuestrados y saludar a la bandera argentina en reconocimiento a su soberanía en el río Paraná. 

Gran Bretaña había batallado por la secesión oriental durante veinte años. En resumen, la oligarquía terrateniente de Buenos Aires y el Litoral obtenía la protección de su comercio interior, a cambio de una concesión histórica decisiva. "Lo mas importante para las partes mediadoras es la conservación de la independencia de Montevideo", se lee en las instrucciones a la misión de Francia e Inglaterra (1844) en el Río de la Plata, que precedió al ataque de las flotas2. 


Crisis internacional


En 1839, Gran Bretaña "abre a cañonazos" (Marx) el mercado interior chino. Invocando la misma bandera, Estados Unidos bloqueó a Japón e impuso el librecambio en 1853. Aunque el comercio internacional se multiplicó por cuatro en menos de un siglo (1789/1848), se llegó a un punto en el que la extensión de los mercados era incapaz de absorber el aluvión de manufacturas producido por la revolución industrial. La primera crisis detonó en Gran Bretaña en 1837 y se extendió por cinco años. La irrupción de las flotas extranjeras en el Río de la Plata corresponde a este período de crisis de crecimiento del capitalismo.

En el debate en la Cámara de los Lores sobre el tratado de 1849 que puso fin al estado de beligerancia con Inglaterra, Lord Aberdeen, canciller en 1845, declaró "(la independencia de Uruguay) era, en realidad el único objetivo de importancia, porque con Rosas no teníamos ninguna disputa, nada teníamos de que quejarnos, nada que pedir, excepto la independencia de la República Oriental"3. Era una manera de velar el otro propósito: la libre navegación de los ríos de las Provincias Unidas, Uruguay y Paraná, para llevar el comercio británico a Paraguay y el oeste de Brasil. 

El interior de la Argentina y Paraguay eran considerados por Gran Bretaña y Francia (el país que más creció en sus exportaciones al Río de la Plata entre 1825 y 1850) como un mercado de vasto potencial. El reclamo por el libre tránsito de los ríos cobró importancia, además, con la navegación a vapor -que dejaba atrás el lento desplazamiento fluvial.

En esta política de libre navegabilidad confluían Gran Bretaña, Francia, la fuerte colonia extranjera en Montevideo y todo un sector de la burguesía comercial -políticamente representada por los unitarios. La posición de Buenos Aires, que imponía el control de la aduana al resto del país, no coincidía tampoco con los terratenientes de las provincias del litoral, que defendían sus territorios pero no la dictadura comercial y fiscal porteña. Por esta razón, los puertos de Paraná (en Entre Ríos se había puesto en pie una poderosa competencia con los hacendados de Buenos Aires, que puede medirse en el crecimiento de los saladeros, de 6 en 1844 a 17 en 1851), Santa Fe y Corrientes estaban impedidos de hacer por sí mismos el intercambio de sus productos exportables -sólo se beneficiaban con el tráfico de los buques que realizaban desde Buenos Aires el comercio de trasbordo. 

En el caso de Paraguay, empeñado en un proceso incipiente de capitalismo de Estado, la situación era aún peor desde el momento en que tenía bloqueada la posibilidad de importar o exportar sus productos si no era pagando el tributo al puerto de Buenos Aires. Lo que no consiguió la flota anglo-francesa, lo lograría Mitre más tarde con la sangrienta guerra de la Triple Alianza -que fue apoyada por los estancieros del Litoral.

De conjunto, la dictadura sobre la Aduana significó para la clase de los hacendados de Buenos Aires -y Rosas en particular- la llave maestra del poder. La aceptación de la derrota por parte de Gran Bretaña facilitó luego el realineamiento de fuerzas que organizó el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas en 1851. En este sentido, la Vuelta de Obligado fue el acto preparatorio de Caseros, porque condujo a la ruptura del frente único de los estancieros.


La guerra civil en Uruguay


En 1842, el gobierno de Rosas, para contrarrestar la influencia del comercio de Montevideo, dispuso el bloqueo de la ciudad por tierra y agua. En 1844, la misión de Inglaterra y Francia presentó un ultimátum al gobierno de Buenos Aires para que evacue el territorio de Uruguay y cese el bloqueo a Montevideo. No hubo acuerdo y la misión se recluyó en Uruguay. En abril de 1845, Urquiza aplastó al ejército de Fructuoso Rivera en India Muerta y las tropas argentinas tuvieron a su alcance la posibilidad de ocupar Montevideo y alzar a todo el interior de Uruguay contra sus ocupantes. En este momento, el flamante embajador inglés en Buenos Aires planteó que "Montevideo no debía ser tomada", pactó con el enviado francés la constitución de una fuerza naval conjunta para hacerse cargo de su defensa y organizó un desembarco de infantes para evitar su colapso. En junio de 1845, el embajador inglés planteó que su gobierno no reconocería ningún gobierno instalado por la Argentina.

El comercio de Montevideo jamás podía compensar el comercio de Buenos Aires, que era lo que el imperio británico ponía en riesgo al pretender "abrir" las Provincias Unidas para el comercio británico a través de los ríos e impedir la vuelta de Uruguay al seno de las Provincias Unidas.


El "nacionalismo" oligárquico 


Las posibilidades de una victoria nacional bajo la dirección de los terratenientes bonaerenses no tendrían otra oportunidad como ésta. 

Luego del regreso de las flotas extranjeras, la incertidumbre de las cancillerías europeas contrastaba con el clima de euforia de las masas bonaerenses y del litoral. En palabras de un investigador norteamericano "la tentativa (de la libre navegabilidad) resultó... un fracaso desde el punto de vista comercial, pues muchos de los barcos regresaron con sus cargamentos completos. La consecuencia mas importante fue exaltar el patriotismo del pueblo argentino hasta un grado sin precedentes"4. La aparentemente monolítica joven guardia de intelectuales unitarios concentrada en Montevideo se dividió. El propio frente interno en Montevideo se partió en dos "y las fuerzas británicas y francesas de Montevideo que habían desembarcado para salvar a los (ocupantes) se veían ahora obligadas a defenderse de la misma gente que habían protegido"5.

El "federalismo" porteño mostró entonces todos sus límites. Mantuvo inmóvil el sitio de Montevideo; en el momento de mayor tensión, Rosas permitió el avituallamiento de las tropas inglesas. En un escenario de gestos de reconciliación, el 15 de julio de 1847 la flota británica abandonó su parte en el bloqueo y retiró de Montevideo las tropas y equipos británicos. Finalmente, el 24 de noviembre de 1849 se firmó el pacto con Inglaterra que consagró la escisión definitiva de la Banda Oriental. 

Rosas había reconocido antes que el Paraná era un río de la Confederación y el Uruguay un curso a resolver "entre Argentina y Uruguay", abriendo el camino para las aspiraciones británicas. También en 1849 se reinició el pago de la deuda con Baring Brothers por el empréstito usurario contraído bajo el gobierno de Rivadavia, deuda por la cual el gobierno Rosas había ofrecido, sin éxito, la entrega definitiva de las Islas Malvinas en 1838. 

Finalmente, en septiembre de 1850 se firmó un tratado con Francia, acordando una mutua retirada de tropas argentinas y francesas.Las luchas de 1845 fueron convertidas, a partir de entonces, en una victoria de la "extranjería". Despejó el camino para el largo período histórico que convirtió a Argentina en la semicolonia de lujo de Inglaterra.



(1) Peña, Milcíades: "El Paraíso Terrateniente", Ediciones Fichas, 1972.
(2) Bustamente, José Luis: "Los cinco errores capitales de la intervención anglo francesa en el Plata", Buenos Aires, 1942, citado por Liborio Justo en "Nuestra Patria Vasalla", Editorial Grito Sagrado, tomo 2.
(3) Lynch, John: "Juan Manuel de Rosas", Emecé, 1984.
(4) Cady, John: "La intervención extranjera en el Río de la Plata", Buenos Aires, Losada, 1943.
(5) Ferns, H.S., "Argentina y Gran Bretaña en el Siglo XIX", Solar/Hachette, 1966.








La Vuelta de Obligado


Jorge Abelardo Ramos

Capítulo del libro: 
Revolución y contrarrevolución en Argentina. Las Masas y las Lanzas


La política británica en el Río de la Plata constituyó un modelo clásico de duplicidad imperialista. Las enormes dificultades interiores y exteriores que la resistencia de Rosas ocasionaban al Ministerio inglés, obligaron a los hombres de Londres a buscar una solución al conflicto. Mientras Mandeville en Buenos Aires apoyaba suavemente las exigencias de Rosas, (interpretando las necesidades del
comercio inglés residente) el comodoro Purvis apoyaba la causa de Montevideo, donde también vivían comerciantes de esa nacionalidad. Esta evidente contradicción de la política británica no existía sino para la candidez sudamericana. 

La política dual de los ingleses, les permitía defender simultáneamente sus intereses en ambas márgenes del Plata, contribuir a la división uruguayo†argentina, aparentar neutralidad en todos los casos, y sacar ventajas en los dos puertos. Al mismo tiempo, utilizaba los servicios de la legión francesa que luchaba en Montevideo, arrojando sobre el prestigio de Francia todo el peso del odio argentino.

Los intereses comerciales que traficaban con la región del Plata presionaban al gabinete británico para que solucionara en cualquier forma el conflicto. La lucha de Rosas con Montevideo había paralizado el comercio rioplatense. Peel vióse en 1844 –escribe Cady– ante el pedido insistente de plazas como las de Liverpool y Manchester, que urgían al gobierno británico para que conjuntamente con el de Francia, adoptase medidas para limitar las restricciones puestas al comercio en el Plata.

Solicitaban también se pusiera fin a los disturbios en el Uruguay y se asegurara el acceso de los comerciantes británicos a los mercados del Paraguay y regiones del interior. 

Respaldando estas reclamaciones, estaban diez memoriales de los centros industriales de Yorkshire, Liverpool, Manchester, Leeds, Halifax y Bradford, suscriptos por 1.500 banqueros, comerciantes e industriales de las ciudades citadas. La opinión generalizada en Gran Bretaña, por otra parte, era que ni siquiera el comercio libre con Buenos Aires y Montevideo tendría plena importancia sin las comunicaciones con el interior sudamericano. En esta apreciación del gobierno y la industria británicos, encontraremos más adelante la clave de la trágica guerra del Paraguay. 

Los ingleses planeaban en su correspondencia diplomática la balcanización, como lo demuestran las investigaciones contemporáneas en los archivos del Foreing Office. Un agente británico escribía a Londres: El reconocimiento del Paraguay; conjuntamente con el posible reconocimiento de Corrientes y Entre Ríos, y su erección en estados independientes aseguraría la navegación del Paraná y del Uruguay. Podría así evitarse la dificultad de insistir sobre la libre navegación que nosotros hemos rechazado en el caso del río San Lorenzo. El cinismo de esos caballeros no dejaba nada que desear.

De esa manera se llegó hasta la invasión internacional de los ríos argentinos, que originó el heroico combate de Obligado. Las cadenas extendidas, por Mansilla sobre el Paraná a guisa de barrera, fueron destruidas por los cañonazos de la imponente flota anglofrancesa. Al pasar saquearon Gualeguaychú, bombardearon e incendiaron el puerto de Colonia y se apoderaron de la isla Martín García. La hostilidad general, la ausencia de fuerzas de tierra y el carácter de guerra nacional que la descarada intervención internacional otorgaba a la resistencia de Rosas obligaron a los piratas civilizados a retroceder primero y a negociar después. 

Según el investigador norteamericano ya citado, la tentativa resultó un fracaso desde el punto de vista comercial, pues muchos de los barcos regresaron con sus cargamentos completos. La consecuencia más importante fue exaltar el patriotismo del pueblo argentino hasta un grado sin precedentes. 

El descrédito más completo rodeó a los unitarios, artífices de la coalición de las potencias europeas. Los ministros de las grandes metrópolis miraban por encima del hombro a esos «nativos» desaprensivos y pedigüeños. Los argentinos de todas las provincias los abrumaban con su desprecio. El general San Martín ofrecía la espada de la Independencia a Rosas. A su vez, el gobierno títere de Montevideo dependía por completo de la buena voluntad de los grandes imperios. A cargo de la Tesorería de Francia, se firmaba un tratado que disponía el pago de un subsidio mensual a beneficio de las autoridades de Montevideo por 40.000 pesos fuertes. 

Después del levantamiento del bloqueo internacional contra Rosas en el Río de la Plata (1848) las defensas de Montevideo habían quedado tan desguarnecidas frente a los ejércitos gauchescos del General Oribe, que la escuadra francesa debió enviar a tierra 400 infantes de marina para «servir a las baterías casi desiertas». A todo este espectáculo la tradición mitrista unitaria y cipaya firmó la «Segunda Troya». El ministro de relaciones Exteriores del Gobierno de Montevideo, desesperado por la situación, gestionaba inútilmente ante los gobiernos europeos el otorgamiento de una ayuda militar y política más efectiva. Propuso que dichas potencias –dice Cady– asumieran el protectorado conjunto del Uruguay por un período indeterminado, alegando que la libre navegación de los ríos podía lograrse si todas las partes interesadas se unían para tal fin.

Pero los ingleses y franceses tenían ya las manos ocupadas en otras gestiones; sus rencillas domésticas les eran gravosas y por otra parte, ya habían probado las lanzas rioplatenses. Era evidente que no se trataba de un paseo militar. El cortés ofrecimiento fue rechazado, todo lo cual no impidió que estas almas dóciles que deseaban ser colonizadas ingresasen firmemente a la mitología escolar de los héroes nacionales. 

En 1849 los intervencionistas firmaban con Rosas un tratado por el cual se reconocía que la navegación fluvial argentina estaba únicamente sujeta a sus leyes y reglamentos; las potencias se obligaban a evacuar la isla de Martín García, devolver los barcos argentinos apresados y saludar la bandera nacional. Esta victoria de Rosas no constituyó, en realidad, sino una tregua hasta Caseros.








20 de noviembre de 1845 
La Vuelta de Obligado


Felipe Pigna

Fuente: 
Los mitos de la historia argentina 2, de Felipe Pigna, Buenos Aires, Planeta. 2004.



Quizás uno de los aspectos más notables e indiscutidamente positivos del régimen de Rosas haya sido el de la defensa de la integridad territorial de lo que hoy es nuestro país. Debió enfrentar conflictos armados con Uruguay, Bolivia, Brasil, Francia e Inglaterra. De todos ellos salió airoso en la convicción –que compartía con su clase social- de que el Estado era su patrimonio y no podía entregarse a ninguna potencia extranjera. No había tanto una actitud nacionalista fanática que se transformaría en xenofobia ni mucho menos, sino una política pragmática que entendía como deseable que los ingleses manejasen nuestro comercio exterior, pero que no admitía que se apropiaran de un solo palmo de territorio nacional que les diera ulteriores derechos a copar el Estado, fuente de todos los negocios y privilegios de nuestra burguesía terrateniente. 

En el Parlamento británico se debatía en estos términos el pedido brasileño y de algunos comerciantes ingleses para intervenir militarmente en el Plata para proteger sus intereses: “El duque de Richmond presenta una petición de los banqueros, mercaderes y tratantes de Liverpool, solicitando la adopción de medidas para conseguir la libre navegación de el Río de la Plata. También presenta una petición del mismo tenor de los banqueros, tenderos y tratantes de Manchester. El conde de Aberdeen (jefe del gobierno) dijo que se sentiría muy feliz contribuyendo por cualquier medio a su alcance a la libertad de la navegación en el Río de la Plata, o de cualquier otro río del mundo, a fin de facilitar y extender el comercio británico. Pero no era asunto tan fácil abrir lo que allí habían cerrado las autoridades legales. Este país (la Argentina) se encuentra en la actualidad preocupado en el esfuerzo de restaurar la paz en el Río de la Plata, y abrigo la esperanza de que con este resultado se obtendrá un mejoramiento del presente estado de cosas y una gran extensión de nuestro comercio en esas regiones; pero perderíamos más de lo que posiblemente podríamos ganar, si al tratar con este Estado, nos apartáramos de los principios de la justicia. Pueden estar equivocados en su política comercial y pueden obstinarse siguiendo un sistema que nosotros podríamos creer impertinente e injurioso para sus intereses tanto como para los nuestros, pero estamos obligados a respetar los derechos de las naciones independientes, sean débiles, sean fuertes”.

El canciller Arana decía ante la legislatura: “¿Con qué título la Inglaterra y la Francia vienen a imponer restricciones al derecho eminente de la Confederación Argentina de reglamentar la navegación de sus ríos interiores? ¿Y cuál es la ley general de las naciones ante la cual deben callar los derechos del poder soberano del Estado, cuyos territorios cruzan las aguas de estos ríos? ¿Y que la opinión de los abogados de Inglaterra, aunque sean los de la Corona, se sobrepondrá a la voluntad y las prerrogativas de una nación que ha jurado no depender de ningún poder extraño? Pero los argentinos no han de pasar por estas demasías; tienen la conciencia de sus derechos y no ceden a ninguna pretensión indiscreta. El general Rosas les ha enseñado prácticamente que pueden desbaratar las tramas de sus enemigos por más poderosos que sean. Nuestro Código internacional es muy corto. Paz y amistad con los que nos respetan, y la guerra a muerte a los que se atreven a insultarlo”. 

Se ve que Su Graciosa Majestad decía una cosa y hacía otra, porque en la mañana del 20 de noviembre de 1845 pudieron divisarse claramente las siluetas de cientos de barcos. El puerto de Buenos Aires fue bloqueado nuevamente, esta vez por las dos flotas más poderosas del mundo, la francesa y la inglesa, históricas enemigas que debutan como aliadas, como no podía ser de otra manera, en estas tierras.

La precaria defensa argentina estaba armada según el ingenio criollo. Tres enormes cadenas atravesaban el imponente Paraná de costa a costa sostenidas en 24 barquitos, diez de ellos cargados de explosivos. Detrás de todo el dispositivo, esperaba heroicamente a la flota más poderosa del mundo una goleta nacional.

Aquella mañana el general Lucio N. Mansilla, cuñado de Rosas y padre del genial escritor Lucio Víctor, arengó a las tropas: “¡Vedlos, camaradas, allí los tenéis! Considerad el tamaño del insulto que vienen haciendo a la soberanía de nuestra Patria, al navegar las aguas de un río que corre por el territorio de nuestra República, sin más título que la fuerza con que se creen poderosos. ¡Pero se engañan esos miserables, aquí no lo serán! Tremole el pabellón azul y blanco y muramos todos antes que verlo bajar de donde flamea”. 

Mientras las fanfarrias todavía tocaban las estrofas del himno, desde las barrancas del Paraná nuestras baterías abrieron fuego sobre el enemigo. La lucha, claramente desigual, duró varias horas hasta que por la tarde la flota franco-inglesa desembarcó y se apoderó de las baterías. La escuadra invasora pudo cortar las cadenas y continuar su viaje hacia el norte. En la acción de la Vuelta de Obligado murieron doscientos cincuenta argentinos y medio centenar de invasores europeos.

Al conocer los pormenores del combate, San Martín escribía desde su exilio francés: “Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside a la República Argentina; nadie ignora el ascendiente que posee en la vasta campaña de Buenos Aires y el resto de las demás provincias, y aunque no dudo que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido, que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero; ello es que la totalidad se le unirán (…). Por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya mostrado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América la misma influencia que lo sería en Europa; éste sólo afectará a un corto número de propietarios, pero a la mesa del pueblo que no conoce las necesidades de estos países le será bien diferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante sus hostilidades, es decir, declarar la guerra, yo no dudo que con más o menos pérdidas de hombres y gastos se apoderen de Buenos Aires (…) pero aun en ese caso estoy convencido, que no podrán sostenerse por largo tiempo en la capital; el primer alimento o por mejor decir el único del pueblo es la carne, y es sabido con qué facilidad pueden retirarse todos los ganados en muy pocos días a muchas leguas de distancia, igualmente que las caballadas y todo medio de transporte, en una palabra, formar un desierto dilatado, imposible de ser atravesado por una fuerza europea; estoy persuadido será muy corto el número de argentinos que quiera enrolarse con el extranjero, en conclusión, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y 25 o 30 piezas de artillería volante, fuerza que con una gran facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires”. 

Juan Bautista Alberdi, claro enemigo del Restaurador, comentaba desde su exilio chileno: “En el suelo extranjero en que resido, en el lindo país que me hospeda sin hacer agravio a su bandera, beso con amor los colores argentinos y me siento vano al verlos más ufanos y dignos que nunca. Guarden sus lágrimas los generosos llorones de nuestras desgracias aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo con colores argentinos: Rosas no es un simple tirano a mis ojos; si en su mano hay una vara sangrienta de hierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega tanto el amor de partido para no conocer lo que es Rosas bajo ciertos aspectos. Sé, por ejemplo, que Simón Bolívar no ocupó tanto el mundo con su nombre como el actual gobernador de Buenos Aires; sé que el nombre de Washington es adorado en el mundo pero no más conocido que el de Rosas; sería necesario no ser argentino para desconocer la verdad de estos hechos y no envanecerse de ellos”. 

El embajador norteamericano en Buenos Aires, William Harris, le escribió a su gobierno: “Esta lucha entre el débil y el poderoso es ciertamente un espectáculo interesante y sería divertido si no fuese porque (…) se perjudican los negocios de todas las naciones”. 

Dice el historiador H. S. Ferns: “Los resultados políticos y económicos de esa acción fueron, por desgracia, insignificantes. Desde el punto de vista comercial la aventura fue un fiasco. Las ventas fueron pobres y algunos barcos volvieron a sus puntos de partida tan cargado como habían salido, pues los sobrecargos no pudieron colocar nada”.

Los ingleses levantaron el bloqueo en 1847, mientras que los franceses lo hicieron un año después. La firme actitud de Rosas durante los bloqueos le valió la felicitación del general San Martín y un apartado especial en su testamento: “El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sur le será entregado al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.




  

Opinión

La batalla de Obligado



por: Horacio González


Diario Página 12,  23/11/2010



En 1846, la prensa rosista, sobre todo el Archivo americano, dirigido por el sagaz polígrafo napolitano Pedro De Angelis, no dejaría pasar las importantes apreciaciones que el general San Martín enviaba precisamente desde Nápoles, donde se hallaba por razones de salud. Lo que había despertado el fervor de San Martín era la noticia de la batalla de Obligado, ocurrida unos meses antes, por lo que se ponía a disposición de Rosas. A pesar de sus dolencias, escribe varias cartas en donde incluso considera la eventualidad de la toma de Buenos Aires por parte de Francia e Inglaterra. En esa hipótesis, razonaría consejos militares de gran sutileza para poder recuperar la ciudad aun con milicias de menos calidad y cantidad que las europeas. Su escrito cumplía un papel de disuasión ante los poderes imperiales europeos.


Al final de sus días, el general dona su sable a Rosas a través de la cláusula tercera de su testamento. Rondaba su pensamiento un solo tema, la posibilidad de comparar la dimensión de la emancipación del dominio español con la lucha del gobierno de la Confederación Argentina contra las dos mayores potencias europeas, la Francia de Luis Felipe de Orléans y la Inglaterra que ya comenzaba su “era victoriana”, con sucesivos primeros ministros que el mundo recordaría, Melbourne, Peel, Palmerston, luego Gladstone y Disraeli.

Son los años de la revolución industrial madura, de la expansión del imperialismo mercantil, de la guerra del opio, de la hambruna irlandesa, de los cercos sobre el Río de la Plata en nombre de la “libre navegación de los ríos”. Rosas había estudiado bien la política inglesa y alguna vez se jactará de su amistad con Lord Palmerston, a quien al parecer pertenecía la propiedad que ocupará como exilado en las afueras de Southamptom. El Foreign Office es sutil y Rosas no lo es menos. Se conocen, se han combatido, secretamente se han admirado y comprendido.

En cuanto a Francia, gobierna Luis Felipe de Orléans, el régimen que Marx en Las luchas de clases en Francia había llamado la “monarquía financiera”. Su ministro Guizot era gran conocedor de la historia francesa e inglesa, rival de Palmerston pero no de Peel, admirador del gran historiador inglés Gibbon –del mismo modo que, muchos años después, también lo admiraría un ciudadano nacido en el país al que atacaría en dos oportunidades la marina de Francia: Jorge Luis Borges–. Rosas tampoco desconocía la política francesa y según una paradoja que Sarmiento considera en el Facundo, se valía de la propia prensa europea, que íntimamente despreciaba, para defender su gobierno. En efecto, el escritor francés Emile Girardin mantiene un diario, La Presse, que al parecer era financiado en cierto momento desde Buenos Aires para defender las posiciones del gobierno de la Confederación rosista en esos años de fuego, si es que algunos no lo son.

Rosas no carecía de pensamientos políticos elaborados, aunque no solía expresarlos en público. La liturgia barroca de su gobierno, tema de gran interés, hizo que se lo comparara con Felipe II. Había escrito un diccionario de lenguas pampas porque el mundo del orden, que era el suyo, implicaba saber el idioma en que se debía garantizar la sumisión de los vencidos. Fugazmente, despertaría el interés de Darwin, quien se cruza con él en medio de la pampa. Rosas era lector de viejos textos ultramontanos y de ciertos clásicos. Alguna vez ha citado a Burke y a De Maistre, se sabe que cuida una valiosa edición de la Etica a Nicómaco y se guía por pasmosas encíclicas papales.

Además, tiene Rosas una concepción del absolutismo político que no es de floración espontánea, sino que proviene de su familiaridad con textos sobre El Príncipe, escritos por consejeros finamente reaccionarios, entre otros –como lo prueba Arturo Sampay– un teórico de las monarquías del siglo XVIII, Gaspard Réal de Curban. Viviendo como exilado en el farm inglés, reprodujo las escenas de una granja pampeana, intentó escribir sus memorias, se carteó con sus fieles, recibió a Alberdi y a los Quesada, llegó a interesarle a Ernst Renan (que leyó manuscritos de Rosas que le fueron entregados por Adolfo Saldías) y condenó a la Comuna de París en 1871, empleando la expresión “comunistas” con el mismo valor que le adjudicaron los credos reaccionarios del todo el siglo XX.

He allí un tema. La batalla de Obligado hay que verla eminentemente “desde el sable de San Martín”, el mismo que en la década del ’60 del siglo XX fue motivo de disputas y capturas simbólicas por parte del peronismo. Pero no puede ser vista desde las propias opiniones de Rosas y su mundo cultural de terrateniente exuberante, con su gauchocracia aúlica y ritualista. Rosas fue más astuto que lo que Marx imaginaba cuando en sus escritos de 1850 sobre la India especulaba que la “astucia de la razón” debía hacerse responsable de la crisis de la dominación británica en países de ultramar, donde el imperialismo debía penetrar ampliamente para luego crear él mismo la contradicción que lo derrocaría.

Concreto, Rosas tiene la astucia del gran propietario de tierras, mimético con la lengua de sus subordinados, que arma milicias propias y que, sin dejar de ser un empresario ganadero moderno, lo es preservando más arcaísmos culturales que los que toleraban Marx y Sarmiento. Por eso libra batallas de autonomía territorial pero sin concepción antiimperialista o libertaria, sino más bien autocrática. En nada se desmerece con esto ninguna batalla, en la medida que no hay hecho que no sea paradójico.

El movedizo psicoanalista esloveno Slavoj Zizek se deslumbró con Rosas como lo había hecho antes Pedro De Angelis, aunque un siglo y medio después. Dice precisamente que Rosas es el ser paradójico que impulsó la unidad nacional sin ser demócrata, que era un republicano jacobino que sin embargo hablaba como un conservador y que, en suma, fue una persona de derecha que cumplió objetivos de izquierda. No son interesantes hoy estos pensamientos. Las paradojas existen, liberan las existencias aherrojadas, componen lo político en su realidad última, pero si son mal planteadas, pueden dar una explicación “rosista”, por lo tanto antediluviana, a hechos interesantes ocurridos durante el período de Rosas. Marx, como se sabe, juzgó a Bolívar como un anacronismo político que impedía el reinado universal de las precondiciones revolucionarias en el mundo. Las raíces de este error “europeísta” fueron muy bien explicadas por el pensamiento de la “izquierda nacional” y del socialismo latinoamericanista de José Aricó, hace ya muchas décadas. Pero la razón absolutista de Rosas no significa lo mismo que la imaginación libre del vasto Bolívar.

La tesis de un tiempo latinoamericano específico, capaz de darles singularidad a los procesos emancipadores de estas tierras –tema de absoluta vigencia–, precisa de todas maneras una noción amplia y sensible del tiempo universal y de los problemas complejos de la modernidad. ¿Hasta qué punto es posible omitir, de la sensibilidad emancipatoria anticolonial, los elementos de una comprensión lúcida del conflicto social moderno? San Martín ve en la Europa de 1848 síntomas de disgregación social, juzga la convulsión de las barricadas revolucionarias como un hombre de orden, que lo es, pero a diferencia de Rosas, no lanza rayos y centellas ni pide auxilio al Vaticano. En un libro que pensaba titular “La religión del Hombre”, Rosas iba a proponer una Liga de Naciones de la Cristiandad regida por el Papa, a la manera de la Santa Alianza. Victor Hugo y Mazzini le parecían solo contenibles por la mano fuerte de Napoleón III. La Primera Internacional le preocupaba, y se mantiene informado puntillosamente sobre los movimientos de los adeptos de Marx.

El revisionismo histórico rosista, en sus variantes republicana conservadora, ultramontana apostólica, nacionalista católica, nacionalista popular y nacionalista de izquierda, y en sus estilos más o menos documentalistas o legendarios, plebeyos o aristocráticos, es un movimiento publicístico ampliamente vigente en la conciencia pública y en los medios de comunicación. De ser la segunda voz, nunca endeble, de las interpretaciones historiográficas, ha pasado a ser ya la primera. Propone amplios modelos del pasado para un juicio inmediatista sobre el presente. Admitamos que las extrapolaciones del pasado muchas veces son hilos internos vibrantes de los grandes trabajos de investigación histórica. Pero en especial si se procede con delicadeza en la traslación, tratando los textos sin reduccionismos ni forzamientos.

Son tiempos éstos en que son necesarios nuevos aglutinamientos sociales de emancipación, que conjuguen temas nacionales, sociales, de sensibilidad cultural y con nuevos lenguajes públicos que no se cierren en forma unidimensional sobre liturgias venerables. Estas gestas son hechos que pueden transferirse al presente en la medida en que los grandes arquetipos se nutran también de la noción de que en la historia nada es traducible de inmediato. Esta traducción será obra de un cuidado analítico, del respeto documental, de la imaginación pública para que las leyendas nacionales sean relatos democráticos y que las sagas del pasado no aprisionen litúrgicamente la rica heterogeneidad del presente.

La Vuelta de Obligado fue una epopeya nacional notable, que significa también una nueva obligación a la vuelta de una larga discusión argentina. Demostró y demuestra que hubo y hay una “cuestión nacional”. Demostró y demuestra que los proyectos de modernización cultural no deben estar hipotecados a los poderes mundiales que se arrogan mensajes civilizatorios aunque se presentan con incontables coacciones. Demostró y demuestra que es posible conmemorar una proeza nacional y popular sin aprobar el régimen político bajo el cual ocurriera. Demostró y demuestra que la rica variedad de la historia argentina no puede ser encapsulada en géneros fijos y simbologías señoriales. Demostró y demuestra que estamos obligados a hacer de la historia transcurrida el alma libertaria de los poderes populares instituyentes que están en curso.














San Martín sobre la Vuelta de Obligado


Fuente: 
Julio Irazusta, Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia, Tomo V, La intriga internacional contra la Argentina 1843-1846, Buenos Aires, Jorge Llopis, 1975, pág. 261-292



El 20 de noviembre de 1845, siendo el general Juan Manuel de Rosas responsable de las Relaciones Exteriores del territorio nacional, tuvo lugar el  enfrentamiento con fuerzas anglofrancesas conocido como la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro. 


Desde hacía varios años, los conflictos diplomáticos con Francia e Inglaterra y Buenos Aires estaban a la orden del día. El primer gran conflicto contra Francia ocurrió en 1838, cuando una escuadra francesa llegó a bloquear el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del Río de la Plata y, en octubre de ese año, ocupó la Isla Martín García. Todos estos enfrentamientos –a los que se sumaba la guerra de Buenos Aires contra Montevideo y Corrientes- estaban teñidos por la guerra civil entre unitarios y rosistas. En octubre de 1840, las negociaciones llegaban a buen puerto con la firma de una convención entre la nación europea y el gobierno de Rosas, pero se mantenía la guerra con el Uruguay de Fructuoso Rivera.


Pero no tardará Rosas en recibir un ultimátum para que pusiera fin a la guerra con Uruguay y permitiera la libre navegación de los ríos. Ante la negativa, comenzó el bloqueo anglo-francés. Era noviembre de 1845 y las fuerzas enemigas se disponían a remontar el río Paraná. Rosas dispuso que se cortara el paso a las naves extranjeras y, dando cumplimiento a la orden, el 20 de aquel mes, Lucio N. Mansilla preparó el escenario. 

La batalla tuvo lugar en la Vuelta de Obligado del Río Paraná. Al intentar avanzar varios buques de guerra y mercantes europeos, las fuerzas argentinas, que habían tendido gruesas cadenas a lo ancho del río, procedieron al ataque.

Aunque las bajas de las tropas nacionales fueron diez veces mayores y los agresores lograron avanzar, fue vano su intento de vender las mercaderías y recibieron nuevos embestidas río arriba. El saldo final fue frustrante para los europeos. Los tratados de paz recién se alcanzarían en 1849 y 1850.

Aquella jornada, que desde entonces se recuerda como un acto de defensa de la integridad territorial, fue declarada por Ley 20.770 de septiembre de 1974 Día de la Soberanía Nacional.

La recordamos con dos cartas escritas por José de San Martín muy poco tiempo después de iniciarse el  conflicto; en la primera, respondiendo a una consulta de Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina en Londres, intenta desalentar la continuación de hostilidades por parte de Gran Bretaña y Francia; en la segunda, escrita pocos días más tarde, se dirige a Rosas calificando la intervención de “injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia” y manifiesta su apoyo al gobernador de Buenos Aires, lamentando ya no poder ofrecer sus servicios por su deteriorado estado de salud.







CARTAS  DE  SAN  MARTÍN 






Sr. D. Federico Dickson, cónsul general de la Confederación Argentina en Londres.

Nápoles, 28 de diciembre de 1845. 

Señor de todo mi aprecio:

Por conducto del caballero Yackson se me ha hecho saber los deseos de usted relativos a conocer mi opinión sobre la actual intervención de la Inglaterra y Francia en la República Argentina; no sólo me presto gustoso a satisfacerlo, sino que lo haré con la franqueza de mi carácter y la más absoluta imparcialidad; sintiendo sólo el que el mal estado de mi salud no me permita hacerlo con la extensión que requiere este interesante asunto.

No creo oportuno entrar a investigar la justicia o injusticia de la citada intervención, como tampoco los perjuicios que de ella resultarán a los súbditos de ambas naciones con la paralización de las relaciones comerciales, igualmente que de la alarma y desconfianza que naturalmente habrá producido en los Estados sudamericanos la ingerencia de dos naciones europeas en sus contiendas interiores, y sólo me ceñiré á demostrar si las dos naciones intervinientes conseguirán por los medios coactivos que hasta la presente han empleado el objeto que se han propuesto, es decir, la pacificación de las dos riberas del Río de la Plata. Según mi íntima convicción, desde ahora diré á usted no lo conseguirán; por el contrario, la marcha seguida hasta el día no hará otra cosa que prolongar por un tiempo indefinido los males que se tratan de evitar y sin que haya previsión humana capaz de fijar un término a su pacificación: me explicaré.

Bien sabida es la firmeza de carácter del jefe que preside la República Argentina; nadie ignora el ascendiente muy marcado que posee sobre todo en la vasta campaña de Buenos Aires y resto de las demás provincias; y aunque no dudo de que en la capital tenga un número de enemigos personales, estoy convencido de que bien sea por orgullo nacional, temor, o bien por la prevención heredada de los españoles contra el extranjero, ello es que la totalidad se le unirán y tomarán una parte activa en la actual contienda: por otra parte, es menester conocer (como la experiencia lo tiene ya demostrado) que el bloqueo que se ha declarado no tiene en las nuevas repúblicas de América (sobre todo en la Argentina) la misma influencia que lo sería en Europa: él sólo afectará un corto número de propietarios, pero la masa del pueblo que no conoce las necesidades en estos países, le será bien indiferente su continuación. Si las dos potencias en cuestión quieren llevar más adelante las hostilidades, es decir, declarar la guerra; yo no dudo un momento podrán apoderarse de Buenos Aires con más o menos pérdida de hombres y gastos, pero estoy convencido de que no podrán sostenerse por mucho tiempo en posesión de ella: los ganados, primer alimento, o por mejor decir, el único del pueblo, pueden ser retirados en muy pocos días a distancias de muchas leguas; lo mismo que las caballadas y demás medios de transporte; los pozos de las estancias inutilizados, en fin, formando un verdadero desierto de 200 leguas de llanuras sin agua ni leña, imposible de atravesarse por una fuerza europea, la que correrá tantos más peligros a proporción que ésta sea más numerosa, si trata de internarse.

Sostener una guerra en América con tropas europeas no sólo es muy costoso, sino más que dudoso su buen éxito tratar de hacerla con los hijos del país; mucho dificulto y aun creo imposible encuentren quien quiera enrolarse con el extranjero.

En conclusión: con 8.000 hombres de caballería, del país y 25 o 30 piezas de artillería, fuerzas que con mucha facilidad puede mantener el general Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre á Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres salga a 30 leguas de la capital, sin exponerse á una completa ruina por falta de todo recurso; tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará, a menos (como es de esperar) que el nuevo ministerio inglés no cambie la política seguida por el precedente.

José de San Martín



Juan Manuel de Rosas



Excmo. Sr. Capitán general, presidente de la República Argentina, D. Juan Manuel de Rosas.

Nápoles, 11 de enero de 1846

Mi apreciable general y amigo:

En principios de noviembre pasado, me dirigí a Italia con el objeto de experimentar si con su benigno clima recuperaba mi arruinada salud; bien poca es hasta el presente la mejoría que he sentido, lo que me es tanto más sensible, cuanto en las circunstancias en que se halla nuestra patria, me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios (como lo hice a usted en el primer bloqueo por la Francia); servicios que aunque conozco serían inútiles, sin embargo demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de la Inglaterra y Francia contra nuestro país, éste tenía aún un viejo defensor de su honor e independencia; ya que el estado de mi salud me priva de esta satisfacción, por lo menos me complazco en manifestar a usted estos sentimientos, así como mi confianza no dudosa del triunfo de la justicia que nos asiste.

Acepte usted, mi apreciable general, los votos que hago porque termine usted la presente contienda con honor y felicidad, con cuyos sentimientos se repite de usted su afectísimo servidor y compatriota. 

José de San Martín




Testamento 



3º. El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, Don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido, al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataron de humillarla.

José de San Martín

París, 28 de septiembre de 1850.









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Alfredo Zitarrosa
"La Vuelta de Obligado"





La vuelta de Obligado






Noventa buques mercantes,
veinte de guerra,

vienen pechando arriba
las aguas nuestras.

Veinte de guerra vienen
con sus banderas.

¡La pucha con los ingleses,
quién los pudiera!

¡Qué los tiró a los gringos
uni' gran siete,
navegar tantos mares, 
venirse al cuete,
qué digo venirse al cuete!

A ver che Pascual Echagüe,
gobernadores.

Que no pasen los franceses
Paraná al norte.

Angosturas del Quebracho,
de aquí no pasan.

Pascual Echagüe los mide,
Mansilla los mata.